Al llegar de Cuba, luego de mis estudios de Historia del Arte en la Universidad de La Habana, tuve la suerte de entrar en contacto con buena parte de las grandes figuras del arte nacional, entre ellas, el maestro Guillo Pérez.
Se preguntarán por qué traigo esto a colación, precisamente ahora que el maestro ya no está, pero creo que la nostalgia me persigue y, vendría bien compartir con mis lectores mi grata experiencia junto al maestro Pérez y su familia.
Resulta que nada es fortuito en la vida, muchas cosas se interconectan y, lo mejor del mundo, es ir construyendo lazos de amistad en nuestro paso por el mundo. Así, porque son los amigos los que mejor nos posicionan. Una tarde, habiendo conocido en Bélgica a mi querida amiga Lucy Martínez, esta me llama y me dice que tiene una sorpresa para mí, quería presentarme con el maestro Guillo Pérez y que me encargara de coordinar una exposición de sus obras en Zúrich, Suiza.
El primer encuentro fue en la plaza Acrópolis en Santo Domingo donde el maestro tenía D’ Guillermo Galería. Un tanto nerviosa por la impresión que causa reunirse con una mente tan genial y creativa como la de Guillo Pérez, tuve a bien presentarme, fue amor a primera vista. Al saber de mi formación en Cuba, de inmediato me participó su admiración por la cultura cubana y empezó a compartir varias anécdotas de su etapa de estudiante. Yo quería grabarlo todo, estaba extasiada de escucharle con una memoria tan prodigiosa, ya con unos años encima.
Desde aquella tarde-noche, seguí en contacto con el maestro y toda su familia, porque Doña Amalia Linares de Pérez su fiel compañera, se ocupó de estrechar los vínculos cada vez más.
Empecé a estudiar la obra del maestro a hundirme en sus texturas y, sobre todo, a disfrutar del colorido que inunda sus cuadros. Escucharle hablar de su delirio por el Cibao me hacía admirarle por ser esas tierras tan suyas como mías dado el sentido de pertenencia. Continuará.