Desde la antigüedad la tortuga verde fue fuente de alimentación de las sociedades originarias de la región del Caribe, su carne y sus huevos representaron un sustento alimenticio nutritivo que se obtenía sin mucha dificultad. Del mismo modo, en la edad moderna la tortuga del carey fue muy apetecida por los artesanos del mundo por lo hermoso de su caparazón, esta última especie, sobre todo desde la llegada del capitalismo. Cuando las flotas imperiales europeas, corsarios y piratas, comerciantes y tratantes de esclavizados surcaron la región, encontraron un suministro “inagotable” de tortugas verdes para sus azarosas navegaciones y así con ello alimentar a sus tripulaciones, sus trabajadores y los miles esclavizados que laboraban en tierra. El libro “Los últimos cazadores de tortugas del Caribe. Una historia marítima” de la historiadora norteamericana Sharika Crawford, es representativo de una nueva corriente historiográfica caribeña que desde hace más de una década se preocupa de vincular naturaleza e historia, alejándose del rígido y limitante foco de la plantación como sistema productivo predominante que escasamente profundizó en el entendimiento de las consecuencias ambientales que este sistema de producción generó en el entorno natural.
El libro comentado narra la historia de los cazadores tortugas de las islas Caimán, hombres que por generaciones se dedicaron a un oficio y comercio que tuvo efecto directo en la composición socio-geopolítica de la cuenca occidental del Caribe. La reconstrucción precisa y el esclarecedor análisis del fin de los tortugueros y las tortugas en un entorno político, medioambiental y social complejo y controvertido es uno de los logros destacado de esta documentada investigación histórica. Se utiliza para ello una gran diversidad de fuentes primarias y secundarias tanto en español como en inglés, artículos de revistas científicas y de divulgación, informes coloniales y una abundante cantidad de relatos orales recopilados y conservados por el gobierno caimanés, para explorar la vida de una comunidad representativa de su cultura isleña. Como consecuencia elabora un cuidado análisis de una actividad que generó relaciones complejas y que se extendió por el caribe occidental, esparciéndose por los archipiélagos y costas de Centroamérica desencadenando un sinfín de tensiones políticas y diplomáticas que encontramos bien documentadas a lo largo de las páginas del libro.
La historiadora argumenta cinco ideas que articulan su trabajo. La primera revela cómo esta actividad conformó un mercado regional y mundial en torno a la tortuga del carey; la segunda cómo esta cultura de cazadores, sus técnicas y navegaciones se expandieron por los litorales e islas del caribe; la tercera muestra cómo fueron sus movilidades por el territorio acuático y el tejido de relaciones humanas entrelazadas que construyeron con comerciantes transcaribeños, con hincapié en sus saberes marítimos; la cuarta se concentra en las tensas disputas nacionales y coloniales sobre el uso de islas, islotes y aguas, situación que desembocó en conflictos y disputas sobre el uso de las aguas nacionales e internacionales que originó amenazas para la soberanía de los países, sus territorios y los paisajes marinos, y finalmente, una última, cómo esta actividad llevó a la práctica extinción de las tortugas tras siglos de capturas indiscriminadas, hecho que dio lugar a la aparición de políticas conservacionistas que significaron el fin de un oficio forjado por vínculos familiares, económicos y culturales a través del tiempo.
El libro se organiza en cinco capítulos con su correspondiente prolegómeno y conclusión. El preámbulo presenta de manera general a los hombres y el oficio de la caza en las islas Caimán que confecciona una concisa descripción la región y de su historia. El primer capítulo nos pasea por la biología básica de las tortugas y la relación histórica de su pesca con los pueblos nativos del sur de Cuba y la extensa zona al sur de las islas Caimán desde la antigüedad, todo ello relacionado con un comercio sin limitaciones de los recursos naturales que como consecuencia dio lugar a una explotación insostenible en el tiempo. El segundo capítulo pormenoriza cómo los caimaneses se adaptaron a la explotación de los recursos, tanto terrestres como marinos, y cómo ello implicó el desplazamiento a larga distancia y desarrolló un gran conocimiento del entorno para la captura de las tortugas, un quehacer que les permitió entrar en contacto con las diferentes culturas de los litorales de América Central, en concreto, con los descendientes de esclavizados, comerciantes internacionales y las comunidades indígenas de Honduras a Panamá. El siguiente capítulo muestra cómo con el aumento de los contactos, también lo hacían los conflictos como consecuencia del agotamiento del recurso, situación que desembocó en disputas por las aguas jurisdiccionales y con ello en la aparición de normativas internacionales relativas a sus límites. El cuarto capítulo se focaliza en los esfuerzos surgidos por la preocupación de la extinción de la especie y el quinto y último interpreta que la preocupación iba más allá de la supervivencia de la especie, debido a que en realidad este esfuerzo fue dirigido por consideraciones políticas preocupadas por el acceso a la explotación y la delimitación de las fronteras nacionales.
El libro se apoya en una redacción impecable y en una investigación y análisis historiográfico minucioso que representa una notable contribución a la comprensión de la región al mostrar cómo una aislada cultura isleña poco conocida ha ejercido una profunda influencia tanto en comunidades lejanas como en el medio marino. Y desde luego, invita a reflexionar sobre el uso indiscriminado de los recursos naturales y sus consecuencias. l
Centro estudios caribeños. PUCMM.