Doña María Ugarte, para los dominicanos cultos, no necesita presentación porque tuvo una presencia, como luz solar en el Sahara, en nuestros medios impresos, esos que hoy batallan para no extinguirse y que luchan contra tanta mediocridad improvisada en la era en que “todos somos artistas”, “todos somos fotógrafos”, “todos somos periodistas”.
Cuando doña María llegó al país se convirtió en la primera mujer en ejercer el periodismo aunque nuestra historia ya registraba otra María, pero no era más que el pseudónimo del presidente azul y restaurador Ulises Francisco Espaillat.
La calidad literaria y de contenido de su vasta obra se diferencia notablemente de otras plumas que llegaron desde la España lejana y colonialista. Y, sin uno querer clasificar nada, sí hay que entender que esa calidad tiene que ver con su formación rigurosa y sus orígenes republicanos y no falangistas, los otros que apoyaron, y apoyan, el franquismo fascista. Por eso su interés en Antonio Machado y por eso la aguda crítica a Vargas Llosa.
Se inició en La Nación en 1944 y en El Caribe hasta el 2000.
Doña María Ugarte es una de las figuras más sobresalientes de ese capítulo interactivo con la España, que sin entrar en la Segunda Guerra Mundial, ya se desgarraba. Nadie mejor que Doña María, tan dominicana después, como la que más, para describirnos la situación que vivía el país a su llegada y especialmente el ambiente en los periódicos. Doña María Ugarte explica en su libro “La huella española en el arte moderno dominicano” lo siguiente: “La República Dominicana se hallaba alejada de los movimientos literarios y artísticos de la época. Y la llegada de aquellos europeos iba a remover, a sacudir, el país, produciéndose en Santo Domingo una explosión cultural”. Muchas veces se piensa que por el hecho de haber venido en esa época todos eran realmente refugiados políticos o que eran opuestos al régimen del dictador fascista Francisco Franco. Hay que distinguir este hecho para entender la obra de los que se dedicaron al arte. Muchos de ellos fueron de ideología fascista, como es el caso del caricaturista Kin, Joaquín de Alba, que vino más tarde. En ese momento la caricatura en España pasaba por un gran momento, con caricaturistas destacados como Manuel del Arco Álvarez, que influenció a más de un dibujante por su trazo preciso y nítido. Mantenía una columna conocida como “Mano a Mano” que él escribía e ilustraba. Como sabemos que muchos de estos españoles contribuyeron con su arte en el país, es importante a su vez conocer las fuentes que ellos tuvieron para beber la sabiduría que luego enseñarían aquí. ¿Qué se publicaba en España a su arribo en aquellos momentos? (…) Yo vine a República Dominicana como refugiada, porque no tenía para dónde ir. Estaba casada entonces con Constant Brusiloff, un ruso que venía también exiliado de España. Yo vine con mi pequeña hija Carmenchu. Tuve la mala suerte de llegar después de todos los españoles. Por eso todos los trabajos que podía realizar ya estaban cubiertos. Imagínese a mil personas de golpe en un país pequeño como éste. Cogieron a un grupo y nos enviaron a diferentes puntos. Nos enviaban a unos campos, yo viví cuatro o cinco meses en la colonia Medina, pero pude salir adelante gracias a la gran generosidad del dominicano.
La familia Piantini me acogió en su propia casa mientras mi esposo se quedaba en Sosúa. Y ellos fueron los que me contactaron con Julio Ortega Frier. Por eso fue que decidí quedarme y no partí a otros países como lo hicieron muchos de mis compatriotas. Había una tiranía tremenda, es cierto, pero la seguridad que encontraba entre las gentes me hizo quedarme; eso compensaba. Me sentía muy bien con los dominicanos. Yo no hacía vida con la colonia española, sino con los dominicanos. El dominicano, sin ser rico, ayuda a los demás. El periódico atrae mucho. Es un vicio y se aguantan muchísimas cosas. Es de las profesiones más difíciles. Mientras una lo ejerce, no puede tener siquiera un plan de vida privada, pero produce una gran satisfacción…”.
Cuando salió “La Fiesta del Chivo”, un mar de críticas inundó el mundo de las letras. Pedro Conde fue el más agudo, pero doña María no se quedó atrás. Con la elegancia que la caracterizaba, puso las cosas en su justo lugar y escribió un artículo el 29 de abril del año 2000 que es una joya del periodismo. A continuación algunos detalles de ese maravilloso trabajo.
“…El novelista, con la patente de corso que disfruta, puede impunemente decir todo aquello que le viene en gana con tal de dramatizar o enriquecer el contenido de la obra o de responder a determinados intereses o intenciones, literarias o no.
De este modo, se puede llegar fácilmente a la difamación y a la calumnia. Porque el riesgo de caer en falsedades que hieren, en mentiras que ofenden y en juicios que destrozan reputaciones es grave y provoca irritación, crea situaciones delicadas y convierte a la obra en un arma emponzoñada , por muy atractiva que ella sea”.
(…)“Hechos que deshonran o avergüenzan a quienes se les atribuyen, detalles morbosos que, aunque agregan dramatismo a la novela, hieren el honor de quienes no los cometieron o los cometieron en otra forma”.
“Todo esto ha provocado –y sigue provocando- un profundo disgusto en parte considerable de la sociedad dominicana, que se siente ofendida, vapuleada, ultrajada”.
(…)“Nada les importa el dolor y la indignación de muchos ciudadanos que se preguntan si en una sociedad democrática como la nuestra deben ser permitidas y toleradas impunemente la ofensa gratuita y la calumnia aviesa por parte de quien se ampara en su posición de novelista para decir cosas que en la boca y la pluma de cualquier otro serían pasibles de demandas judiciales por difamación”.
“La Fiesta del Chivo es, sin lugar a dudas, una gran novela, quizás la mejor de Vargas Llosa, pero el precio pagado por los dominicanos para que el laureado escritor haya logrado el éxito ha sido demasiado alto y demasiado amargo”.
Después de esta famosa “fiesta” el escritor peruano nos volvió a ofender con un artículo en El País que nos tildaba de racistas, y sigue sus andanzas de viejo amargado y resentido por su eterna envidia a García Márquez y su frustración de ser repudiado en su propio país, donde quiso ser presidente. La Psicología no falla.