David Ortiz entró al Salón de la Fama después de Marichal, Pedro y Vladimir. Se cumplen, ahora en julio, 62 años de la llegada del “Monstruo de Laguna Verde” a las Grandes Ligas. En 16 temporadas ganó 243 juegos. Su más importante, sin duda lo fue el duelo con Warren Spahn que me sirvió para escribir un libro, “Juan Marichal, 16 innings”, del que, como homenaje y admiración, presento aquí el primer inning.
El partido del 2 de julio de 1963 en el Candlestick Park de San Francisco entre los Gigantes y los Bravos de Milwaukee es, me lo dijo Adela, uno de los juegos más importantes que jamás se haya jugado en las Grandes Ligas de Béisbol. (…)
El libro recoge con detalle esa historia inning por inning, que no es un rulo, bateador tras bateador. Esto es un juegazo narrado con pelos y señales. De vez en cuando se oyen, mientras se lee, los gritos de los vendedores de cerveza, gaseosas, o hot dogs, los pitos de los barcos que circulaban por la bahía de San Francisco, y hasta los alaridos de los presos de la isla de Alcatraz cuando los sentaban en la silla eléctrica. Pero, atención, esto es un libro de pelota tan equilibrado que ninguno de los dos píchers se cae en ningún momento, a pesar de levantar la pata más alta que el carajo, como si entre ellos hubiese una competencia del que toque las nubes con los spikes.
1 INNING
Los Bravos de Milwaukee se enfrentan a los Gigantes de San Francisco. ¿Quién va a ganar, Marichal o Spahn? Eso es lo que tenía en mente todo el que fue a ver este gran duelo que a muchos hacía recordar el de Muhammad Alí contra Sony Liston. Como si en la pelota no jugaran otros peloteros. Siempre que se celebra un evento deportivo, la gente acude entusiasmada, estimulada por la admiración a figuras destacadas. El enfrentamiento anunciado entre Juan Marichal y Warren Spahn tiene esa connotación y no es para menos. Ya Marichal, con apenas 3 años jugados, había conseguido suficiente fama y Warren Spahn mucho más por su mayor trayectoria de gran lanzador. El 13 de agosto de 1961, a la edad de 40 años, logró su victoria 300 contra los Cubs de Chicago.
No se puede hablar de un combate racial, puesto que los mismos Bravos tenían varios jugadores de “color”, sí de color, así es como llamaban a los negros, un eufemismo que reeplaza niggers, que siempre los ha insultado. Tampoco estamos en 1910 para presenciar la pelea entre Jack Johnson y James Jeffries, la que Jack London describió magistralmente en una serie de crónicas para el The New York Herald recogidas luego en su libro El combate del siglo. En realidad, el título en la versión española exageraba bastante al que London le dio: Jeffries-Johnson fight.
Pero para nosotros, latinoamericanos, sí constituía una batalla. Como lo sigue siendo hoy cada vez que nos identificamos con los tablazos de David Ortiz en un Boston que no acaba de entender que las razas no existen, que solo la raza humana domina la fauna del planeta con características diferentes, en función de su adaptación al clima.
Minie Miñoso del equipo Cubans of New York, de la Liga Negra, se moría de la risa “…nunca que visto tantos negros juntos en toda mi vida como en este juego”. Jugaban en el Yankee Stadium.
Ese 2 de julio, Mr. Elmer Brown, un profesor de deporte de Santa Rosa High School, cruzó el Golden Gate de norte a sur en su Oldsmobile y siguió por la ruta 101, pasó por la Paul Avenue, dobló a su derecha hasta llegar a la Jamestown Avenue que lo condujo al Candlestick Park. Miles de fanáticos pasarían esa tardecita por esa avenida hasta casi llenar el estacionamiento.
¿Le ganaría Marichal a Spahn? Muy difícil.
Después de oír el himno nacional, los jugadores de los Gigantes buscaron sus respectivas posiciones en el terreno y se lanzaron pelotas para cumplir con un ritual parecido al que realizaban los músicos antes de empezar un concierto en las retretas de los parques dominicanos. Marichal hacía lo mismo con el quécher a modo de ejercicio de calentamiento. Los Bravos ya estaban listos blandiendo los bates próximos al home.
(Turno1) El ampaya Ken Burkhart cantó play ball e inmediatamente Lee Maye, defensor del left, se colocó a la zurda en la caja de bateo. Ed Bailey, el quécher de los Gigantes, le indicó a Marichal la primera señal y el primer lanzamiento fue una recta mitad mitad de la mascota para el primer strike.
Marichal parecía calmo, a pesar de que masticaba chicle con cierto nerviosismo. Se quitó la gorra para ponérsela al instante, táctica dilatoria que le permite a los píchers, pequeños momentos de reposo entre tiro y tiro. Nuevamente empezó su característico swing llevando la bola al guante por encima de su cabeza y levantando la pierna izquierda tan alta como si quisiera señalar que pasaba una gaviota por el cielo. Sin perder de vista a Maye, Marichal se balanceó hacia delante soltando una curva que rompió hacia adentro y que el ampaya no vaciló en cantar como segundo strike. Él sabe que ya no está en el equipo Las Flores de Montecristi.
Lee Maye ya estaba en el hoyo 0-2, cero bola y dos strikes.
Arthur Lee Maye, un moreno alto de 6’2”, lucía el número 24 en la espalda de su uniforme muy parecido a Willie Mays, diría un chino de Chinatown. “…Tolos los neglos son iguales, Minnie Miñoso, Aalon, Lobinson, Gibson”. Al próximo lanzamiento Maye le dio sólidamente a la pelota; pero su pie derecho estaba ligeramente hacia afuera y el batazo resultó ser de fao por la línea de primera. Maye batea a la zurda aunque lanza a la derecha; es algo que algunos bateadores aprenden para dificultarle el trabajo y contrariar al lanzador, bateándole con el lado opuesto.
No hay que confundir a Lee Maye con Lee May, el primera base de Cincinnati. El próximo lanzamiento de Marichal fue un tirabuzón al que Maye le hizo swing sacando un globito que Peruchín Cepeda atrapó en primera base.
(T2) El turno le correspondía ahora al segunda base Frank Bolling, bateador derecho. Después de dos lanzamientos malos, Marichal le envió una recta que Bolling enganchó para sacar una línea de hit hacia el left field.
(T3) El tercer bate era el famosísimo derecho Hank Aaron, quien defendía el campo derecho. Con 31 años y algunas temporadas jugadas, Aaron era uno de los más sólidos bateadores de la liga. Empezó a los veinte en 1954. Jugador amable y humilde, que reflejaba en su caminar los años de esclavitud de sus ancestros y que estuvo a punto de ingresar al Béisbol Mayor con los mismos Gigantes contra los que hoy jugaba. Una diferencia de 50 dólares al mes de más hizo que prefiriera a los Bravos de Milwaukee.
El primer lanzamiento de Marichal fue una recta pegada que le cortó la respiración. Con una bola y sin strikes chocó el segundo tiro y sacó un flaicito de fao a primera. Cepeda ni se movió de la almohadilla.
(T4) El cuarto bate de los Bravos se presentó al home. Eddie Mathews tenía 31 años en esa temporada y fue uno de los jóvenes más poderosos con el leño cuando ingresó al béisbol en 1952.
Marichal lo conocía muy bien. En un juego precedente, en abril, logró una blanqueada (6-0) en la que lo dominó. Ahora lo tenía frente a frente de nuevo. El primer lanzamiento fue una curva tan bien lograda que, si se dibujara fuera, un perfecto garabato. Mathews la dejó pasar y el ampaya gritó detrás del quécher: STRIKE ONE!
Luego de una bola y un fao atrás, Marichal le lanzó otra curva que el tercera base abanicó con todas sus fuerzas. Desde el Hotel Jaragua, Radio Universal retransmitía el juego y Billy Berroa no titubeó en agregar, ¡PONCHAO! Ya el juego se le estaba pareciendo a aquel del 19 de julio de 1960, su primero, cuando permitió un solo hit de Clay Dalrymple de los Filis.
Los Bravos salieron de la cueva bajo un cielo que escondía sus últimas nubes y en ese manto de oscuridad Warren Spahn y su quécher empezaron a calentar. El tiro certero a segunda de Dell Crandall indicaba el fin de las prácticas, al tiempo que se presentaba Harvey Kuenn con el madero.
La complicidad con que Spahn y Crandall se manejaban indicaba que no había posibilidad de errores en la comunicación y que los bateadores de San Francisco serían fáciles presas del zurdo veterano de los Bravos.
(T1) Efectivamente, luego de un primer strike cantado en que el tercera base contrario ni la vio, Spahn le mandó una recta de humo que resultó ser un flaicito al siore. Spahn tenía un estilo idéntico al de Marichal. Parecía una competencia de quién levantaba el zapato más alto durante los lanzamientos. A Warren le había dado resultado, dada la cantidad de juegos ganados hasta ese día. Pocos lanzadores adoptaron este estilo tan particular y aparentemente exigente físicamente. Anteriormente a Spahn y Marichal, Carl Hubbell había sido el único y logró 253 victorias y 154 reveses en su carrera. Justamente Hubbell había lucido el mismo uniforme que Mays cuando los Gigantes estaban en New York y se fue a San Francisco como instructor de picheo. Hubbell jugó con los Gigantes de New York de 1928 a 1943. Luego siguió como entrenador hasta el fin de su vida, en 1988.
(T2)Después del globito al siore de Kuenn, empezaba la batería más terrible de la Liga Nacional. Así pues hizo aparición en el plato el gran Willie Mays que ha sido un Gigante desde 1951, con excepción del 53 en que lo obligaron al servicio militar voluntario. Spahn y Crandall se pusieron de acuerdo y el primer lanzamiento fue una bola hacia afuera. El próximo lanzamiento venía con un humazo al que Mays le hizo un tremendo swing. La pelota de fao fue a parar a las gradas.
Una próxima curva de Spahn se fue al mismo sitio, para felicidad de un fanático que la atrapó a mano pelá por los bleachers de la izquierda. Crandall entonces le pidió el mismo tiro del inicio, pero Mays la dejó pasar y el ampaya cantó strike. El ponche de Mays le devolvió la calma momentáneamente al pícher y a cualquiera porque sabía que Mays había dado 49 jonrones el año pasado y el anterior 40.
(T3) Ahora se enfrentaba al gran Willie McCovey, un muchachón enorme que defiende el left field y que, al igual que Hank Aaron, lucía el número 44 en su espalda. Es un Gigante desde el 59, o sea un año después de que se mudaran a la bahía de San Francisco.
Con su enorme sonrisa de quien disfruta el juego, Willie se presentó con sus veinticuatro años y sus seis pies y cuatro pulgadas y un tremendo bate que daba miedo. Crandall pidió tiro pegao y así le cantaron las dos primeras bolas. El tercer lanzamiento fue una línea de fao que le pasó rozando al coach de primera. Con un lanzamiento similar, McCovey sacó un roletazo a la primera. Spahn se movió como un rayo a cubrir la almohadilla para sacar el tercer out.