Desde su mismo título, Rip van Winkle empieza a desgranar significados. Salta a la vista que el mismo nombre puede significar descanse en paz y puede significar desgarrado o que está dañado, deshecho. Muchas cosas en este relato aluden a un sentido disimulado u oculto y eso es parte de su gracia. Es una mina de significados.

No hay muchas cosas originales en la historia, comenzando por el argumento, que se remonta a varias fuentes debidamente comprobadas, pero tampoco hace falta. Es la manera de contar el cuento lo que cuenta. Lo que convierte a Washington Irving en el primer bestseller o superventas de los Estados Unidos y la gran acogida que tuvo entre los anglosajones es la manera de decir, no lo que dice. La manera de seducir o atrapar al lector.

Como ocurre tantas veces en la literatura, el autor se vale de un socorrido y conocido recurso y atribuye la historia a un autor imaginario y a un manuscrito: unos papeles que este caso pertenecían a un difunto. Y así comienza la historia de Rip Van Winkle…

«La siguiente relación se encontró entre los papeles del difunto Dietrich Knickerbocker, un anciano caballero de Nueva York que se interesó profundamente por la historia de las colonias holandesas de la provincia y las costumbres de los descendientes de los primitivos pobladores. Sus investigaciones históricas no se efectuaban, sin embargo, entre libros, sino entre seres humanos, pues en los primeros no abundaban sus temas favoritos, mientras que los encontraba en los viejos burgueses y aun más en sus mujeres, que poseían enormes tesoros de aquel folclor, tan valioso para el verdadero historiador. En cuanto hallaba una auténtica familia holandesa, cuidadosamente encerrada entre sus cuatro paredes, en su casa de techo bajo, construida casi debajo de la ancha copa de algún árbol, la consideraba como un pequeño volumen y la estudiaba con el celo de un ratón de biblioteca.

»De todas estas investigaciones resultó una historia de la provincia bajo los gobernadores holandeses, que se publicó hace unos años. Existen numerosas opiniones acerca del verdadero carácter literario de ese libro, que, a decir verdad, no es lo que debería ser. Su mérito principal consiste en la escrupulosa exactitud, de la que se dudó al aparecer, pero que ha sido demostrada después sin lugar a dudas. Se le admite ahora en todas las bibliotecas de historia como un libro cuya autoridad es indiscutible.

»Aquel anciano caballero murió poco después de publicar su obra y, ahora que ha desaparecido, puede decirse, sin ofender su memoria, que su tiempo hubiera estado mucho mejor empleado si se hubiera dedicado a tareas más importantes. Tendría que seguir sus inclinaciones personales, de acuerdo con métodos propios y, aunque alguna que otra vez molestó a sus vecinos y ofendió a amigos, por los cuales sentía gran afecto, hoy se recuerdan sus errores y locuras más con lástima que con rencor y algunos empiezan a sospechar que nunca tuvo la intención de ofender a nadie. De cualquier modo que los críticos aprecien su memoria, la tienen en muy alta estima muchas personas cuya opinión puede compartirse, particularmente ciertos confiteros que en su admiración han llegado a reproducir su efigie en los pasteles de Año Nuevo, dándole así una oportunidad de hacerse inmortal, casi equivalente a la que proporciona una medalla de Waterloo o de la reina Ana».


La palabra Knickerbocker es el nombre de unos pantalones cortos, arremangados bajo las rodillas, muy usados entre los colonos holandeses de Manhattan, y hoy, gracias a Washington Irvirng, se aplica a los descendientes de holandeses y a los neoyorquinos en general. Desde luego es también el nombre de un equipo de baloncesto, los muy famosos New York Knickerbockers o simplemente New York Knick…Introducir palabras en el idioma y modificar su sentido era parte de las habilidades de Irving. Al igual que su fuerza descriptiva. En unas cuantas palabras crea un personaje y crea un mundo. O por lo menos un escenario que lo parece.

El escenario de Rip van Winkle, que Washington Irving conoció de pequeño y a cuyo encanto sucumbió, es el de las celebradas montañas de Kaatskill (Catskill) en la entonces bucólica ruta del río Hudson, unas montañas mágicas con colores cambiantes que permiten a sus habitantes predecir el tiempo. Al pie de esas montañas se encontraba en esa época un poblado fundado por colonos holandeses, una villa soñolienta al pie de unas montañas como de cuentos de hadas, un lugar de ensueño, con incontables fuentes de agua: arroyos y cascadas, manantiales y riachuelos y cañadas, misteriosas cavernas y vaporosos seres, quizás incluso duendes… La amorosa y nostálgica descripción que hace Washington Irving de estos parajes transportan suavemente al lector por una especie de acuarela, un ambiente de fantasía realista:

«Cualquier persona que haya viajado río arriba por el Hudson, recordará los montes Kaatskill. Son un desprendimiento aislado del gran sistema orográfico de los Apalaches. Se les ve al oeste del río elevándose lentamente hasta considerables alturas y enseñoreándose del país circundante. Todo cambio de estación o del tiempo, hasta cada hora del día, producen alguna modificación en las mágicas formas de estas montañas; todas las buenas mujeres de los alrededores, y hasta las de lejos, tienen a esos montes por barómetros perfectos. Cuando el tiempo es bueno y se mantiene así, parecen revestirse de azul y púrpura y se destacan nítidamente sobre el fondo azul del cielo; algunas veces cuando el firmamento de la región está completamente limpio de nubes, alrededor de sus picos se forma una corona de grises vapores, que al recibir los últimos reflejos del sol poniente despiden rayos como aureola de un santo.

»A los pies de estas bellas montañas, el viajero habrá percibido columnas de humo que se desprenden de un villorrio cuyos techos se destacan entre los árboles, allí donde la coloración azul de las tierras altas se confunde con el verde esmeralda de la vegetación de las bajas. Es una pequeña villa de gran antigüedad, pues fue fundada por los primeros colonos holandeses, en los primeros tiempos de la provincia, al iniciarse el período de gobierno de Pedro Stuyvesant, a quien Dios tenga en su gloria; hasta hace unos pocos años, todavía quedaban algunas de las casas de los primeros colonos. Eran edificios construidos de ladrillos amarillos, traídos de Holanda».


Como se puede apreciar, Irving pone mucho cuidado en los detalles. Solo después de haber consolidado debidamente la ambientación del paisaje, el marco geográfico de la historia, introducirá al protagonista:
«En aquella misma villa y en una de esas mismas casas (que, a decir verdad, el tiempo y los años habían maltratado bastante), vivió hace ya de esto mucho tiempo, cuando el territorio era todavía una provincia inglesa, un buen hombre que se llamaba Rip Van Winkle».

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