El fracaso de Cayo Confites fue el más duro de los golpes que la oposición antitrujillista había recibido hasta el momento, un golpe tan contundente que parecía haber paralizado el movimiento, dejándolo sin fuerzas, sin recursos, en aparente estado de shock. Los mejores dirigentes del exilio demostrarían, sin embargo, ser hombres de un temple, una tenacidad y un espíritu invencible y no tardarían en recuperar la iniciativa y enfrascarse en un nuevo proyecto libertario. Fracasarían de nuevo y volverían a fracasar, pero persistirían en la lucha, lucharían por un sueño y no pocos en la lucha dejarían el pellejo. Los más afortunados perderían los amigos, otros perderían los hermanos o los padres o los hijos en aquella contienda, aquella lucha a muerte que lucía interminable.
Como dice Crassweller, después de la desbandada algunos de los hombres de Cayo Confites, bajo la guía de Juancito Rodríguez, se reagruparon y encontraron un nuevo propósito: empezaron a construir un proyecto plurinacional y a asumir una identidad que mantendrían por varios años y que de alguna manera amplió los horizontes. Se organizarían, en efecto, en la llamada Legión del Caribe. Una famosa legión que Crassweller define entre real y mística, una banda de liberales, izquierdistas y aventureros que parecían estar simultáneamente en todas y en ninguna parte. La Legión se movilizaría en apoyo de José Figueres en Costa Rica y pretendía enfrentar la tiranía de Somoza en Nicaragua, brindaría apoyo al gobierno de Guatemala en una difícil coyuntura y participó activamente en la organización de una nueva empresa expedicionaria, la expedición de Luperón.
Tal y como dice Humberto Vázquez García: «La expedición de Luperón se inscribió en un proyecto insurreccional más vasto denominado Pacto de Alianza, el cual habían suscrito en Ciudad Guatemala, el 16 de diciembre de 1947, dirigentes de “grupos representativos de la política dominicana, nicaragüense y costarricense para derribar a las dictaduras imperantes en sus patrias y restablecer en ellas la libertad y la democracia”. Estos convinieron en organizar un Comité Supremo Revolucionario bajo la presidencia del general Juan Rodríguez, a quien designaron comandante en jefe de los Ejércitos Aliados, cuerpo militar del pacto que sería conocido con el nombre de la Legión del Caribe». (1)
De acuerdo con una versión un tanto ingenua, los veteranos de Cayo Confites, una vez puestos en libertad, solicitaron al gobierno de Grau San Martín la devolución de las armas a su legítimo dueño, que era Juancito Rodríguez, o por lo menos el dueño de la mayoría. El gobierno habría entregado una parte y Juancito Rodríguez facilitó cierta cantidad a José Figueres, que en esos días organizaba una insurrección en Costa Rica. El traspaso de esa parte de las armas, en el que participó el inestimable Enrique Cotubanamá Henríquez, corrió con la acostumbrada mala suerte que parecía seguir a los revolucionarios. El avión que las llevaba (un Cessna de dos motores) se estrelló en Guatemala, murieron el piloto y el copiloto, un cubano y un español, y se salvó de casualidad, aunque con heridas de consideración, el dominicano Virgilio Mainardi Reyna.
Las armas, al parecer, no sufrieron daños y la parte acordada llegó a manos de Figueres, junto a un grupo de voluntarios de la mencionada Legión del Caribe (Miguel Ángel Ramírez, Horacio Julio Ornes y otros), que prestaron un valioso servicio militar a la empresa. Cuando Figueres triunfó devolvió las armas.
La versión de Alberto “Chito” Henríquez Vásquez es de alguna manera más convincente y racional. Los dominicanos acudieron a Juan José Arévalo, el progresista presidente de Guatemala y éste convenció al guabinoso Grau San Martín de que entregara las armas que habían sido requisadas al ejército de Cayo Confites. Grau las entregó parcialmente, pero al gobierno de Arévalo, y se transportaron en aviones de la fuerza aérea de Guatemala. (2) El episodio del Cessna ocurriría probablemente en otro momento.
Lo cierto es que «las armas y municiones de Cayo Confites fueron empleadas en la insurrección de Figueres en Costa Rica y en la consolidación de su gobierno, así como en la expedición antitrujillista de Luperón e incluso en la defensa del gobierno de Juan José Arévalo”. (3).
Otros veteranos de Cayo Confites, como Tulio H. Arvelo, permanecieron entre Cuba y Puerto Rico y Venezuela, ajenos en principio a lo que sucedía en Guatemala, y enfrascados en otro proyecto insurreccional. El testimonio de Tulio Arvelo sobre este tema es de un valor incuestionable.
«El trabajo de agente vendedor a que me dediqué en la capital venezolana estaba muy lejos de ser la actividad acorde con mi temperamento que me impulsaba a buscar nuevas vías que me llevaran a la cristalización de mi más preciado anhelo: regresar a Santo Domingo libre de la opresión trujillista.
“Ese y no otro fue el motivo de mi regreso a La Habana en enero de 1948. Sabía que en esa ciudad había mejores condiciones para hacer conexiones con los compañeros que tenían los medios de lucha necesarios para derrocar a Trujillo.
«Allí supe que don Juan Rodríguez, Miguel Angel Ramirez, Horacio J. Ornes y otros compañeros de Cayo Confite se habían trasladado a Guatemala en busca de la sombra del doctor Juan José Arévalo, quien era a la sazón el presidente de ese país centroamericano. Hice algunas diligencias para unirme a ellos; pero fue inútil, no logré el enllave necesario.
«A mediados de ese mismo año de 1948 se produjo en Costa Rica la llamada Revolución de Figueres en la que los compañeros antes mencionados jugaron un papel de importancia.
«Aquello, además de que me cogió de sorpresa, me hizo sentir un poco mal ya que hubiera querido estar allí porque suponía que el triunfo de dicha acción sería de gran utilidad para los emigrados dominicanos.
«Luego supe que mi suposición era válida en principio puesto que Figueres se había comprometido a facilitar hombres, armas y dinero para la lucha contra Trujillo a cambio de la ayuda de los dominicanos en la empresa que él encabezaba.
«Después que Figueres alcanzó sus objetivos no hizo buena su promesa y, según supe más tarde, solamente contribuyó con dinero que había prometido así como con la devolución de una parte de las armas de Cayo Confite que le había “prestado” don Juan Rodríguez de la cantidad que éste había logrado le devolvieran en Cuba.
«Cuando el triunfo de Figueres en Costa Rica era inminente, ya se conocían en La Habana algunos detalles acerca de la naturaleza de la lucha en que estaban participando mis antiguos compañeros.
En Costa Rica el panorama político era diferente al de Santo Domingo. Allí el Gobierno contra el que luchaba Figueres ayudado por los dominicanos era apoyado por las fuerzas más progresistas de ese país. Por otra parte, el objetivo de las fuerzas “revolucionarias” era llevar al poder al señor Otilio Ulate, un conspicuo oligarca representante de la reacción costarricense.
»Por esas razones me negué a engrosar las filas figueristas cuando en las postrimerías de la lucha se me invitó a hacerlo». (4)
La dudas de Tulio Arvelo sobre el movimiento encabezado por Figueres, por muchas otras razones, y a juzgar por lo que dice Crassweller, no parecían estar descaminadas:
Dice Crassweler que, como parte del arreglo de una disputa entre Costa Rica y Nicaragua, en el cual intervino subrepticiamente Trujillo, se produjo la dispersión o expulsión de la Legión del Caribe de Costa Rica. Simplemente el gobierno estuvo de acuerdo en que no toleraría dentro de su territorio grupos armados de exilados conspirando contra Nicaragua. Los mismos que tanto habían contribuido al triunfo de la insurrección.
Algunos se desligaron de la Legión y permanecieron en el país. Muchos otros encontrarían — como dice Crasswellwer— un nuevo hogar en Guatemala bajo el belicoso liberalismo del presidente Arévalo. Lo que quedaba de la Legión del Caribe salió de Costa Rica y volvió a formar sus filas en Guatemala, llevando consigo la porción sobreviviente del muy viajero armamento de Cayo Confites.
(Historia criminal del trujillato [122])
Notas:
(1) Humberto Vázquez García, “La
expedición de Cayo Confites, p. 398
(2) Ibid, p. 399
(3) ibid
(4) Tulio H. Arvelo, “Cayo Confites y Luperón. Memorias de un expedicionario”, págs 108,109. l