Hace poco más de un siglo, la humanidad vivió la pandemia más mortal jamás vivida en la historia: la mal llamada gripe española. Las estimaciones de los estudiosos más contemporáneos de ese dramático acontecimiento calculan que el desenlace de su desarrollo costó 50 millones de muertos en todo el mundo. La cifra fue superior al número de muertos totales de la I Guerra Mundial, que llegó a los 18 millones.
La pandemia se produjo a finales de la primera gran conflagración mundial, es decir, en 1918. Se la denominó la gripe española porque como su gobierno se mantuvo neutral durante la guerra, la prensa española no sufría ninguna censura e informó de las consecuencias de la epidemia en sus territorios, al tiempo que los países contendientes censuraban y mantenían en secreto esta información para no alarmar a los combatientes y por obvias razones de estrategia y seguridad militar.
Existen varias hipótesis sobre su origen. La primera, que se originó en los EE.UU. en una granja de Kansas, donde varios miembros de la familia fueron llamados a filas y sirvieron en un batallón en el campo militar de Fuston, lugar del primer brote. La neumonía se transmitió y un mes más tarde, en abril, ya afectaba a las tropas de Camp Dix en New Jersey. La epidemia de influenza se transmitió con mucha rapidez por fábricas, instituciones educativas y carcelarias; Es decir, que salió de los campamentos militares afectando a diversas localidades de California, Florida, Virginia y Alabama. Según la historiadora Ana María Batey, la alarma no cundió inmediatamente ya que la influenza no era una enfermedad infecciosa de declaración obligatoria de las autoridades federales.
La segunda hipótesis propone un origen asiático y se basa en la trayectoria de otras pandemias de influenza, anteriores y posteriores, surgidas en esa región-1847,1889-1890,1957 y 1968-. El sudeste asiático constituye un reservorio del virus H1N1, pues la agricultura del arroz usaba patos con el fin de ahuyentar los insectos y limpiar los campos. A ello se añadía la convivencia con el ganado porcino, que era fundamental en la alimentación de los agricultores. Todo ello propiciaba un ambiente para la reproducción de virus gripales de diferentes especies, aunque los historiadores chinos sostienen que la epidemia en cuestión provino de occidente y llegó por los puertos.
La tercera y última hipótesis, propone el origen europeo de la epidemia y que surgió en la Base Militar Británica situada en Étaples, al norte de Francia: un campo militar ocupado por más de 100.000 soldados en un reducido espacio de 12 kilómetros cuadrados. Estaba situado junto al mar, donde abundaban las aves migratorias, y rodeada de propiedades agrícolas acondicionadas con numeroso ganado caballar y porcino para la alimentación y transporte de la tropa. El hacinamiento, la mala alimentación, el agotamiento de los soldados y las emanaciones de los gases tóxicos de la guerra química propiciaron un ambiente contaminado favorable para la multiplicación del virus.
La propagación de la influenza por el mundo entero se dio a gran velocidad entre agosto de 1918 y enero de 1919. La denominada segunda oleada fue consecuencia de la movilización masiva de soldados y trabajadores españoles, portugueses y de otras nacionalidades, quienes regresaron a sus países una vez acabada la guerra, junto a la movilización de ingentes cantidades de mercancías de todo tipo por medio de los vapores y los ferrocarriles.
Los estudios de la pandemia revelan la llegada al Caribe entre octubre y diciembre de 1918, al tiempo que se esparcía por toda América Latina afectando a ciudades como Bogotá, Río de Janeiro, Buenos Aires y Puebla. Hoy poseemos datos de que en el Caribe británico y en Puerto Rico la influenza se presentó con dureza, sobre todo en Belice, Guyana y Jamaica, mientras que en el resto de las islas parece que la afectación fue menos virulenta.
Al igual que en todas partes del mundo, los tratamientos fueron una mezcla de viejas y nuevas medidas, entre ellas, la limpieza y desinfección de los espacios públicos y privados, el uso de quinina, laxantes, eucalipto y mentol. El cierre de las instituciones educativas y otros centros de reunión sociales se aplicó tempranamente, pero los bares y salones de baile permanecieron abiertos por razones comerciales y turísticas.
Teniendo en cuenta que los desastres naturales ocurren solo cuando el problema social económico se desarrolla por un fenómeno de la naturaleza, la pandemia de la influenza de 1918-1919 se catalogó como un desastre natural mundial. Las respuestas a la crisis epidémica, tanto ayer como hoy, son eclécticas y representan un importante papel en medio de la crisis, pues se constituyen en un acto humano de prevención y autodefensa. Estos mecanismos defensivos contienen elementos cognitivos y emocionales y pueden ser formados tanto por concepciones científicas, como religiosas, ya que son fenómenos colectivos y en el caso actual global.
Ahora, tenemos a nuestra disposición múltiples formas de abordar la historia social de las enfermedades, las políticas públicas de salud, el cuerpo, las instituciones, etc. En ese sentido, el abanico de fuentes documentales es múltiple y diverso, dependiendo del espacio temporal y territorial del cual se trate. Tal vez, siendo como somos testigos de una crisis epidemiológica de consecuencias planetarias y observando las similitudes de lo ocurrido hace algo más de un siglo, estudiar la historia de la salud quizás tenga cada vez más sentido. Sobre todo, por la fragilidad de nuestra memoria y la urgente necesidad de transformar nuestra contaminante forma de vida. Hoy, más que nunca, debemos entender la necesidad de cuidar el planeta, que es nuestra casa, pues de lo contrario propiciaremos este tipo de pandemias que se seguirán reproduciendo si no tomamos medidas. ¿Desde cuándo hablamos del calentamiento, pero no hacemos nada?. Tal vez esta sea la primera advertencia seria.