La moda es una herramienta que refleja la sociedad del momento. Es una manifestación de los usos, modos o costumbres que están en boga durante un determinado período de tiempo. Surge en un lugar determinado y puede expandirse a hacia otros. Cada época, sin importar la región del mundo, tiene su moda, su manera característica de vestir, vivir y convivir. Por eso es posible determinar una época tan solo con ver la vestimenta, los adornos, calzados o cualquier otro elemento de uso de la persona o sociedad.
Pero detrás de la moda hay algo más, pues imponer una moda o norma de vestir, es un acto de dominación. Por eso cuando el individuo utiliza la moda, demuestra que acepta las costumbres, las normas y admite el control que impone la sociedad y los gobernantes, en definitiva, se subordina al poder. Por otro lado, al rechazarla se demuestra resistencia a la cultura que predomina, a las normas y al control. Incluso, algunos la utilizan para aparentar un estatus, muchas veces inalcanzable. La moda se volvió un asunto político por su influencia en el comercio y las manufacturas.
En la Europa del siglo XVIII, conocido como el siglo de las Luces o la Ilustración, la moda tuvo una gran influencia y claramente fue el reflejo de los procesos sociales, políticos, económicos y científicos. En ese momento la razón lo era todo y se negaba cualquier otra forma de conocimiento que no procediera del análisis racional. Las creencias populares y la religión se consideraban como meras supersticiones.
Esta nueva manera de ver el mundo llegó al Caribe, así como la superficialidad característica de la vida mundana, la moda y las costumbres que comienzan a influenciar en el gusto de las élites locales y criollas, que quieren actuar y vestir igual que los europeos, buscando una relación de algún modo estética con los demás y mostrar que también pertenecen al sistema, que eran ciudadanos y que no eran inferiores. De alguna manera querían borrar el imaginario que existía sobre la relación entre los pueblos «civilizados» y los «primitivos» como muchos veían a los territorios de ultramar. Además, el vestir y actuar al estilo europeo se convirtió en una manera de alejarse del arquetipo del Buen Salvaje que circulaba en esos momentos. Coincide además con la llegada de una gran cantidad de emigrantes que dinamizan la región.
La élite caribeña, así como los nuevos ricos que surgen con el crecimiento económico, comienzan a usar la moda cortesana europea de vestir con trajes elaborados, pelucas empolvadas, sombreros y extravagantes peinados. Como prenda militar, los uniformes imitaban la moda del momento incluyendo la peluca, y se popularizó el sombrero de tres y dos picos. Esta nueva forma de vestir caló en las clases populares que asumieron de inmediato, a tal punto que la prohibición de usar capas largas y sombreros redondos de grandes alas caídas o chambergo impuesta por un decreto del Marqués de Esquilache el 10 de marzo de 1766, generó un motín en inicio en Madrid hasta alcanzar 36 municipios. En el decreto, el marqués invitaba a sustituirlos por capa corta y sombrero de tres picos, con el objetivo de evitar que malhechores se escondieran tras estas prendas.
Pero sin lugar a duda, las pelucas de los hombres y los peinados extravagantes de las mujeres eran los accesorios que más llamaba la atención, a pesar de que el uso de peluca no era nada nuevo pues había sido utilizado por egipcios, asirios, fenicios, judíos, griegos y romanos, entre otras culturas occidentales, así como por chinos y japoneses.
A raíz del reinado de Luis XIV, rey de Francia, la peluca o peruca, había pasado de satisfacer necesidades físicas y estética a ser parte de la vida social y política de algunos países. Como buen influencer que era Luis XIV, impuso el uso de pelucas no solo en su corte, sino también en casi todas las cortes europeas y entre la burguesía, los gobernantes, clérigos y miembros de las milicias. A partir de 1715, las pelucas comenzaron a empolvarse diariamente, las masculinas de blanco y las femeninas de colores pastel, como rosa, violeta o azul, y muy pocas se usaban sin empolvar. Por lo regular para empolvar se usaba almidón de arroz o de papas lo que hacía necesario que la persona se tapara la cara con un cono de papel grueso que evitar las molestias del polvo.
El largo del cabello se convirtió en un sello distintivo socialmente, mientras más largo más aristocracia. Además, ser calvo llegó a considerarse una debilidad física y se asociaba a enfermedades como la sífilis. La peluca se convirtió en una prenda de uso obligatorio para los hombres de buen rango social. Las mujeres campesinas libres solían mantenerlo recogido y oculto debajo de sus bonetes o gorros, para marcar la división social. Para demostrar poder y sumisión, a los esclavos y prisioneros se les rapaba completamente el cabello, y a los monjes y clérigos se les practicaba la tonsura, que es un corte del pelo de la coronilla. El encargado de cortar, peinar y acondicionar el cabello y las pelucas era el barbero, quien llegó a especializarse llamándose peluquero.
En el Caribe también se usó la peluca empolvada y el cabello largo recogido con una coleta o trenza, que fue adoptado por la élite criolla, militares, sobre todo de alto rango, algunos eclesiásticos y gente del pueblo, aunque la mayoría de la gente sencilla usaba su pelo natural pero un poco largo.
Poco se conoce sobre el uso de peluca en el Caribe insular, apenas se menciona y solo se aprecia en cuadros y grabados de la época. Un ejemplo de ello es el medallón realizado por el pintor Diego José Hilaris, entre 1760-1790, el cual narra la llegada de la virgen de la Altagracia al puerto de Santo Domingo. En el medallón se muestra el pueblo junto a las jerarquías eclesiásticas, civiles y militares, donde muchos llevan pelucas blancas. Asimismo, en un retrato realizado entre 1771 y 1779, a José de Solano y Bote Carrasco y Díaz, capitán general de Santo Domingo, se muestra al capitán con peluca blanca.
También, el retrato de Toussaint Louverture realizado por el pintor Nicolas Eustache Maurin (1838), muestra el uso de peluca blanca, así como el retrato realizado en 1790 a Vicente Ogé, primer mártir de la revolución haitiana, por Jean-Baptiste Fouquet.
Igualmente, el famoso pintor italiano Agostino Brunias, quien ha dejado una importante colección de cuadros sobre las Indias Occidentales de finales del siglo XVIII, destaca en sus cuadros el uso de pelucas empolvadas, sombreros y turbantes extravagantes, por parte de la élite y población criolla, mulata y negros libres del Caribe insular.
En la economía colonial de finales del siglo XVIII, el comercio de “polvo para pelucas” era un reglón importante. Por ejemplo, el bergantín “La Purísima Concepción”, de 220 toneladas, que zarpó el 12 de abril de 1779 de Barcelona hacia Montecristi, transportaba 22 quintales de polvo para pelucas por un valor de 1,760 reales, lo cual indica que esta mercancía era el 1% de la mercancía que transportaba este bergantín. En ese momento, en la zona urbana de Montecristi vivían unas 1,032 personas y en la zona rural 344. Esto indica que cada habitante de la zona urbana consumía unas 4.70 libras de polvo para peluca.
Lo curioso es saber que la élite criolla y mucha gente del pueblo adoptó la moda cortesana con la intención de que en Europa lo vieran como un súbdito más y en América como un europeo próspero, sin percatarse de que el uso de peluca era un elemento de sumisión a la autoridad europea. Con el paso del tiempo, el significado de la peluca ha ido desapareciendo, pero la moda sigue imponiéndose y controlando la sociedad.