El 1820 y el 1821 fueron dos años muy activo desde el punto de vista político en Santo Domingo. El maestro, orador y sacerdote Bernardo Correa y Cidrón no estuvo exento de las polémicas políticas que se generaron en la etapa final del dominio colonial español en Santo Domingo.
Con el restablecimiento de la Constitución de Cádiz a inicios de 1820 tras la revolución de Riego quedaron definidas dos tendencias políticas opuestas, una receptora del cambio constitucional ocurrido en la metrópoli y la otra aferrada al absolutismo. En Santo Domingo, la tendencia reaccionaria la encabezó Manuel Márquez que estaba apoyado por el influyente Francisco Javier Caro miembro de la aristocracia colonial. La tendencia receptora del cambio constitucional estuvo aglutinada en torno al Partido Liberal, partido creado con el objetivo de participar en las elecciones de 1820.
La convocatoria a elecciones para elegir al diputado que representaría a Santo Domingo en la Corte se convirtió en una batalla política entre el sector que apoyaba al sacerdote Manuel Márquez y el Partido Liberal cuyo mentor fue el filósofo Andrés López de Medrano y quien propuso como candidato a Bernardo Correa y Cidrón.
El sector de Márquez lanzó una campaña, que en el lenguaje político dominicano actual sería una especie de “campaña sucia” en contra de Correa y Cidrón con acusaciones de diversas índoles.
El historiador dominicano Roberto Cassá en su libro Pensadores decimonónicos señala que en el momento en que se celebraron las elecciones “la camarilla liderada por Márquez logró controlar el proceso posiblemente por el apoyo que le otorgó en ese justo momento el capitán general Kindelán, temeroso de que la vigencia de la Constitución condujera a un desbordamiento de aspiraciones de derechos”.
Durante el proceso, los argumentos en contra de Cidrón se focalizaron en señalar que fue un traidor a la patria por haberse hecho ciudadano francés y de carecer de derechos en virtud de la condena dictada en su contra en Málaga, después de ser despojado de la canonjía otorgada por José Bonaparte. La campaña alcanzó unos niveles de agresividad en contra de Cidrón que incluso se llegó “alentar a un estudiante para que lo insultase en una ceremonia universitaria con lo que se desconoció la dignidad de su posición de rector”. Cidrón describe esta campaña señalando que “es notoria en esta ciudad que mis émulos han satirizado mi conducta política desacreditándome como un pérfido a mi nación y perjudicial a mi pueblo”.
Frente a esta campaña focalizada en aspectos personales Correa y Cidrón redactó un texto el 26 de agosto de 1820 y que fue publicado en un folleto con el título de Vindicación de la ciudadanía y apología de la conducta política del doctor don Bernardo Correa y Cidrón, natural de Santo Domingo de la Isla Española. En el texto que inicia con una síntesis de su “vida activa y laboriosa en obsequio de la Iglesia y de la patria” Cidrón se defiende con suma habilidad de las acusaciones de Márquez y sus detractores con un gran dominio del lenguaje.
Elabora una argumentación jurídica, histórica, con pasajes de figuras bíblicas para defenderse fundamentalmente de cinco acusaciones. La primera acusación era que se había quedado en Santo Domingo con los franceses cuando se cedió esta parte a Francia, la segunda que había servido con empleos en Santo Domingo en tiempo de los franceses. La tercera acusación y a la que Cidrón responde es que había perdido la ciudadanía porque no quiso unirse con la naturaleza de esta isla cuando se levantaron contra los franceses y por el contrario predicaba y escribía a dichos naturales para que depusieran las armas y se sometieran al gobierno francés. La cuarta acusación era que éste se había ido con los franceses cuando los españoles entraron conquistando La Plaza y la quinta que Cidrón después de salir de Santo Domingo tuvo empleo de otro gobierno señalándole como ejemplo la Canonjía de Málaga.
En la medida en que va justificando cada una de sus acciones en los cinco casos en los que se les acusa, explica también a los lectores el por qué no deben elegir a Márquez. Lo describe como “aquel clérigo que dijo algunas veces que tenía un buen cuchillo para darme puñaladas luego que saltase en tierra por ser afrancesado y traidor”. Señala a Márquez como un calumniador, intrigante y de lengua diabólica que compensaba así su origen corriente y su falta de talento y riquezas.
En el penúltimo párrafo hace un llamado en contra de Márquez solicitándole a los electores “no elijáis os conjuro a ese desaforado ambicioso porque si así lo hacéis dirá todo el mundo que sois arrastrados por el vil interés de sus promesas que no os cumplirá”.
El planteamiento posiblemente encontró eco en España donde la elección de Márquez fue invalidada cuando se conocieron las credenciales en las Cortes. En ese momento los liberales gozaban de considerable influencia en España, pero no pudieron evitar que Francisco Javier Caro volviese a ocupar la diputación de manera provisional hasta que se eligiera un nuevo titular como señala Cassá en su libro Biografías Sumarias de los Diputados de Santo Domingo en las Cortes Españolas. Al final, ninguno de los contendientes, ni Márquez ni Cidrón atravesó el Atlántico y Santo Domingo careció de una representación genuina en las Cortes.
Después de esta convulsión política Cidrón, se apartó de los asuntos políticos y se centró en sus habituales tareas educativas, aunque fortaleció su colaboración con el Arzobispo Valera y Jiménez en temas eclesiástico. Sin embargo, los textos Apología de la justificada conducta del ilustrísimo señor doctor don Pedro Valera, arzobispo de Santo Domingo y Respuesta al artículo comunicado del Duende de 24 de junio (1821) demuestran que Cidrón volvería a la palestra pública haciendo una clara defensa de la conducta del Arzobispo Valera. Frente a Valera se había ido gestando una intriga desde finales de 1820 hasta mayo de 1821 y que estaba vinculada con la alarma que produjo el rumor de que el presidente Jean Pierre Boyer se preparaba para invadir a Santo Domingo tras haber completado la unificación en Haití.