Los comunitarios exigen al Ministerio de Cultura apoyo para resguardar este espacio, que data del siglo XVI
A diferencia de varios espacios que forman parte del patrimonio monumental de República Dominicana, que en cierta medida se encuentran protegidos y acondicionados por las autoridades, las ruinas de Pueblo Viejo, provincia Azua, están sumidas en el descuido y la arrabalización.
En medio de excremento humano y de animales, desechos sólidos, y parcialmente cubierta por la vegetación, estas ruinas son el rastro de lo que era la antigua villa de la ciudad de Azua, conocida históricamente como la villa de Compostela de Azua, cuyos espacios más importantes fueron la Iglesia y el Convento de las Mercedes.
La villa fue fundada en el año 1504, cerca del Mar Caribe, en el puerto que Cristóbal Colón había bautizado como Puerto Escondido, en las cercanías del pueblo taíno llamado Azúa, de acuerdo con registros históricos.
El historiador István León-Borja recoge que la villa debe su nombre de Compostela a unos terrenos, próximos al poblado Azúa, que pertenecían a un natural español de nombre Gabriel Varela, conocido como el Gobernador Gallego por ser originario de un pueblo cercano a Santiago de Compostela, en Galicia.
La historia registra que la villa al principio era un conjunto de bohíos de madera y calles de tierra con dos iglesias parroquiales.
Para 1514 se reporta que la iglesia ya había sido construida con madera y materiales vegetales, ese desarrollo se debía a la producción de azúcar de caña. Ya para 1533 había cinco ingenios azucareros en las proximidades de la villa.
El sociólogo cubano José Antonio Saco apunta en su libro “Historia de la esclavitud de la raza africana en el nuevo mundo y en especial en los países américo-hispanos” que entre 1530 y 1545 esta villa fue objeto de ataques e incendios provocados por corsarios franceses, que si bien causaron estragos, las edificaciones más importantes no fueron destruidas.
Para la época, la villa, por su repercusión, se consolidó como el asentamiento más próspero de toda la región sur, y a la vez el lugar de paso obligado para los viajeros que se dirigían a la ciudad de Santo Domingo.
Rafael Enrique García, conocido en ese municipio sureño como Manego, quien por más de dos décadas fue empleado de Patrimonio Monumental, del Ministerio de Cultura, manifiesta que “las condiciones en las que se encuentran las ruinas actualmente deberían avergonzar al Gobierno, ya que se tratan de un registro histórico vivo que todavía conserva Azua”, y que se trata, lo que es más, del lugar preciso en el que se comenzó a formar esta provincia.
“Desde hace varios años, hemos exigido que al menos sea cercado para que algunos moradores, que desconocen el valor de este patrimonio, no lo sigan arrabalizando”, comenta Manego, quien admite que durante mucho tiempo ha tocado varias puertas en busca de apoyo para rescatar este espacio, pero de ninguna recibió respuesta satisfactoria.
Recuerda que para 1980 las condiciones de las ruinas no eran tan “lamentables” como ahora. De hecho, afirma que si las autoridades de entonces hubieran hecho el esfuerzo por rescatarla “hoy tendríamos uno de los espacios históricos más importantes de todo la región”, sin embargo, debido al paso del tiempo la estructura se ha ido descomponiendo.
La crianza de animales, un pedazo de madera que sirve de soporte de varios cables eléctricos en medio del terreno, desechos sólidos, y un manantial que se confunde con un vertedero del cual emerge vegetación, es el estado actual en el que se encuentran los vestigios de lo que fuera la antigua iglesia de Las Mercedes, el primer espacio religioso de la provincia, y donde afirman fueron sepultados los restos del cacique indígena Enriquillo.
A esto, se suma el asentamiento humano, debido a que, de acuerdo con Manego, el espacio que comprendía la iglesia era aproximadamente el doble del que actualmente tiene. “A través del tiempo la gente ha ido destruyendo algunas rocas que conformaban esta estructura para construir sus casitas”, reconoce, al tiempo que indica que ante esto las autoridades municipales no han podido actuar en consecuencia, “pero uno los entiende, porque el presupuesto que reciben los ayuntamientos en el país es muy bajo”.
En cuanto a las ruinas del Convento, apenas quedan pocas rocas enormes, e igualmente el espacio es utilizado por algunos comunitarios para criar animales. Además, se ha convertido en uno de los puntos de recreación de muchos niños, que se ven expuestos a contaminantes por el cúmulo de basura, y al peligro por la gran cantidad de cristales de botellas.
Algunas de las viviendas cercanas a las ruinas todavía tienen bajo ellas los restos de rocas que formaban parte de este “patrimonio comunitario”, que apenas tiene como protección parcialmente una empalizada de púas.
Durante toda su vida, Miguel Céspedes Faxas ha vivido en ese municipio. Advierte que “ninguno de los gobiernos que tuvo el país ha mirado hacia esta zona, como si no existiera”.
“Muchas personas de la comunidad se han reunido por años, para ver cómo pueden las autoridades ayudar a que se rescate la zona. Han enviado cartas y se han reunido con alcaldes en los últimos años, pero no obtienen nada”, expresa Céspedes Faxas, de más de 80 años.
El Ministerio de Cultura no registra proyectos de rescate para este lugar, a pesar de que, según Manego, en reiteradas ocasiones planteó la necesidad de rendir honor al espacio de donde brotó la provincia.
La iglesia y el convento, así como otras edificaciones que conformaban la villa, fueron devastadas tras un terremoto de 7.4 registrado la tarde del 18 de octubre de 1751, día conocido entre los moradores de esa provincia como Día de San Simón y Judas.
El gobernador de la época, Francisco Rubio y Peñaranda, escribió un día después del movimiento telúrico que “la iglesia ha quedado por el suelo, como también el convento de La Merced arruinado”.
El sagrario del templo se rompió al caer y volteándose el copón se esparció todo… Fue una catástrofe lamentable.
De acuerdo con algunos comunitarios, hasta 1963 los alrededores de la iglesia eran utilizados para enterrar personas. El escritor azuano Apolinar Medrano registró que en la década de los años 70 se realizaron excavaciones para la instalación del alcantarillado, sobre la calle del frente de las ruinas, que es hoy la 27 de Febrero, donde se encontraron restos humanos, así como monedas de principio del siglo XIX, de la etapa de la ocupación haitiana.