La firma del tratado Trujillo-Hull se convirtió de la noche a la mañana —por órdenes de la bestia— en el hecho histórico más transcendente de la historia dominicana, con excepción, quizás, del día del nacimiento de la bestia, la llegada al poder de la bestia, el cumpleaños de la mamá de la bestia… La pluma, con la que había firmado, el 24 de septiembre de 1940, se convirtió o quiso ser convertida por el congreso en un símbolo patrio, y el Padre de la Patria Nueva y Benefactor de la patria se convirtió ademas en Restaurador de la Independencia Financiera.
El tirano también había ordenado a sus fieles que se declararan en estado de regocijo, que se produjera un estallido de júbilo nacional, que todo el pueblo dominicano celebrara como una fiesta patria el magno acontecimiento y que todos los corazones rebozaran de gratitud, que la gente llorara de alegría y lo recibiera en triunfo como al Dios Apolo en su carro triunfal, que le arrojaron bendiciones al pasar. De hecho, a su regreso al país fue alabado, glorificado, deificado, ensalivado circunstancialmente por una lluvia torrencial de palabras.
En el Altar de la Patria se colocó una tarja de bronce con una inscripción que decía más o menos eterna gloria a Trujillo, benefactor de la patria, a cuyos esfuerzos y sacrificios debe el pueblo dominicano la feliz recuperación de su soberanía financiera…
El tratado Trujillo-Hull fue uno de los acontecimientos más celebrados y sazonados durante la era fatídica de la bestia. Tanto así que, en1947, tres años antes de la liquidación de la deuda, se inauguró en el malecón —la flamante avenida George Washington—, el Monumento a la independencia financiera.
En realidad es un monumento al mal gusto, un discreto adefesio, formado por dos monolitos, al que la gente puso el nombre de obelisco hembra en contraposición al monolítico y falocrático obelisco macho, otro adefesio, que se encuentra en la misma avenida a corta distancia y conmemora el cambio de nombre de la ciudad de Santo Domingo a Ciudad Trujillo en 1936.
Originalmente el obelisco hembra tenía unas esculturas en alto relieve, alusivas a las musas, y una tarja en tres idiomas —francés, inglés y español—, con las consabidas alabanzas al tirano. Un derrame de alabanzas y explicaciones sobre el histórico hecho que conmemoraba el monumento.
El regreso de la bestia no fue motivo de alegría para todos sus seguidores. Uno de los más encumbrados, el general José Estrella, quizás el más encumbrado y más fiel y confiado de todos, cayó repentinamente en desgracia, sintió en carne propia los efectos desfavorables de la rueda de la fortuna, de los cambios de humor y del favor del voluble tirano, y se convirtió durante un tiempo en chivo expiatorio. Fue acusado, en pocas palabras, de todos los excesos que había cometido al servicio de la bestia.
El general José Estrella era un hombre que ejercía funciones de procónsul en ausencia de la bestia. Se había desempeñado como gobernador de Santiago, un gobernador cuya palabra era ley, batuta y constitución. Luego había sido nombrado Comisionado Especial en el Norte, con poderes discrecionales que ejercía dictatorialmente, pero siempre al servicio de la bestia. Quizás no había otro hombre con tanto poder en el país después de la bestia, y ninguno más leal. Él, más que ninguno, había contribuido a llevar y mantener en el poder a la bestia y más que un hombre leal era un incondicional.
Sin embargo, durante la última estadía de Trujillo en los Estados Unidos, con motivo de la firma del tratado, se esparcieron rumores, quizás solamente rumores, que empañaban la impecable hoja de servicios del general José Estrella. Rumores o calumnias que sugerían que el leal servidor se sentía ya bastante fuerte para tratar de sustituir a la bestia.
Dice Crassweler que José Estrella había puesto su lealtad a Trujillo por encima de su propia familia, cuando su sobrino Rafael estrella Ureña fue perseguido y obligado salir del país durante el primer mandato del gobierno de la bestia. Era una lealtad enfermiza, retorcida y morbosa. José Estrella —dice Crassweler— se inclinaba para rezar (o quizás para fingir que rezaba) ante el retrato de la bestia que tenía en su hogar. Si lo hacía con sinceridad, con sentida devoción, o para convencer a los informantes de que era más papista que el papa, es algo que no está establecido. José Estrella era un tipo rústico, iletrado, pero conocía a la bestia y de seguro sabía a que atenerse. Quizás intuitivamente percibía que el favor de los poderosos no era cosa confiable.
La bestia le había dado grandes muestras de estima, le había entregado el Cibao a manera de feudo, lo había elogiado en más de un discurso, había dicho que era el más eficiente de todos sus asociados, que era el hombre que velaba por sus intereses, que él veía allí donde su ojo vigilante no alcanzaba a ver, que enfrentaba a las balas con su pecho para proteger su vida, que era cabal y honesto y responsable como ninguno, que en él la ley tenía el más firme respaldo. El general José Estrella era, de hecho, el asociado más eficiente que había estado a su lado durante sus años de gobierno, fue el hombre que la bestia escogió como padrino de su adorado hijo Ramfis y nunca dejaba de visitarlo cuando pasaba por Santiago.
Así las cosas, parecería que Trujillo era tan estrellista como Estrella era trujillista. Pero unos cuantos días después de su regreso al país el 8 de octubre de 1940 —después de la firma del glorioso tratado Trujillo-Hull—, Estrella fue dado de baja. Fue despojado de todos sus cargos. Otro incondicional, Mario Fermín Cabral, fue nombrado en su lugar como gobernador de Santiago.
Lo que se montó al regreso de la bestia fue una farsa, una especie de circo mediático que hizo las delicias de la opinión pública hasta el mes agosto de 1941.
HISTORIA CRIMINAL DEL TRUJILLATO [57]
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Bibliografía:
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator