Esa tarde, Mister Isaac Singer se decidió, su fortuna no bastaba para que fuera inmortal, tampoco su nombre grabado 60 mil veces por año en unas máquinas que cosieron la ropa de medio mundo cuando en las tiendas no vendían ni camisas, ni pantalones, ni vestidos y menos calzoncillos. Todo tenía que pasar por las “modistas” o costureras y por los sastres. Era el New York de los años 50 del siglo antepasado.
La puerta del estudio sonó con la insistencia del que presentía la muerte muy cercana y quería dejar grabado, no su nombre, su rostro, para que quedara en algún rincón del universo que él solo conocía hasta Plutón. Allí, posando de pie, inmóvil, salvo para la mandíbula inferior que no paraba en sus largos relatos amorosos y sus aventuras donjuanescas, Isaac parecía un jefe tártaro.
Edward Harrison lo miró de arriba abajo, lo midió con la mitad del lápiz extendido para atrapar las proporciones que siempre les juegan un mal rato a los pintores. Isaac tenía el rostro redondo oculto en una larga barba. Una mirada que decía “soy importante”, ojos penetrantes, sonrisa diabólica y una pose de autosuficiencia, con el brazo derecho apoyado en algún sócalo y la izquierda descansando en su cintura… en definitiva, podría ser un trillizo con el Rey Henry Vlll y Curly Howard, el gordito de Los Tres Chiflados. El pintor contó más de 40 amoríos y en la contabilidad paternal, pasaban de 20 los que heredarían el “Imperio Singer”, de los que solo cantaba Winnaretta, la hija mecena de artistas.
Cuando Mary Ann, la segunda esposa y madre de 10 hijos, lo acusó de bigamia, tuvo que poner a Boston detrás de sí, en el olvido y envolverlo en las espumas que dejaba el vapor que lo llevó a París.
Isabelle Eugenie Boyer fue otra de sus concubinas de alto copete embriagada en el mundo de la bohemia con músicos, pintores, escultores, más un batallón de poetas que lo eran más por el efecto del absenta que desenredaba sus lenguas, las hacía más ligeras y los ponían a vomitar versos sin ton ni son.
Cuentan que cuando el pintor y escultor Frederic Bartholdi regresó de su excursión a Egipto junto a Jean-Léon Gérôme y otros “orientalistas”, se le metió en la cabeza la obsesión de esculpir en grande, como aquella cabeza con cuerpo de león cerca de El Cairo que lo dejó hipnotizado.
Los franceses, siempre le cayeron mal los ingleses, más que querer halagar a los yanquis en el primer centenario de su independencia, buscaban echarles vaina a sus vecinos y es así como surge la idea de regalarles la famosa Estatua de La Libertad que muchos afirman fue inspirada por el rostro de Isabelle o Isabella, la concubina de Singer, quien ya jugaba con Los Carmelita y había dejado su inmortalidad repartida en sus herederos, menos a William, el primero, que acompañó a su madre a los tribunales cuando lo acusaron de bigamia.
Otros afirman que ese rostro corresponde al de la madre, Charlotte Bartholdi, y, no pocos, que es el de Jeanne-Emile Baheux, su esposa.
Desde que aparecieron las zonas francas y en China la fabricación masiva de lo que sea y por mucho, las tiendas se abarrotaron de cuantas camisas y prendas de vestir de todos los tamaños y colores, lo que poco a poco ha ido eliminando el oficio de “costurera” aunque queden unos cuantos sastres por ahí remendando y haciendo ruedos.
Víctor Domínguez, antiguo profesor de Educación Física de “La Sergio” de Tamboril, me contaba, viendo la exposición de fotografías de Francisco Rodríguez, que él fue el primer tamborileño en usar una camisa de cuadro, dos yardas y media que compró en el Gran Salón del Louvre de Badui Dumit y que Cachipo le cosió para imponer tan importante marca olímpica.
Así pues, tanto la imagen de la cara de su mujer en la estatua como la fabricación en serie en millones de unidades por día, hicieron que se olvidara la historia de aquella fábrica de Clydebank, en Escocia, de 11,500 trabajadores que la paralizaron en la huelga más famosa en apoyo a 12 compañeros que protestaban por las pésimas condiciones de trabajo y los salarios más bajos de todo el Reino Unido.
De todos sus hijos, Winnaretta fue la que más se destacó porque parte importante de su fortuna la puso al servicio del arte. En música apoyó a Maurice Ravel, el del famoso bolero; a Arthur Rubinstein, Igor Stravinsky, Erik Satie, Manuel de Falla… en pintura era una admiradora de Monet que estaba pegado al gobierno con George Clemençeau de trampolín. También auspició a Isadora Duncan aquella bailarina que deslumbró a París.
La Libertad, cuyo rostro griego corresponde a la diosa Hécate, la maga y protectora de las entradas de los pueblos, mide 151 pies y si se le suma el brazo con la antorcha, llega a los 305.
En 1886, en plena era de Lilís, aquí y de Grover Cleveland en los Estados Unidos, La Libertad fue inaugurada, con 10 años de atraso y con gran protagonismo francés que resaltaba los lazos entre esas dos naciones. La estructura de hierro de Eiffel inauguró la fortaleza del Estado Francés que aumentó con la construcción de miles de puentes y la instalación de trenes en cada punto cardinal, incluyendo el Ferrocarril Central Dominicano.
En ningún momento Bertholdi dijo quien fue su modelo, sin embargo, comparando rostros, no hay duda que la modelo que más se parece, sin contar los arreglos y acomodos de la Inteligencia Artificial, fue la madre de Winnaretta, Isabelle Eugenie Boyer. Compare y juzgue… usted que es un experto/a.