La bestia tenía muchos motivos para celebrar y hubo grandes celebraciones. El año 1947 había sido difícil desde el principio, pero la razón y el orden habían prevalecido, prevaleció el régimen de terror de la bestia. El 16 de agosto se había juramentado de nuevo como presidente, por cuarta vez presidente, elegido casi por unanimidad. Los comunistas del PSP y los antisociales de Juventud Democrática, que habían desafiado su gobierno públicamente, estaban en el exilio o en la cárcel o estaban muertos. La mayor amenaza que se había orquestado contra su gobierno, la expedición de Cayo Confites, se había derrotada en parte a sí misma…

Darío Castellanos era un niño de 10 años y recuerda bien las manifestaciones de adhesión a la bestia antes y después del fracaso de la expedición, los miles de campesinos que desfilaban en la capital armados de machetes, vociferando vivas a Trujillo y siguiendo los cuerpos militares. La invasión se había estado esperando en cualquier momento y cuando llegó la noticia del apresamiento de los hombres de Cayo Confites se produjo una explosión de júbilo en las altas esferas del gobierno. El pueblo dominicano también manifestó, por las buenas o por las malas, una aparatosa alegría. El héroe del momento era Trujillo. El salvador de la patria era Trujillo. Un coro de alabanzas se extendió por todos los rincones del país. La gente hacía cola para felicitarlo por su hazaña.

«Un botón de muestra del renovado y delirante culto a la personalidad del dictador lo brindó el diario La Nación de Santo Domingo, el 11 de octubre de 1947, en un comentario sobre la frustrada expedición. Según el articulista, “el Presidente Trujillo, solo el Presidente Trujillo, sin disparar un tiro ni derramar una gota de sangre” había ganado una batalla contra “mil ochocientos bandidos y piratas”. Desde su escritorio, añadió, “con la serenidad de un estratega que formula un plan para la victoria, el Generalísimo Trujillo, nota tras nota, fue informando al Gobierno cubano y a la opinión pública internacional del crimen que se fraguaba”». (1)

Paradójicamente «Se había cumplido al pie de la letra la profecía del expedicionario Danilo Valdez cuando aseguró que del cayo solo saldrían para las cárceles cubanas. En la capital dominicana, en tanto, Trujillo y su corte guardaban un astuto silencio y disfrutaban la victoria. Tenía razones el Generalísimo para estar feliz, pues sus deseos se habían convertido en realidad: la expedición había sido fríamente aniquilada por sus propios patrocinadores». (2)

Con mayor claridad y precisión Roberto Cassá atribuyó el fracaso de la expedición a que «Trujillo obtuvo el apoyo del imperialismo y pudo presionar exitosamente contra el Gobierno cubano, el cual se vio obligado a disolver el Ejército expedicionario». (3)

El gobierno cubano de Grau San Martín se desligó o pretendió desligarse de todo vínculo con los expedicionarios antitrujistas y los abandonó a su suerte. Oficialmente y extraoficialmente se dijo que Cuba se había limitado a ofrecer hospitalidad a los exiliados dominicanos y que los exiliados habían abusado de la misma. El gobierno había tenido que intervenir en el último momento para impedir un atropello contra una nación amiga. Curiosamente, hasta el nombre de un escritor de la fama y popularidad de Ernest Hemingway salió a bailar en el desastre de Cayo Confites. En rigor, Hemingway siempre se había mencionado durante los preparativos de la expedición y es muy probable que hubiera simpatizado con los revolucionarios y hasta prestado algún tipo de colaboración. De hecho, el célebre Telesforo o Telesforito Calderón, el secretario de la presidencia del gobierno de la bestia, lo había acusado de participar en las «andanzas de la brigada internacional comunista que intentaba atacar a la República Dominicana» Una acusación a la que daría crédito el semanario Times, asegurando que Hemingway había alertado a los “filibusteros” de Cayo Confites de la necesidad de acelerar la operación y de que «la demora sería fatal» (4)

Hemingway sería acusado además de haber dado alojamiento en su hacienda de Cuba a los pilotos norteamericanos y muchos de los “filibusteros” que integraban la expedición y hasta de disponer de miles de hombres armados para desatar un pandemonio contra la República Dominicana.(5)
Además de calumniado, se vio perseguido, su propiedad fue allanada por un pelotón de soldados que le mataron un perro y tuvo que dejar el país, al menos durante un tiempo prudente. (5)
Los miembros del ejército expedicionario no pasarían por suerte mucho tiempo en la cárcel ni tantas penurias como en Cayo Confites, gracias a la firme determinación de algunos de sus dirigentes, y de uno de ellos en particular. Los abogados defensores presentaron recursos de habeas corpus a principios del mes de octubre para obtener la libertad de los prisioneros y el Tribunal Supremo de Justicia estaba a punto de concederla, pero antes de que sucediera, el más impaciente y cascarrabias de todos —es decir, Juan Bosch— se declaró en huelga de hambre, huelga de comida y agua, porque la cosa iba en serio. Bosch le dio inicio a la huelga casi desde el mismo momento en que había sido detenido con los hombres del buque Aurora y de inmediato fue secundado por los que estaban detenidos en otras cárceles. La prensa cubana se hizo eco del acontecimiento y se produjo un escándalo mayúsculo. Tanto así que el general Pérez Damera mandó a buscar a Bosch y se reunió con él en presencia de varios periodistas, y después de un breve acuerdo, a condición de abandonar la huelga, accedió a soltar o comenzar a soltar a los rebeldes. En cambio Bosch fue a parar varios días al hospital. Estaba tan débil y consumido que su estómago ni siquiera resistió un jugo de naranja y se le diagnosticó disentería.(6)
En Santo Domingo, los festejos y el júbilo de la bestia corrían parejos con la más brutal intolerancia. La oposición al régimen persistiría, sin embargo, en el interior y el extranjero, a pesar de que se iniciaba una de las etapas más represivas de la era gloriosa. Incontables opositores serían asesinados en el país, y otros como Mauricio Báez y Manuel de Jesús Hernández morirían o desaparecerían en La Habana, Andrés Requena y Jesús de Galíndez en Nueva York, José Almoina en Ciudad México… El brazo largo de la bestia se hacía cada vez más largo y la oposición más terca, tozuda, incluso temeraria. Muy pronto, apenas dos años después de Cayo Confites, el exilio emprendería el camino de Luperón. l

(Historia criminal del trujillato [121])

Notas:

  1. Humberto Vázquez García, “La expedición de Cayo Confites, p.382
  2. Ibid p. 359
  3. Citado por Humberto Vázquez García, p. 374
  4. Citado por Humberto Vázquez García, p. 367
  5. Ibid
  6. Humberto Vázquez García, “La expedición de Cayo Confites”, p.361

Bibliografía:
Humberto Vázquez García, “La expedición de Cayo Confites”. l

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