La expresión llegó al sector Los Pepines de la mano de Bautista Gómez, quien se inspiró durante un viaje a París

¿Cómo orientar, formar a tantos estudiantes y satisfacer tantas inquietudes en una islita bananera y atrasada por allá por el Caribe? Con este sentimiento se concretizaron hace más de un siglo los primeros deseos de hacer de la pintura una disciplina, como hacían las academias particulares en París donde Toulouse Lautrec, Van Gogh, y miles de jóvenes iban a tomar clases a los talleres de los maestros convertidos en escuelas.

Eso ocurrió por primera vez en Los Pepines gracias a Bautista Gómez, uno de nuestros visitantes al país galo que entendió que se podían hacer aquí obras grandiosas como las que ellos admiraron en el Louvre, como “Le Radeau de la Meduse” de Théodore Géricault o el Perfeccionismo de Jacques-Louis David o de Ingres, o el incipiente impresionismo en la obra de Eugéne Delacroix quien dejó un diario (tres tomos) repleto de recomendaciones, estudios, análisis, como si fuera un recetario de cocina algo que no pudo evitar escribir después de su viaje a Oriente, o sea a Marruecos y Argelia. La belleza de las mujeres o lo poco que se veía a través de sus abundantes vestimentas lo aturdió como para no abandonar los pinceles nunca. Se introdujo en un burdel de Argel buscando más imágenes que le sirvieran para sus cuadros y tuvieron que sacarlo a rastra. Y eso mismo admiró el Dr. Grullón a su paso por la capital mundial del arte lo que le metió en conflicto con su profesión: ¿pinto o curo? E hizo las dos cosas en su dispensario de la casona de la 30 de Marzo, casi pegada a la farmacia que hacía esquina con la Beller y también en la Farmacia Normal.

Es con esos libros de Delacroix, los escritos de Charles Baudelaire, Flaubert, Elie Faure, el Tratado de la Pintura de Da Vinci, las ilustraciones de Gustave Doré que parecían hechas por alguna computadora olvidada de algún extraterrestre luego de construir ciudades y pirámides en Egipto o de algún tripulante de una galaxia lejana de las que visitaban el continente Atlántida antes de hundirse, con lo que se topó el dr. Arturo Grullón y que le servían de almohada tal y como le ocurrió a Don Quijano.
Dibujó moros sin cristianos cuando se puso los atabales de guerra de Delacroix, se subió en su propio Rocinante y recorrió el Cibao, donde encontró otro tipo de moro.

Es así como se inició en Santiago el deseo de la grandiosidad pictórica que no pudo cuajar por el atraso que causaron las guerras inútiles para mantener una independencia que transitaba por el borde del abismo bajo los chantajes de los colonizadores y el chauvinismo haitiano.

Tanto Arturo Grullón como Juan Bautista Gómez no lograron ser como aquellos, con el sueño inmenso de pintar las 24 horas de cada día, de cada año en su taller y producir una obra que quedara para siempre fruto del esfuerzo del talento humano del santiagués.

Aun así la enseñanza partió desde ahí con las precariedades de Santiago que apenas era unas cuantas casas mas desde que Samuel Hazard lo retrató con su pluma sin dejar ni un solo bohío fuera. Hazard vino en lomo de mulo un poco más luego de las guerras restauradoras y la vuelta de Buenaventura Báez cuando se convirtió en el Presidente vigésimo segundo en 1873.

Otros personajes como Grullón, llegaron como Quijanos con la cabeza llenas de ilusión al maravillarse con las pinturas de Sorolla, imágenes que venían de Cuba y de España.

Y aunque el sueño se quedó solo en bocetos se despertaron una y otra vez sin encontrar ni el Louvre y menos el Prado, pero sí lograron hacer “la Escuela de Santiago” siguiendo el mismo camino de Hazard y también al azar con el Yaque y el Diego de Ocampo de testigo. Yoryi perfeccionó aquella plumilla del visitante norteamericano ”retratando” a colores calles, casas, campos costumbres, vicios, mañas, jodiendas, caprichos, framboyanes por pipá, celebraciones absurdas, personajes imposibles y de otras galaxias. De esas pinturas resalta la que hizo desde su balcón cuando residía en el Sol en una casa de madera de dos plantas justo donde se encuentra hoy el Restaurante El Pez Dorado frente al Parque Colón. Desde ese balcón captó las imágenes de las casas del Sol hacia abajo con el colorido propio del impresionismo, único estilo que se adoptó hasta su ruptura con la llegada de los refugiados españoles de la guerra civil y que Jacinto hizo suyo.

Mario Grullón, de su parte, perfeccionó el coche que de ser tomado como plano para su construcción ninguno hubiese funcionado. Jacinto Domínguez fortaleció el quehacer pictórico a partir de sus lecturas de caballeros andantes en un gran tomo de un tal Zanetti que atacó los muros más importantes para dejar sus pinturas, incluyendo el Monumento y todos ellos contribuyeron mas a la educación artística que a la creación de obras, aunque Yoryito diga que no.

Tanto la Era trujillista como la Era de Balaguer contribuyeron a la oficialización de la enseñanza de las artes visuales de Santiago impuesta por la casualidad de la cronología histórica que les tocó. Ese momento sigue hoy como si el tiempo se hubiese congelado sin tomar en cuenta que Picasso cambió todo hace más de un siglo y sin darse cuenta que los murales mexicanos le dieron la vuelta al concepto de arte de caballete en el vecino país azteca. Ni nos dimos cuenta de la llegada de la era cibernética incrustada en el arte conceptual como parte del “movimiento contemporáneo” que teoriza sobre la eliminación de la educación académica. Tony Capellán expuso sus chancletas tiradas en el suelo luego de verlas en New York en un momento en que nadie sabía lo que pasaba fuera porque no había internet. Y resultó muy novedoso al igual que las medias de nylon colgando de Raquel expuestas por otros pintores en el Pompidou y que por suerte los alumnos no vieron.

En la Escuela de Bellas Artes se enseña a dibujar una manzana que no puede ser cuadrada y un rostro con todas las proporciones como lo señalaba Vitruvio desde antes de Leonardo Da Vinci. El alumno la podrá dibujar cuadrada cuando sea capaz de hacerla como lo mandan los manuales españoles de José Parramón y el pensum de la Escuela Nacional de Bellas Artes.

Bellas Artes, como todas las instituciones culturales, esperan un mayor presupuesto a la cultura (¿un 5%?) para poder adecuar los programas que datan de cuando Abelardo Urdaneta y Manolo Pascual, allá por los inicios de la Escuela que se inauguró al lado de la Iglesia Las Mercedes. Hoy urge instalar computadoras para hacer el enlace de lo viejo con lo nuevo y lograr una formación teórica acorde con los tiempos que le permita a los estudiantes distinguir una fotografía de una pintura o de una caricatura y que todo no sea “un retrato”.

Es esta escuela de Bellas Artes llegan decenas de niños y jóvenes de ambos sexos a extender el sueño de quienes creen todavía, aunque lo digan en voz baja desde sus tumbas, que las artes visuales es una de las actividades creativas del ser humano más enriquecedora y hermosa.

En el batallar, bajo el techo de los viejos galpones, laboran artistas que creen en el Arte empezando por Chiqui, su director y por el resto: Dionisio Peralta anclado en Santiago como si ya la Línea no existiera; Mélido Lora que del lápiz y el pincel salta al corno francés; Dania Martínez con muchísimos años como docente sin mostrar el mínimo cansancio: Víctor Jiménez con su sueño de sembrar todos los parques de cualquier rincón del país con los bustos de Duarte, el verdadero, que él haga o sus alumnos: Rafael Nepomuceno que todavía sueña con una escuela de Bellas Artes como el Centro de Convenciones de Utesa; Germán Salcedo cuya puntualidad es admirable fruto de su entusiasmo con el arte y sus alumnos; Víctor Taváres que enseña todo lo que sabe y más allá. A todo eso se le agregó el “taller de Mercader” como complemento teórico y práctico.

Muchos son los egresados de la EBAS aunque la mayoría se fue a los países o a la capital.

Pintores de Santiago: Federico Izquierdo, Cuquito Peña, Príamo Morel, Rosa Tavares, Carolina Cepeda, Danilo de los Santos, Clara Ledesma, Francisco Grullón, Rosi García, Carmen Rodríguez, Jacinto Domínguez, Ney Cruz, Vitico Cabrera, Guillo (aunque fuera vegano), Orlando Menicucci, Marcelo Bermúdez, Claudio Pacheco, Daniel Henríquez, Thelma Leonor, Nonora Fondeur, Alberto Bass, Chichí Cordero, Hilario Rodríguez ,Carlos Mario Grullón, Anilcia de Luna, Omar Hernández, Jairo Ferreira, Eusebio, Juan Gutiérrez, Yoryito Morel, Wally y Joan Vidal; Mirna Guerrero, Fela Antuñano, Víctor Chevalier, Tony de los Santos, Persio y Radhames Minier, Miguel Dominguez, Bismark Victoria, Angeles, y una lista gigantesca que incluye a los de Gurabo.

En la EBAS los cursos de Artes Visuales (pintura y escultura) son totalmente gratis y no existe ningún tipo de obstáculo para que niños y jóvenes puedan incursionar en las Bellas Artes.

El legado de Yoryi, como extensión más de Monet que su admirado Sorolla, las pocas obras de Bautista Gómez como el émulo del entierro de Ornans de Courbet, los paisajes lluviosos de Mario Grullón y los paisajes triangulares de Jacinto esperan otros aportes para su ampliación y continuidad del arte a gran escala, aunque haya que atravesar los túneles de la oscuridad, saltar los muros… cuando se vaya la peste.

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