La élite secreta que dominaba en Inglaterra sigue siendo en esencia la misma que describen Gerry Docherty y Jim MacGregor en su «Historia oculta de la Primera Guerra Mundial»:

«La democracia británica, con elecciones regulares y cambios de gobierno, fue retratada como una red de protección confiable contra el gobierno despótico. Pero nunca ha sido así. Tanto los partidos conservadores como los liberales habían estado controlados desde 1866 por la misma pequeña camarilla que consistía en no más de media docena de familias principales, sus parientes y aliados, reforzados por ocasionales llegados con las credenciales “apropiadas”.

»La Élite Secreta hizo una forma de arte de la identificación del talento potencial y del poner a hombres jóvenes prometedores, por lo general de la Universidad de Oxford, en posiciones que ayudaran a sus futuras ambiciones. Con la desaparición del Gobierno conservador en 1905, la Élite Secreta ya había seleccionado a sus sucesores naturales en el Partido Liberal: hombres confiables y confiados, inmersos en sus valores imperiales». (1)

Esa misma élite, el poder oculto de Inglaterra, había prometido a los árabes la creación de un gran estado y había ofrecido a Rusia el control sobre Estambul y el estrecho de los Dardanelos a cambio de su participación en lo que sería la Primera Guerra Mundial. La guerra prefabricada contra el Imperio alemán, el austríaco y el imperio turco otomano.

Inglaterra no tenía, por supuesto, ninguna intención de cumplir con los rusos ni con los árabes. En cambio le cumpliría a los zionistas. Con los zionistas tenía un acuerdo, un compromiso que se había hecho público el día 2 de noviembre de 1917: la famosa e infame Declaración de Balfour. Ésta se dio a conocer en una carta enviada por el ministro de Relaciones Exteriores británico Arthur James Balfour al barón Lionel Walter Rothschild, uno de los miembros permanentes de la élite secreta y prominente figura de la comunidad judía, amén de patrocinador del movimiento zionista. El excéntrico multimillonario que alguna vez se paseó en un coche tirado por cebras.

La Declaración estaba destinada a la Federación Sionista de Gran Bretaña e Irlanda, con lo que se buscaba concitar el apoyo o un mayor apoyo de la comunidad judía a la encarnizada guerra que se libraba en esos momentos en Europa, pero los verdaderos propósitos eran inconfesables.

«Foreign Office
»2 de noviembre de 1917
»Estimado Lord Rothschild:
»Tengo sumo placer en comunicarle en nombre del Gobierno de Su Majestad, la siguiente declaración de simpatía con las aspiraciones judías sionistas, declaración que ha sido sometida a la consideración del gabinete y aprobada por el mismo:

»«El Gobierno de Su Majestad contempla con simpatía el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío, y empleará sus mejores esfuerzos para facilitar el cumplimiento de este objetivo, quedando claramente entendido que no se hará nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no-judías existentes en Palestina, o los derechos y estatus político de que gozan los judíos en cualquier otro país.»

»Le agradeceré que lleve esta declaración a conocimiento de la Federación Sionista.
Suyo
Arthur James Balfour».


El movimiento zionista moderno había sido fundado por Theodor Herzl y Max Nordau a fines del siglo XIX, y contemplaba el establecimiento de un estado judío en Palestina, sin dar mayor importancia al hecho de que el territorio estaba poblado en su mayoría por palestinos. Muy pronto recibió el apoyo de numerosas personalidades judías y no judías y de los más poderosos banqueros del mundo, empezando por la tenebrosa familia Rothschild, que financió generosamente el proyecto con el mismo desenfado y sentido de los negocios con que había financiado guerras y todo tipo de negocios turbios.

Ahora, por primera vez, el zionismo recibía el apoyo, el espaldarazo, el respaldo público del Reino Unido para la creación de “un hogar nacional para el pueblo judío” en la tierra que ocupaban los palestinos. Unas setenta palabras tenía la Declaración. Poco menos de setenta fatídicas palabras para hipotecar el destino de un pueblo, de toda una región que ya estaba en la mira de los zionistas y del imperialismo inglés. El propósito de los ingleses y sobre todo el de los judíos no fue nunca compartir el territorio ni respetar «los derechos civiles y religiosos de las comunidades no-judías existentes», como se dice en la declaración de Balfour con palabras tan bonitas.

No los movía el altruismo, la intención era establecer un enclave colonialista, promover un asentamiento que obedecía y obedece a intereses económicos y estratégicos (y un poco también al deseo de librarse de los judíos). Los franceses, por igual, y otras potencias europeas darían respaldo a este proyecto.

« La declaración Balfour sella la alianza entre sionismo e imperialismo, al mismo tiempo que sella la suerte de las y los palestinos, que son simbólicamente desposeídos de su tierra por una potencia colonial que la concede a un movimiento en el que muchos de sus dirigentes no ocultan su intención de desposeerles de ella físicamente. Para el escritor Arthur Koestler, con la declaración Balfour, “una nación prometió solemnemente a una segunda el territorio de una tercera”.

»Recordar, 100 años más tarde, la promesa británica, es recordar que para las gentes palestinas la lucha contra la desposesión no comenzó en 1967, tras la ocupación de Cisjordania y la franja de Gaza, ni siquiera en 1948, en el momento de la creación del Estado de Israel. El proceso de desposesión se extiende a lo largo de un siglo y, contrariamente a la mitología mantenida por el movimiento sionista y sus aliados, la resistencia palestina es anterior a las primeras guerras israelo-árabes, en particular la gran revuelta de 1936, aplastada conjuntamente por los británicos y las milicias armadas sionistas».

El propósito era echarlos, en el mejor de los casos, hacerles la vida imposible a los palestinos para que se fueran, fastidiarlos, matarlos o exterminarlos como se está viendo en Gaza en estos días. Resulta evidente que los palestinos no eran considerados como gente ni se les daba más importancia que a un rebaño. Balfour había regalado algo que no le pertenecía y el hecho no parecía tener mayor importancia. De un plumazo había despojado a un pueblo. Pero el despojo no iba a resultar tarea fácil:

«El enclave judío en Palestina era singular también en otro sentido. Desde el principio fue una sociedad de colonos sin país natal: una colonia que nunca provino de una metrópoli. En cambio, tenía tras de sí un imperialismo que le delegaba sus poderes. El poder colonial británico constituía la condición inexcusable de la colonización judía. Sin la sólida fuerza de la policía y del ejército británicos, la mayoría árabe –el 90 por 100 de la población– hubiera parado en seco el avance sionista después de la Primera Guerra Mundial. El sionismo dependía por completo para su crecimiento de la violencia del Estado imperial británico. Cuando la población árabe comprendió al fin el alcance de la penetración judía, se alzó en una enérgica revuelta que se prolongó desde abril de 1936 hasta mayo de 1939 –históricamente, la primera Intifada y la más larga–. Londres desplegó 25.000 soldados y escuadrones de las fuerzas aéreas para aplastar la sublevación: fue la mayor guerra colonial del Imperio británico en todo el período de entreguerras. La campaña contrainsurgente estuvo instigada y apoyada por el yishuv, y los judíos proporcionaron la mayoría de los escuadrones de la muerte. Para el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, el imperialismo británico había dejado fuera de combate a la sociedad política palestina, despejando el camino para el triunfo del sionismo tras la guerra». (Perry Anderson, «Precipitarse hacia Belén»).

Con lo que no contaron fue con la tenacidad, la voluntad, la capacidad de resistencia y de resiliencia, la indomable rebeldía del pueblo palestino, y con la prolongación y expansión de un conflicto de consecuencias impredecibles que no parece tener fin.

Notas:
(1) Hidden History: The Secret Origins of the First World War”, (2013).http://editorial-streicher.blogspot.com/2017/05/sobre-los-origenes-de-la-1-guerra.html)
(2) Julien Salingue, «Un siglo de desposesión».
(https://vientosur.info/centenario-de-la-declaracion-balfour-un-siglo-de-desposesion-y-de-resistencia/).

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