Los medios de prensa, en el país y el extranjero, tejieron una tupida red de mentiras, promovieron una inundación de falsas noticias, de la más burda propaganda para presentar al gobierno de la bestia como víctima de una conspiración internacional.

Se le dio una gran publicidad al desembarco de Luperón, como si se hubiera tratado de una invasión multitudinaria, y los cinco sobrevivientes fueron sometidos a juicio. Juicio y escarnio.

«Una mañana —dice Tulio Arvelo— me llevaron al Palacio de Justicia y un juez, al interrogarme acerca de mi participación en los hechos, me enteró de muchos detalles que no conocía. Allí me ratificaron las muertes de Gugú y de Manuel Calderón. También me enteré de la suerte de Alejandro Selva y de los tripulantes del Catalina. Aunque fueron versiones amañadas al interés del régimen, por lo menos sirvieron para tener la certeza de que esos compañeros habían muerto». (1)

En la cárcel los presos entraban y salían rutinariamente y a menudo constituían una fuente fresca de información. Fue así cómo Tulio Arvelo pudo por fin enterarse y enterar a sus compañeros de lo que había sucedido con los hombres del Frente Interno. Los que debían estar y no estuvieron en el lugar acordado.

«Para llegar al tercer piso en donde estábamos ubicados era necesario abrir previamente tres puertas. Desde que abrían la primera, lo que notaba por el ruido de los cerrojos, me ponía en guardia y si oía abrir la segunda sabía que se dirigían donde nosotros o al recinto de las solitarias. Al no percibir el ruido que se hacía al abrir nuestra puerta sino el de una de las solitarias, de inmediato corría a mirar por una de las rendijas. De esa manera me enteraba de que o habían metido a uno nuevo o de que habían sacado a alguien». (2)

La suerte quiso que, unos días después de la llegada de Tulio Arvelo y sus compañeros, ingresaran a la cárcel dos jóvenes. Uno de ellos respondía al nombre, el sonoro nombre de Máximo López Molina. Un personaje que en el futuro cercano daría mucho que hablar y jugaría un papel de primer orden en la lucha contra la tiranía de la bestia.

López Molina había sido expulsado, por antitrujillista, de la Facultad de derecho de la universidad de Santo Domingo, había estado encarcelado un par de veces y volvería a ser encarcelado al involucrarse con Fernando Spignolo y los demás hombres del Frente Interno en el proyecto de Luperón. Fue él quien le dio a Tulio Arvelo noticias del asesinato de los dirigentes y muchos miembros del Frente Interno.

«Fue quien me dijo de la muerte de Fernando Spignolio, de Fernando Suárez y de los hermanos Sarita a raíz de nuestro desembarco. El estaba preso porque lo habían complicado con nuestra empresa. Lo mismo a Félix la O y a Bienvenido Creales. En cuanto a Félix la O lo conocía de nombre desde Puerto Rico porque había sido el capitán de goleta que introdujo las primeras armas enviadas al Frente Interno por los emigrados residentes en ese país.

»A estos compañeros también se les instruyó proceso y fueron condenados a 20 años de prisión acusados de pertenecer al Frente Interno. La prisión y proceso de López Molina Féliz la O y Bienvenido Creales fue una de las fases de la maniobra de Trujillo para demostrar a su manera la magnitud de la trama que se había urdido contra él. Es cierto que existía el Frente Interno; pero de acuerdo con los tradicionales métodos trujillistas lo lógico era que a todos los implicados dentro de ese organismo fueran asesinados como lo hizo con Suárez, Spignolio y los demás. Sin embargo, López Molina y sus compañeros fueron objeto del montaje propagandístico para consumo exterior que puso en práctica con nosotros. Hago hincapié en esto para fortalecer la tesis de que Trujillo preservó nuestras vidas con miras a ese montaje. Lo mismo puedo decir en los casos de López Molina, de La O y Creales. En cuanto a este último también se benefició al principio de esas circunstancias; pero a la postre pagó con la vida su dedicación a la lucha contra la tiranía. A él no le alcanzaron las incidencias posteriores que nos salvaron tanto a nosotros como a los dos muchachos cuya presencia en las solitarias, desde luego dentro de la gravedad de la situación, nos hicieron pasar algunos momentos de esparcimiento con su conversación y con uno que otro incidente propio de la vida, de los presos que padecían bajo la tiranía». (3)

Los hombres del Frente Interno habían sido, pues, infiltrados y neutralizados y sus dirigentes habían sido encarcelados o aniquilados casi al mismo tiempo en que se produjo el desembarco. Los expedicionarios, que habían partido de Guatemala sin saber lo que sucedía, partieron hacia la perdición. Y lo peor, lo injustificable, es que todo se debió a la falta de un medio elemental de comunicación, la falta de una radio, una simple radio. Los temerarios del Catalina nunca tuvieron una oportunidad.

Con palabras tan luminosas como certeras resumiría Tulio Arvelo el espíritu que animó aquella gesta gloriosa:

«Escribo estas consideraciones a más de veinticinco años de aquellos lejanos hechos con la certeza de que los impulsos que me movieron a aceptar como buenos todos los actos en los que fui factor viviente y ejecutante estuvieron inspirados en cuanto digo ahora. Tal vez alguien piense que el presentar las cosas así desvalorizaría y descoloraría el inmenso sacrificio de las jóvenes preciosas vidas que se perdieron en aquella riesgosa empresa.

»Sin embargo, creo que siempre la verdad anda de la mano con la gloria y que si se oculta la una se empaña la otra. Por otra parte la sublimidad del sacrificio de nuestros compañeros jamás podrán depender de los detalles anecdóticos que precedieron o siguieron a sus muertes. Sólo el hecho de la ofrenda de sus vidas en aras de la libertad de sus hermanos da la dimensión de su holocausto». (4)
Para uno de los insurrectos, el mentado Miguelucho —Miguel Ángel Feliu Arzeno—, ni su participación en la expedición de Cayo Confites ni en la de Luperón sería suficiente. A Miguel Ángel Feliu Arzeno, hombre de un increíble temple libertario, se le quedaron las ganas, la rabia y las ganas de volver a combatir contra el tirano y volvería en 1959. Esta vez para siempre. Volvería en la gran repatriación armada del 14 y 20 de junio de 1959 y dejaría la vida en la contienda.

Miguelucho fue apresado y torturado, insultado, vejado, como la mayoría de sus compañeros de lucha, pero no fue doblegado. Nunca se doblegó. No se doblegaría. Nada haría mella en su espíritu invencible.
Dicen que los esbirros —los sicarios y torturadores de esa caverna de horrores que ha sido la base Aérea de San Isidro—, lo llevaron a empujones, a culatazos, probablemente arrastrándolo, lo llevaron sangrando, malherido (tal vez magullado o machucado de pies a cabeza), en presencia del hijo preferido de la bestia, un degenerado, un sicópata llamado Ramfis Trujillo, y que Ramfis le dijo en tono de reproche “Miguelucho ¿tú otra vez?”.

Dicen que Miguelucho respondió que sí, que respondió con valentía. Dijo que sí, que había vuelto y que de nuevo volvería si lo soltaban, que volvería para eliminar a la bestia. Que volvería “de nuevo para matar a ese perro”. (5)

Lo dio todo a cambio de nada y algún día, junto al de muchos otros, su nombre deberá estar inscrito en letras de oro y en la memoria agradecida de sus compatriotas, en el más honroso monumento conmemorativo.

(Historia criminal del trujillato [138])
Notas:
(1) Tulio H. Arvelo, “Cayo Confites y Luperón. Memorias de un expedicionario”, p. 228
(2) Ibid., p. 230
(3) ibid., pp. 232
(4)ibid.,
(5) Juan Acosta, “Miguelucho Feliú es recordado como héroe de Luperón”, (https://noticiashoraxhora.com/lo-que-esta-pasando/miguelucho-feliu-es-recordado-como-heroe-de-luperon-y-del-1959/) l

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