La semana pasada Donald Trump compareció en una corte de Manhattan, ante el juez Juan Merchan y el fiscal Alvin Bragg, donde fue fichado y se le leyeron sus derechos. El Tribunal encargado de enjuiciar las demandas incoadas en su contra, presentó públicamente los más de treinta cargos de los que se le acusa. Con una buena dosis de sarcasmo se declaró inocente, fue puesto en libertad y volvió a Florida reiterando que es víctima de una persecución política y judicial. Una extraña jornada que marcará la historia de los Estados Unidos por ser la primera vez que un presidente, retirado o en ejercicio, es juzgado y afronta una acusación penal. El juez me odia, escribió luego Trump
El expresidente, sin pudor, ha vuelto el proceso judicial un espectáculo mediático que usa como oportunidad de relanzar su campaña en las primarias del Partido Republicano, donde los últimos meses su postulación ha sido cuestionada con la aparición de otros candidatos que apuntan la posibilidad de obtener la candidatura presidencial. Trump utilizando las acusaciones que enfrenta denuncia una cacería de brujas orquestada por los demócratas que instrumentalizan la justicia en su contra y exhorta a sus seguidores para que salgan y se expresen en las calles. Este llamado provoco que, en Nueva York durante su performance en los juzgados, se desplegasen masivamente las fuerzas de seguridad puestas en estado de alerta antes las concentraciones convocadas tanto a su favor como en su contra. Lo más desconcertante de este nuevo asalto a la democracia estadounidense, es la actitud de los líderes republicanos que han cerrado filas en su favor ignorando cualquier respeto al Poder Judicial, lo que supone un cuestionamiento al sistema insólito en ese país.
La pregunta que nos planteamos después de asistir atónitos a este extravagante espectáculo es ¿cómo ha llegado Estados Unidos a esta degradación en su política nacional? Lo primero, en lo que reparamos, es que se trata de un candidato que lleva cuatro décadas esquivando la justicia primero como hombre de negocios y ahora como político, lo que le permite por su dilatada experiencia sacar redito a este tipo de situaciones volviéndolas un show mediático, que usa primero para presentarse como un luchador contra el sistema y segundo, entendiendo la situación como parte importante de su campaña, primero en las primarias republicanas y después, si vence, en las presidenciales.
Este esperpento político, digno de otros lares, no significa que el país en su conjunto este en esa lógica, pues lo que reflejan las encuestas es una nación absolutamente polarizada en torno a la figura de Trump y a lo que representa para la democracia norteamericana. El debate se centra, en este momento, en la idea de si el expresidente está por encima de la ley y claro, la respuesta categórica en una democracia consolidada con un estado de derechos y su división de poderes sería no, si existen indicios de crimen este debe ser imputado. No podemos olvidar que además hay tres casos penales más detrás de él; las interferencias en el recuento de la votación de Georgia, el grotesco e inquietante asalto al capitolio y los documentos secretos de la nación encontrados en su domicilio privado en Mar-a-lago.
Meses atrás el Partido Republicano empezaba a cuestionar su candidatura y había llegado al convencimiento que lo acertado era buscar una persona con su ideología, pero sin cuentas pendientes con la justicia. De ahí surgió DeSantis como potencial candidato y las encuestas al principio dieron la razón pues parecía que sobrepasaría a Trump, pero el señalamiento judicial ha provocado lo contrario volviéndose a revalorizar su candidatura.
Qué es lo más inquietante respecto a la posibilidad de una futura presidencia. Primero que su prioridad, la lucha contra China será proyectada en una lógica transaccional, como cuando en su presidencia alardeaba de sus reuniones con lideres autoritarios, pero este es un modelo riesgoso en el estado actual de las cosas, porque despojada de cualquier valor político las relaciones internacionales se regirán por los intereses de su agenda particular. En este sentido la actual guerra de Ucrania, en parte instigada por la administración Biden para fortalecer la OTAN, debilitar a Alemania y desgastar a Putin como líder internacional, los republicanos y Trump, en particular, piensan que es demasiado la ayuda que se brinda a Ucrania y que lo que sucede no es del interés de los Estados Unidos. Por supuesto esto tiene complejas implicaciones para la seguridad internacional y para el mundo en general y sobre todo para los europeos con los cuales podría darse una nueva ruptura diplomática pues Trump los considera rivales y no aliados.
El juicio se dilatará en el tiempo, lo enfrentará con una defensa basada en negarlo todo, a pesar de evidencias incontestables y buscará todo tipo de dilaciones para erigir su imagen de víctima. Nada le impide legalmente hacer campaña, aunque en su día sea condenado, y todo indica que la polarización del país que irá en aumento en los próximos meses, la tratará de rentabilizar políticamente. La delicada salud de la democracia estadounidense, que necesita a gritos una regeneración de sus líderes, se verá sometida a otra prueba de resistencia ojalá esta vez no sea derrotada. Todos nos jugamos mucho.