Las ideas de las Exposiciones Universales nacieron de la práctica francesa de llevar a cabo certámenes nacionales, una tradición que alcanzó su máxima expresión el año de 1884 con la celebración de la exposición industrial de París. Este tipo de ferias fue emulado por otras naciones europeas y la reina Victoria de Inglaterra inauguró en Londres el 1851 la primera exposición universal, recordada hoy día por el icónico Palacio de Cristal en Hyde Park. El espíritu de estas celebraciones se pensó para mostrar los avances y el progreso mundial: maquinarias, productos manufacturados, esculturas, materias primas y todos los frutos de la creciente industria humana y de su imaginación ilimitada. En cierta manera se expresaba la fe en el conocimiento científico para el control de la naturaleza. En general estos eventos se convirtieron en un espacio común para mostrar los cambios y descubrimientos que brindaban los avances de la humanidad. Entre el siglo XIX y XX el carácter de estas exposiciones evolucionó en tres sentidos: la industrialización, los intercambios culturales y una última, más contemporánea, volcada hacia la marca país.

En este sentido, en 1929 se celebró en Sevilla (España) una exposición iberoamericana con el fin de estimular el hermanamiento de España, Portugal y el continente americano. Fue inaugurada, el 9 de mayo de 1929, por el monarca Alfonso XIII y clausurada el 21 de junio de 1930. El gobierno español dio un valor propagandístico al certamen que buscaba, de un lado devolver a España al panorama internacional y alejar el doloroso trauma de 1898, y de otro dinamizar la economía nacional y modernizar la ciudad de Sevilla. Uno de los 15 países latinoamericanos participantes fue la caribeña República Dominicana, siendo presidente por entonces Horacio Vázquez Lajara (1860-1936). Su voluntad de participación se manifestó con la comunicación que el secretario de Agricultura e inmigración del gobierno presento al cónsul español en 1925. En 1927 se confirmaba la asistencia con la asignación de un crédito de 50 mil pesos de oro para los gastos de participación. En 1928 se formuló la petición para la construcción de un edificio permanente acogido a 75 años de uso y disfrute como el resto de los pabellones de los otros países participantes. La Dirección General de obras públicas dominicana elaboró un proyecto bajo la dirección del arquitecto Martín Gallart y Canti. La obra comenzó en junio de 1928 y se levantó en un plazo de 8 meses.

El edificio originó críticas en el país por la poca originalidad de la obra que se limitó a reproducir a escala la Casa del Almirante mandada a construir por Diego Colón en 1510. El crítico de la arquitectura Villar Movellán afirma que se trató de un edificio valioso, aunque estéticamente signado por un complejo de inferioridad, pues según argumenta los arquitectos responsables sostuvieron la inexistencia de un estilo nacional con el que ejecutar su pabellón optando de ese modo por una poco imaginativa reproducción. Prácticamente la única modificación con respecto al Alcázar de Colón fue la incorporación de cuatro garitas en las esquinas, representando las fortificaciones de la ciudad y todo acompañado por un templete-fuente, reproducción de la glorieta del Parque Independencia. El elemento más característico del Alcázar palacio se reprodujo en las fachadas delantera y trasera: una doble arquería que protegía la entrada principal y unas galerías cerradas. Sobre dichas arquerías se situaba un remate escalonado.

Los contenidos expositivos del pabellón durante el tiempo que duró la presencia dominicana en el certamen estuvieron bajo responsabilidad de Alfredo Ginebra, director general de obras públicas de República Dominicana y comprendieron los siguientes elementos. En lo relacionado con la agricultura se promocionaron el azúcar, el cacao, el café, el tabaco y el algodón. De la actividad industrial fueron protagonistas los tejidos del guano, la cabuya, sombreros, jabones y muebles. Respecto de la minería se llevaron muestras de hierro, oro, plata y cobre. En lo relativo a la faceta cultural se exhibieron muestras de arquitectura, arqueología, artesanías, escultura, pintura y fotografía al tiempo que se organizaron exposiciones gráficas sobre el clima, la salubridad, estadísticas y una cuidada demostración de las mejoras urbanísticas y arquitectónicas con las que el país se abría paso al siglo XX, ejemplos de estos la construcción del Capitolio, el palacio de Justicia o el edificio de Correos. En la segunda planta se mantuvo una exposición completa de Heráldica dominicana.

Todos los pabellones fueron costeados por los propios países y construidos en terrenos cedidos por la ciudad anfitriona que, entre los años 2001 y 2005 volvió a asumir la propiedad de los terrenos y de los edificios construidos. Las condiciones de aquella cesión quedaron determinadas en un Real Decreto de 14 de enero de 1929. La fecha de reversión a la ciudad de Sevilla del pabellón de la República Dominicana era el 18 de abril del 2003, a los 75 años de su construcción como todos, sin embargo, el 13 de diciembre de 1934 el país cedió el edificio al Estado Español que lo reutilizó como sede administrativa hasta que en el 2003 fue recuperado de nuevo por la ciudad andaluza. Actualmente alberga la sede de la Dirección General de Educación y Edificios Municipales que es la encargada de la conservación, mantenimiento y mejora del patrimonio municipal edificado.

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