El joven Goodman Brown no podía creer lo que le había dicho el diablo sobre su supuesta amistad con su padre y con su abuelo. Era demasiado para asimilar. Sin embargo, a continuación se enteraría de que el diablo no era un tipo tan aborrecido como se suponía. Al parecer era o parecía ser sociable:

«…tengo muchas amistades aquí en Nueva Inglaterra, los diáconos de muchas iglesias han bebido conmigo el vino de la comunión; los notables de varias ciudades me han hecho su presidente; y casi todos los miembros del Gran Consejo General son firmes defensores de mis intereses. El gobernador y yo también…, pero esto son secretos de Estado».

Con mayor estupor descubriría el joven Brown que el pastor del pueblo de Salem, «ese venerable anciano», al igual que la dolce Goody Cloyse, también formaban parte de su círculo de amistades, una especie de cofradía.

Goody Cloyse era «una dama piadosísima y ejemplar, que le había enseñado el catecismo en su juventud y que todavía seguía siendo su consejera moral y espiritual, junto con el pastor y el diácono Gookin»… Cuál no sería, pues, la sorpresa de Brown al encontrarla casualmente en el bosque caminando o corriendo con mucha determinación y premura.

«—Es realmente increíble que Goody Cloyse se interne tanto en la espesura a la caída de la noche —dijo—. Pero con vuestra venia, amigo, daré un rodeo a través de la arboleda hasta que hayamos dejado atrás a esta cristiana mujer. Como no la conocéis podría preguntarme quién me acompaña y adónde me dirijo.
»—Sea como dices —dijo su compañero de viaje—. Ve tú entre los árboles y deja que yo siga mi camino.

»Así pues, el joven se apartó, pero teniendo cuidado de no perder de vista a su compañero, que avanzó lentamente por el camino hasta que hubo dado alcance a la anciana dama. Mientras tanto, esta corría a toda prisa, con una presteza bien singular en una mujer tan entrada en años, musitando al tiempo que caminaba palabras ininteligibles, sin duda una plegaria. El viajero alzó su bastón y tocó su marchita nuca con lo que parecía la cola de la serpiente.

»—¡El diablo! —gritó la piadosa anciana.

»—¡Así que Goody Cloyse reconoce a su viejo amigo! —observó el viajero, encarándosele mientras se apoyaba en su serpenteante bastón.

»—¡Ah!, desde luego. ¿Así que es vuesa merced en persona? —exclamó la buena señora—. Ah, sí que lo es, con la misma imagen de mi viejo compadre, Goodman Brown, el abuelo del idiota de ahora ».

»Pero ¿querrá creerlo vuesa merced?, mi escoba ha desaparecido sorprendentemente, robada, sospecho, por Goody Coory, esa bruja a la que todavía no han colgado, y precisamente, cuando estaba yo bien untada con el bálsamo de ojo de apio silvestre, cincoenrama y acónito…

»—Mezclado con harina de trigo y la grasa de un niño recién nacido —dijo el doble del viejo Goodman Brown.

»—Ah, vuesa merced conoce la receta —exclamó la anciana, lanzando una estruendosa carcajada—. Así pues, como iba diciendo, preparada ya para la reunión y sin montura me hice a la idea de ir caminando, pues me han dicho que esta noche comulga un guapo joven. Pero ahora vuesa merced me dará su brazo y estaremos allí en un abrir y cerrar de ojos.

»—Eso no es posible —respondió su amigo—. No puedo darle mi brazo, Goody Cloyse; pero aquí está mi bastón, si lo desea.

»Diciendo esto, lo arrojó a sus pies, donde cobró vida propia, pues era una de aquellas varas prestadas hace mucho tiempo a los magos egipcios.

»Sin embargo, Goodman Brown no pudo percatarse de esto último. Había elevado sus ojos al cielo lleno de asombro y al volver a bajarlos no vio a Goody Cloyse ni el bastón serpenteante, sino a su compañero de viaje, que le esperaba solitario y tan tranquilo como si nada hubiera ocurrido.

»—Esa anciana fue la que me enseñó el catecismo —dijo el joven; y en tan escueto comentario latía todo un mundo de significaciones».

Lo peor es que, por lo que había dicho Goody Cloyse, el «idiota de ahora» y el «guapo joven» que comulgaba esa noche parecían ser él mismo Goodman Brown. Todo indicaba que se trataba de un oscuro rito de iniciación y el iniciado era él. Ahora se enteraba, ahora entendía el significado de su presencia en ese lugar.

Con una firme y decidida determinación se dirigió entonces al diablo:

»—Amigo —dijo en tono obstinado—, estoy decidido. No daré un paso más en esta expedición. ¿Qué me importa a mí que una despreciable vieja haya optado por entregarse al diablo, cuando yo creía que iba derecha al cielo? ¿Es esa una razón para que yo abandone a mi querida Fe y me vaya tras ella?».

El diablo le pidió que descansara, que lo pensara un rato. Luego desapareció y lo dejó sólo en el bosque, disfrutando de las más dulces cavilaciones y felicitándose a sí mismo por la decisión que había tomado. Esa noche dormiría plácidamente en su cama con su amada Fe.

«En medio de tan placenteras y loables meditaciones, Goodman Brown oyó un trote de caballos por el camino y consideró aconsejable ocultarse entre el follaje, consciente del culpable propósito que le había llevado hasta allí, aunque ahora lo hubiera felizmente abandonado».

La oscuridad del bosque no le permitía ver más que sombras y difusas siluetas, pero la conversación llegaba con claridad a sus oídos y lo llenaría de estupefacción y terror.

«… hubiera jurado, caso de ser eso posible, haber reconocido las voces del pastor y del diácono Gookin, cabalgando tranquilamente, como solían hacerlo cuando se dirigían a una ordenación o a algún consejo eclesiástico. Todavía se les oía cuando uno de los jinetes se detuvo para coger una varita.

»—Si tuviera que elegir entre las dos cosas, reverendo —dijo la que parecía la voz del diácono—, antes hubiera preferido perderme una cena de ordenación que la reunión de esta noche. Me han dicho que vendrán algunos miembros de nuestra comunidad de Falmouth, y aún de más lejos, otros de Connecticut y Rhode Island, además de varios hechiceros indios, quienes, a su manera, son tan entendidos en las cosas del diablo como los más aventajados de entre nosotros. Por si fuera poco, se administrará la comunión a una hermosa muchacha».

El joven se estremeció. Las voces que escuchaba eran las de los más respetados guías espirituales del pueblo, las últimas personas que hubiera esperado encontrar en ese lugar.

«—¿Adónde, pues, podrían dirigirse aquellos santos varones que se adentraban en la pagana espesura? —el joven Goodman Brown se agarró a un árbol para sujetarse, pues estaba a punto de desmayarse, desfallecido y abrumado por el peso que acababa de caer en su corazón. Miró hacia el cielo, dudando de si realmente habría uno sobre su cabeza. Y efectivamente allí estaba la bóveda azul en la que brillaban las estrellas.

»—¡Con el cielo arriba y Fe abajo me mantendré firme ante el diablo! —gritó Goodman Brown».
La verdadera pesadilla no había, sin embargo empezado para el joven Brown. Muy pronto escucharía «un confuso e incierto rumor de voces», «creyó distinguir el habla de las gentes de la aldea, de sus paisanos y paisanas, los piadosos y los impíos», «timbres familiares de voz, oídos diariamente al amanecer en el pueblo de Salem». Finalmente «oyó la voz de una muchacha prorrumpiendo en lamentaciones…»:

“—¡Fe! —gritó Goodman Brown, con voz de angustia y desesperación; y el eco del bosque se burlaba repitiendo: «¡Fe! ¡Fe!», como si fuesen muchos los desgraciados que la buscaban, perdidos en medio de la espesura».

En este punto el joven no podía con su alma, se estaba desmoronando, sintiendo que se moría por dentro.

»Sobre Goodman Brown brillaba un cielo despejado y silencioso. Pero algo bajó revoloteando levemente, algo que al final se quedó prendido en la rama de un árbol. El joven lo tomó y vio que se trataba de una cinta rosa.

»—¡Mi Fe se ha ido! —gritó tras un momento de estupefacción—. No existe el bien sobre la tierra; y el pecado no es más que una palabra; ven, diablo; tuyo es este mundo»..

Fe se lo había pedido esa tarde en el momento de la despedida. Le dijo «te suplico que aplaces tu viaje hasta el amanecer y que duermas esta noche en tu cama». Ahora la había perdido. Había perdido a Fe, toda su fe.

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