Decía Borges que la «historia de las letras americanas» puede inaugurarse «con el examen de Hawthorne, el soñador». El soñador Nataniel Hawthorne.
A renglón seguido afirma:
«Algo anteriores en el tiempo hay otros escritores americanos —Fenimore Cooper, una suerte de Eduardo Gutiérrez infinitamente inferior a Eduardo Gutiérrez; Washington Irving, urdidor de agradables españoladas— pero podemos olvidarlos sin riesgo».
Borges, como puede verse, ni siquiera menciona a Charles Brockden Brown y desprecia a los que menciona. No tiene en cuenta que la literatura tiene importancia histórica y no sólo literaria. Además, Borges era un radical, en su panteón literario sólo tenía cabida para dioses mayores y Nathaniel Hawthorne lo era. Hawthorne es en efecto, uno de los grandes escritores de la literatura usamericana, aunque no necesariamente el fundador. Uno de los grandes nombres de las letras del siglo XIX.
Hawthorne era uno de esos escritores puros, de los que sólo viven para escribir y sólo escriben para vivir, un escritor inseparable de su obra. La vida de Hawthorne forma un solo cuerpo y una sola alma con sus escritos. Un sólo sueño.
Basta decir que nació en Salem. Massachusetts, en 1804. El puerto de Salem, uno de los lugares del mundo donde menos me hubiera gustado nacer. En la santurrona Salem, con su asfixiante clima de puritanismo calvinista y un sistema educativo poco menos que represivo (sometida desde su fundación en 1626 al terror religioso), habían ocurrido los peores casos de intolerancia y la más famosa cacería de brujas de la historia. Casi doscientas personas, sobre todo mujeres, fueron acusadas y puntualmente torturadas entre 1692 y 1693, y unas veinte fueron ejecutadas.
En las ciudades calvinistas, las actividades recreativas estaban mal vistas o prohibidas, y eso incluía el baile y el teatro y los juegos y también la música que no fuera religiosa. Hasta escribir cuentos o novelas era pecaminoso. Se inculcaba en la población un sentimiento de culpa y de pecado. El temor a Dios, y sobre todo a la autoridad que decía representarlo.
Para peor, Hawthorne tenía vínculos de sangre con el puritanismo, vínculos hereditarios. Su tatarabuelo, William Hathorne había sido uno de los primeros colonos en establecerse en Salem, y entre sus antepasados figura un terrible juez llamado John Hathorne, que ganó fama por ser el único que se vio envuelto en el juicio de las supuestas brujas y nunca manifestó remordimiento o arrepentimiento. Además, aparte de brujas, los Hathorne también persiguieron cuáqueros. Esa sería la razón de que el escritor se modificara el apellido, añadiendo una w para diferenciar o ocultar el parentesco, quizás porque se sentía manchado por la sangre que habían derramado sus ancestros.
En Salem vivió Hawthorne hasta 1836, o sea treinta y dos años, y seguiría yendo y viniendo. De hecho, como afirman sus biógrafos nunca salió mentalmente. Seguiría siendo un puritano acosado por el sentido de la culpa y por pecados que no había cometido, el puritano que desaprobaba la desnudez de las estatuas de los escultores modernos. Incluso, como dice Borges, el mismo ejercicio de la literatura podía parecerle y le parecía pecaminoso.
Durante un largo periodo de su vida, y desde muy temprana edad, Hawthorne solía recluirse para escribir unos extraños cuentos, se encerraba, por días enteros, como un monje en su propia habitación, en su «nido de búho» hasta el caer de la tarde. Pero el hábito terminó convirtiéndose en una prisión, una adicción, dejó de ser voluntario y le costó mucho esfuerzo y mucho tiempo librarse. Lo dice en una carta que el año1837 le escribió al poeta Longfellow:
«Me he recluido; sin el menor propósito de hacerlo, sin la menor sospecha de que eso iba a ocurrirme. Me he convertido en un prisionero, me he encerrado en un calabozo, y ahora ya no doy con la llave, y aunque estuviera abierta la puerta, casi me daría miedo salir».
Hawthorne habitaba pues en un mundo interior y en compañía de seres poco recomendables, dictados por su imaginación: fanáticos religiosos y descarriados, exaltados, brujas y demonios, todo el pandemonio puritano. Muchos de los cuentos que escribía terminaban en la hoguera y unos pocos habían sido dados a conocer sin pena y sin gloria en periódicos y revistas.
Vivió, pues, en un insalubre anonimato hasta la gloriosa publicación de «Cuentos dos veces contados» (1837), o «Cuentos otra vez contados, como traduce Cortázar. Cuentos siniestros, muchos de ellos, y muchas veces de contenido moralista, un «moralismo plomizo», con el que quizás creía compensar el grave pecado de su dedicación a la escritura… Si acaso su puritanismo no era falso, como argumentan algunos críticos. Si acaso el puritanismo no es más que una fachada.
Después se casaría, viviría en otras ciudades más progresistas, se establecería brevemente en una comunidad utópica trascendentalista, fue vecino de Emerson y Thoreau, vivió en varias ciudades europeas, quizás trataría de sacudirse su camisa de fuerza puritana, la ideología religiosa que lo marcó de por vida, tal vez ensancharía sus horizontes… Según lo que dice Borges, «su realidad fue, siempre, el tenue mundo crepuscular, o lunar, de las imaginaciones fantásticas». Quizás seguiría viviendo en Salem.
En 1854, publicó otro respetable libro de cuentos, «Musgos de una vieja mansión». También publicó novelas que alcanzaron renombre y contribuyeron a cimentar su fama. La más celebrada de todas es «La letra escarlata» (1850), pero también es muy apreciada «La casa de los siete tejados»(1851), y en menor medida «La novela de Blithdale» (1852) y «El fauno de mármol»… Con anterioridad había publicado anónimamente otra de la que no quería saber, titulada «Fanshawe».
Borges da mucho menos importancia a su novelas que a sus cuentos y asegura que es en estos donde mejor se da «la riqueza de su imaginación».
Edgar Allan Poe también lo admira más como cuentista y lo celebra en grande:
«Diremos enfáticamente de los cuentos de Mr. Hawthorne que pertenecen a la más alta esfera del arte, esa esfera que sólo se somete al genio en su expresión más cumplida. Habíamos supuesto -con buenas razones- que el autor había llegado a su situación actual por obra de una de esas descaradas diques que acosan a nuestra literatura, y cuyas pretensiones habremos de denunciar en otra oportunidad; pero, afortunadamente, nos engañábamos. Muy pocas obras conocemos que un crítico pueda elogiar con mayor honradez que Twice-Told Tales. Como norteamericanos, nos sentimos orgullosos de este libro.
»Los rasgos distintivos de Mr. Hawthorne son la invención, la creación, la imaginación y la originalidad -rasgos que, en la literatura de ficción, valen acentuadamente más que todo el resto. Pero la naturaleza de la originalidad, por lo menos en lo referente a su manifestación en las letras, suele ser mal entendida. La inteligencia inventiva u original se manifiesta tanto en la novedad del tono como en la del tema. Mr. Hawthorne es original en todos los sentidos». (Hawthorne, «Edgar Allan Poe», traducción: Julio Cortázar).
Harold Bloom, en cambio, lo alaba como novelista: « afirma que Hawthorne, junto con James y Faulkner, es el principal novelista estadounidense de todos los tiempos. Y La letra escarlata se destaca como una de las mejores novelas estadounidenses de todos los tiempos, solo superada por Moby-Dick como la Gran Novela Americana».