La Feria de la paz y confraternidad del llamado mundo libre tenía una entrada monumental que daba al malecón y otra más humilde que nacía en la Avenida Independencia, pero las dos eran igual de arrogantes. Parecían pensadas para dar una idea de fuerza, para impresionar y atemorizar a la vez. La más ostentosa, la del malecón, recibía a los visitantes a través de un arco de cemento, tal vez un pretendido arco de triunfo, en forma de arcoíris, con murales a cada lado. Más adelante se levantaba una burda estatua neoclásica que representaba o quería representar los veinticinco años de la gloriosa era y a continuación un enorme globo terráqueo empotrado en una especie de obelisco con las cinco estrellas del generalísimo. Era el símbolo de la Feria, lo que los dominicanos siempre llamaron la bolita del mundo. El símbolo del espectáculo de pan y circo que representaba la dichosa Feria que con el tiempo se convertiría por justicia divina en símbolo prostibulario.
En la entrada de la Avenida Independencia, la llamada Plaza de las naciones, había otra poco graciosa estructura de cemento sobre la que se sostenía, a mano derecha, un arpa gigante, el más dulce instrumento musical, pero con las mismas cinco estrellas del generalísimo. Además, en la misma entrada, antes de acceder al recinto había que enfrentarse a un agresivo coloso, un coloso amenazante que, con los brazos en alto, sostenía en una mano una paloma y en la otra el universo. Un garrote simbólico, probablemente, con cara de pocos amigos.
Entre una y otra entrada discurría el eje central de la Feria, una amplia avenida sembrada de banderas con unos cuantos edificios a cada lado y una rotonda que la dividía en partes más o menos iguales, una rotonda con una fuente como nunca se había visto ni ha vuelto a verse en el país. Una fuente musical con luces y música de carillón a la que muchos llamaron la fuente del millón de dólares por el precio que se decía que había costado y qué proporcionaba un magnífico espectáculo, sobre todo de noche cuando podían apreciarse su altos y luminosos chorros de agua cambiando de altura y de colores.
La grandiosa feria de la paz de Trujillo ocupaba en total unas veinte o veinticinco cuadras y tenía más de veinte grandes edificaciones, aparte de monumentos, estructuras desmontables y áreas de esparcimiento.
La joya de la corona era probablemente el Teatro agua y luz Angelita, una de las muchas cosas dedicadas a la niña linda de la bestia. Había sido construido y diseñado por un arquitecto catalán de fama y tenía una planta oval, parcialmente abierta al cielo azul del Caribe y una ambientación de lujo. El nombre lo decía y lo ofrecía todo: un teatro de casi cuatrocientos chorros de agua que danzaban lumínicamente al ritmo de la música que se convirtió durante breve tiempo en uno de los escenarios de más categoría en el área del Caribe y que probablemente quería competir con el famoso Tropicana de Cuba.
Durante el breve tiempo que permaneció activo, antes de caer en el abandono, se presentaron espectáculos de gran calidad, que a la larga, sin embargo, al igual que el teatro, resultaron ser insostenibles económicamente.
Otra edificación, el Pabellón del libro María Martínez de Trujillo, honraba a su amante y gran escritora esposa (después se convertiría en consulado de los Estados Unidos y luego sede de la OEA). Había además un Pabellón de exposiciones internacionales que más adelante sería sede del CEA, un Pabellón de la Industria Azucarera, un Pabellón de las Fuerzas Armadas.
Otros pabellones y edificios públicos de no menor importancia eran los siguientes: Pabellón de Salud Pública, Pabellón de administración de la Feria, Palacio del ayuntamiento, Pabellón de seguridad nacional y comunicaciones (el mismo que fue sede de la Secretaria de Estado de agricultura y que sería destruido por un incendio doloso para encubrir un escandaloso caso de corrupción), Pabellón de industrias nacionales y futura sede del llamado Congreso Nacional, Pabellón de Agricultura, economia y finanzas, Pabellón de vehículos de motor, Pabellón de la Santa Sede, Pabellón de Venezuela, Pabellón de Alcoa, Pabellón de Pepsi-Cola, Pabellón de Esso, Pabellones de las naciones participantes, Restaurante Típico, Coney Island, Autocinema Iris. Se construyeron además, entre otras cosas la Clínica infantil Angelita y en las cercanías de la Feria se levantó el Hotel Paz, que después se llamó Hispaniola.
No podía faltar, desde luego, un espacio dedicado a la ganadería, lo que sería una feria dentro de otra feria, es decir la Feria ganadera, uno de los más grandes motivos de orgullo de la bestia. La Feria Ganadera era, como dice Crassweler, el atractivo o uno de los atractivos que mayormente representaba los intereses de Trujillo.
El recinto ferial, que se ha conservado prácticamente intacto, consta de una magnífica serie de graneros de lujo que circundan un estadios central con capacidad para cinco mil personas, pero los asientos de cemento del estadio resultaban y todavía resultan incómodos para el público, que asistió a un interminable desfile del mejor ganado de la época. No era algo improvisado. La bestia había empezado los preparativos con un viaje a Kansas City unos meses antes y gastó dinero a mano llenas, compró todos los animales que se le antojaron, pagó sumas grotescas en vacas y caballos y propinas en el hotel en que se alojaba y en los restaurantes donde comía. Compró además un Lincoln Continental por diez mil dólares, corbatas de doscientos dólares, costosísimos sombreros y lazos de vaqueros y todo tipo de juguetes para su hijo Rhadamés. Pero compró sobre todo ganado para impresionar a los futuros asistentes a la Feria.
Para poder llevarse a Miami parte de lo que adquirió tuvo que utilizar dos ferrocarriles privados.
Crassweler considera que en general se puede considerar que la Feria estuvo bien diseñada, alaba el ambiente aireado, los edificios, de colores crema y pastel, rodeados del césped y las flores, que a su juicio «eran la parte más sensata del conjunto»
En realidad, el paisajismo, el verdor, los árboles y jardines estaban relativamente ausentes. Resulta evidente que los afamados arquitectos no consideraron necesario poblar el recinto con suficientes palmeras o plantas de flores o sombra ni dotarlo de jardines ni zonas verdes dignas de tal nombre. Ni mucho menos pasó por sus mentes la idea de una ciudad jardín. El cemento era el verdadero protagonista de la feria de la paz de Trujillo, lo único que (para decirlo con palabras de Dinápoles Soto Bello) le hacía sombra a la elefantiasis egolátrica de la bestia.
(Historia criminal del trujillato [152])
Nota:
Bibliografía: Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator”