En 1957, cuando a la bestia le quedaban ya pocos años de servicio, el gobierno de los Estados Unidos tuvo la feliz idea de invitar a Ramfis Trujillo y a su hermano Radhamés a estudiar en dos prestigiosas academias militares. Ramfis fue destinado a la Escuela de Comando y Estado Mayor del Ejército en Fort Leavenworth, Kansas, mientras que Radhamés fue enviado a la Escuela y Colegio Militar Kemper, ubicada en Boonsville, Missouri.

Como era de esperarse ninguno de los dos se destacaría por su buen comportamiento y calificaciones.

Radhamés, el hermano menor de Ramfis, nacido en 1942, había recibido su misma educación y había seguido sus pasos, sus malos pasos, y se había convertido al igual que Ramfis en un vago, un inservible, y además un engreído. Más que una copia, era una caricatura de Ramfis. En su breve e infructuosa estadía en la academia militar se dio a conocer por su indisciplina, su inconducta notoria y la falta de aplicación o interés en los estudios: un comportamiento reprobable en todos los sentidos, que motivó su salida a destiempo.

Ramfis no se comportó de manera distinta, incurriría en faltas aun más graves, se ausentaba, se escapaba frecuentemente a Hollywood, donde protagonizó algunos de los episodios más sonados de su carrera.

De hecho, desde el momento mismo de su llegada al austero Fort Leavenworth, Ramfis comenzó a ser noticia, se convirtió en un tema de conversación y llamó la atención de la prensa. Al decir de Crassweller, provocó más bien el descenso de un diluvio de publicidad sobre su persona.

La extravagante y lujosa forma de vida del hijo del dictador trastornó los parámetros sociales y dejó a muchos mudos de asombro. No era un simple derroche, era una demostración de opulencia, como si quisiera empequeñecer a los demás, una muestra de opulencia y poder.

Así, en la misma ciudad de Leavenworth alquiló un lujoso rancho por el que pagaba cuatrocientos cincuenta dólares semanales, una pequeña fortuna en aquella época. Pero además, en la cercana ciudad de Kansas, donde pasaba en principio los fines de semana, tenía una especie de cuartel general que ocupaba el piso superior del Ambassador Hotel. Ambos lugares estaban custodiados fuertemente y había comunicación entre ellos mediante radios de onda corta. En el rancho de Leavenworth había incluso oficiales dominicanos armados, aparte de policías y patrullas en el exterior. El hotel de Kansas contaba con un sofisticado equipo de seguridad y, por supuesto, había también hombres armados y armas a granel. El extravagante estudiante de Fort Leavenworth no podía estar mejor protegido.

Sin embargo, a pesar de los lujos y privilegios de que disfrutaba, ni Kansas ni Leavenworth llenaban las aspiraciones del bestezuelo. La vida en una y en otra le parecía insufrible, no le ofrecían nada de lo que realmente le interesaba. Estudiar nunca había sido su propósito y mucho menos someterse a la rígida disciplina de Fort Leavenworth y cumplir con las tareas que le asignaban. Estaba acostumbrado a que lo pasaran de curso sin estudiar e incluso sin asistir a clases y eso no iba suceder en Leavenworth.

El sueño dorado de Ramfis no era estudiar en una academia militar, soñaba con conocer a las más glamurosas artistas de Hollywood y por casualidad tenía un amigo, un casi hermano, un excuñado llamado Porfirio Rubirosa que le podía ayudar a lograrlo. Rubirosa era tal vez un poco el hombre que el habría querido ser, el que admiraba y envidiaba, un hombre por el que las féminas se desvivían, el mismo al que perseguían y mantenían, el que vivía para las mujeres y de las mujeres, el más exitoso cazador de fortuna, el más famoso play boy de su época. Un donjuán, un Tenorio, un gigoló.

Ramfis se puso en contacto con Rubirosa, le contaría las penurias por las que estaba pasando, le abriría su alma, le pediría una carta de recomendación o lo que fuera necesario para entrar al dorado mundo de las estrellas de cine, ese mundo mágico que a la mayoría de los mortales está vedado.

Rubirosa no perdería tiempo, le escribió a la rutilante Zsa Zsa Gabor, una de sus amantes más persistentes, y le pidió que por favor introdujera al hijo del más feroz dictador del Caribe en el mundo de las estrellas de Hollywood. Zsa Zsa era una de esas estrellas y no tuvo inconveniente en complacer a Rubirosa.

Zsa Zsa y Ramfis se conocieron primero por teléfono y sostuvieron unas larguísimas conversaciones.

Infinitas conversaciones entre Kansas City y Hollywood. Ramfis seguramente le abrió su corazón y le abriría más adelante la cartera. Le habló de la fascinación que sentía por el mundo del cine, le contaría su tragedia, su dilema existencial. Estaba realmente desesperado. Se moría literalmente en Kansas, no conocía a nadie que le interesara, se sentía como un pez fuera del agua. No podía esperar un minuto, tenía que ir a Hollywood. No se cansaba de pedirle a Zsa Zsa que le presentara a sus amigas, a las estrellas de su firmamento y en especial a Kim Novak. Estaba terriblemente enamorado de Kim Novak, o más bien emperrado, enfermo de lujuria.

Muy pronto, en muchas de las glamurosas y orgiásticas fiestas de Hollywood, a las que asistía con Zsa Zsa Gabor, su figura se haría familiar y comenzaría a dar de qué hablar. Su presencia en el reluciente y poco edificante mundillo de Hollywood desataba, por supuesto, todo tipo de comentarios, era un bicho raro en medio de toda clases de bichos, era un personaje exótico y era un manirroto. Gastaba dinero como si no fuera suyo (y en realidad no lo era) y fueron muchos los que se beneficiaron de su magnanimidad y desprendimiento. Zsa Zsa Gabor recibiría desde Kansas, como obsequio de agradecimiento, un Mercedes Benz convertible de color rojo. Otro Mercedes procedente de Kansas le llegaría más adelante a la bella Kim Novak. A Zsa Zsa también regalaría un abrigo de chinchilla por valor de miles de dólares. De hecho el bestezuelo regalaba carros de lujo y abrigos y joyas costosísimos como si fueran bombones. La prensa se hizo eco de sus excesos, no dejaba de criticar el derroche, la ligereza con que malgastaba el dinero el hijo del dictador de un país cuyos habitantes vivían en la pobreza, cuando no en la miseria. Se volvió popular por esos días que algunas mujeres pegaran en sus vehículos una calcomanía en la que se leía: «Este automóvil no es un regalo de Ramfis Trujillo».

Algo que levantó una ola de comentarios fue la presencia de Ramfis y la Gabor y sus amigos de Hollywood en el famoso martes de carnaval de New Orleans, el Mardi Gras. En esa ciudad ofreció Ramfis una recepcion, un banquete pantagruélico en el yate Angelita, el mismo en el que había viajado a los Estados Unidos y que se encontraba surto en el puerto, al servicio exclusivo del bestezuelo. El Angelita era en esa época uno de los más lujosos y mejores yates del mundo y los invitados quedaron deslumbrados. A Zsa Zsa Gabor le pareció que aquella embarcación, aquella ostentación y la gente que la rodeaba no eran de este mundo, que provenían de una época a la que gente especial como ella, como Ramfis y Rubirosa pertenecían.

La magnificencia de Ramfis le produjo sin lugar a dudas beneficios. Pudo realizar sus sueños, conoció personalmente a Kim Novak y tuvo con ella varios encuentros de los que habla incluso el recatado Joaquín Balaguer: «encuentros de cama», no sólo con Kim Novak, sino también con otras bellas actrices como Debra Paget y Joan Collins y quien sabe cuántas más.

Aquí, en compañía de Kim Novak, lo vieron o por lo menos dicen que lo vieron alguna vez en Boca Chica, en los alrededores del Hotel Hamaca, exhibiéndola como un trofeo.

(Historia criminal del trujillato [159])
Bibliografía:
Robert D. Crassweller, «The life and times of a caribbean dictator».

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