El Observatorio europeo de los impuestos registra 17 paraísos fiscales mundiales de ellos cinco se encuentran en la región del Caribe: Panamá, islas Vírgenes, Bahamas, Bermudas e islas Vírgenes. The Tax Justice Network, publicó en 2021 una versión más actualizada de estos edenes de la evasión (Corporate Tax Haven Index) que señala a 70 países corresponsables de este abuso fiscal en donde empresas y gente rica coloca el dinero para evitar la tributación correspondiente. Los tres destinos más destacados nuevamente se ubican en la región: las islas Vírgenes, Caimán y Bermudas. El 25 % del dinero asociado al ocultamiento fiscal mundial se encuentra en el Caribe. Las antiguas posesiones británicas gozan de enormes privilegios crematísticos y por ello son tildadas abiertamente en ocasiones de auténticas cuevas piratas donde se blanquea todo tipo de dinero con facilidad.

La respuesta a la notoriedad de la región en el origen de este engaño del capital la encontramos a mitad del siglo pasado y tiene que ver con el Reino Unido y los Estados Unidos. Hacia la década de los años setenta, el primero fomentó que sus colonias tuviesen bajas tasas impositivas para las empresas con el fin de atraer grandes fortunas que les permitiesen convertirse en centros financieros mundiales. En la década siguiente, al calor de la independencia de algunas de estas naciones -Bahamas 1973-, los bancos estadounidenses desembarcaron para negociar tasas impositivas mínimas con la promesa de inversiones.
La académica Susan Roberts, de la Universidad de Kentucky, en su artículo “Small place, big money: The Cayman Island and the international financial System”, afirma que en 1972 había un registro de 3000 compañías, para 1992 aumentó a 25 mil, de las cuales el 55 % eran offshore, es decir creadas exprofeso con la intención de evadir al fisco. En la actualidad hay más de 100 mil empresas que operan repitiendo la intención, un crecimiento desde luego impulsado por el desarrollo de la tecnología digital.

Lo característica principal de estas especulaciones es que no generan empleo ni riquezas, simplemente es dinero que se oculta en cuentas bancarias sin uso alguno. Por tanto, en cierta forma, se puede afirmar que es una economía ficticia al margen de la economía real. En 2019, la OCDE emitió un informe especial de las islas caribeñas que indica que el desarrollo humano de estas aumenta la mitad que en Latinoamérica y el PIB, entre 2010 y 2017, creció un modesto 0,8 %. En parte se explica por la naturaleza de una estrategia de desarrollo volcada hacia atraer fortunas que no pagan impuestos. Circunstancia que se traduce en una parálisis de la economía real que no se traduce en la creación de riquezas. Otro asunto es la competencia entre ellas por la atracción de un capital que juega, aprovechando la competencia, no solo a pagar poco sino a pagar menos. Un ejemplo es que 9 de cada 10 corporaciones, de las 200 más importantes del mundo, tienen presencia en estos paraísos fiscales y suelen mover su capital para mejorar su rendimiento sin reparo alguno. Una competencia que hace cada vez más laxas las normas de atracción.

El Observatorio Fiscal Europeo afirma que una cuarta parte de las ganancias de los bancos europeos proviene de estos lugares. Se trata de un proceder que agrava la desigualdad pues el dinero que no tributa deja un hueco en las arcas públicas que se traduce en ausencia, escasez y endeudamiento. Los países de mayor capacidad tributaria resisten mejor esta merma, los que tienen una base impositiva pequeña agravan sus problemas exponencialmente. En general los grandes países de Latinoamérica (México, Colombia, Perú y Argentina) con élites aficionadas al uso de estos paraísos fiscales (The Panama Papers) son señalados por tener economías en desarrollo con escasa recaudación de dinero público.

De un lado, estos lugares existen porque los países que en ocasiones tienen un discurso contra estos paraísos buscan atraer inversionistas otorgando beneficios fiscales. De otro lado, el inmenso poder de las empresas de tecnologías y la avaricia obscena de sus gerentes (Elon Muk, se impuso un salario de 56000 millones de dólares anuales), han puesto contra las cuerdas los sistemas de tributación nacionales creados antes de que corporaciones tecnológicas nacieran operando en cientos de países, pero con una sola sede fiscal. Aunque hoy se empieza a dibujar una agenda mundial con la BEPS (Base Erosión Public Shifting), que busca hacer que estas transnacionales paguen impuestos donde operan. Pero este será un acuerdo que necesita de cautela pues implicará cambios en las legislaciones de todos los países. Hoy ya se alcanzó un acuerdo de que paguen un 15 % aunque aún es pronto porque existen organizaciones de la sociedad civil, como Oxfam, que pugnan por una tasa mínima del 25%.

Es cuando menos llamativo, que algo que denominamos paraíso se asemeje más a una zona gris que, si bien no son ilegales, sus efectos y resultados cuando menos éticamente son más que cuestionables. El fin de estos paraísos no se ve cercano y será difícil que desaparezcan, pero tarde o temprano deberán cambiar su carácter y con ello los incentivos decrecerán, lo que quizás se traduzca en una mejora de las condiciones de vida de los habitantes de las naciones caribeñas y latinoamericanas y con ello disminuirían los flujos migratorios hacia el norte, porque al fin y al cabo nadie se quiere ir de su tierra si las condiciones de vida mejoran.

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