Cuando la Sociedad Pro-Arte de Santiago se fundó en el 1939, Lincoln López no había nacido. Fue una reunión en el hotel más importante del Cibao: el Hotel Mercedes. La iniciativa fue de la crema y nata de Santiago de los Caballeros: Dr. Federico Lithgow, Lic. Rafael F. Bonelly (que luego sería presidente del país), Augusto y Rafael Vega, Jacinto Sánchez, entre otros.
A pesar de que dicha sociedad “no tiene limitaciones de clases (…) sino que es de carácter eminentemente popular (…)”, como lo destaca el editorial de La Información del 7 de junio del año de su fundación, la realidad es que no todo el mundo podía darse el lujo de ver sus espectáculos en el Centro de Recreo, Hotel Matum, Teatro Colón y Teatro Apolo.
No es verdad que, a la primera actividad de esta sociedad, celebrada en el Centro de Recreo, que apenas tenía 9 años, en su lujoso local de la élite santiaguesa, iba a permitirse que un aguatero de los que surtía al pueblo con sus viajes en burro desde el Yaque o cualquier “empleaducho” de oficina o vendedor de zapatos del Sol, presenciara el concierto del violoncellista ruso Bogumil Sykora.
Con menos de 10 días de fundada se “designó Socio de Honor al Excelentísimo, Generalísimo, ilustrísimo y bla, bla, bla, Trujillo, que llevaba 9 años en el poder y no existía nada que tuviera que ver con el arte, de manera oficial, aunque a Educación se le agregaba el título, puramente ornamental, de “Bellas Artes y Cultos”.
La Sociedad siguió trayendo músicos y cantantes hasta el 1956 como bien se documenta en el libro de recopilación de sus actividades de Piero Espinal.
Ya en tiempos más cercanos, con la existencia de un Ministerio de Cultura y con la llegada de Lincoln (1996-2000) a la dirección del Teatro del Cibao, aparecen ahora en Santiago las presentaciones artísticas verdaderamente populares.
Hago un paréntesis para recordarle a la Capital que ni se les ocurra volver a joder con ponerle Johnny Pacheco al Teatro, porque hay aquí muchísimos músicos en la lista antes que él que tiene el puesto número 2599.
Aunque la Nueva Trova cubana venía desde los inicios del 60 y a pesar de que Pablo Milanés, Silvio Rodríguez y Noel Nicola, estuvieron en el Alma Mater de la UASD, ninguno pasó por el Cibao. En el 74 y en pleno Balaguerato, con “7 Días con el Pueblo” pasaron cositas aquí porque todo se quedó en la Capital, como siempre. Deberían, los mismos diputados que les gusta cambiar nombres, sin saber ni un coño de lo que están hablando, bautizar a la capital como “Santo Ombligo de Guzmán” y erigir un nuevo obelisco con un hoyo para que sea representativo, no del obligo, sino del hueco de sus inteligencias.
Es Lincoln, de una formación política boschista, humanista, el que asume el “ir a las instituciones a servir y no a servirse” como ya es la norma y quien hace un listado de esos artistas para que el Cibao tenga la oportunidad de verlos. De esta manera, los cibaeños vieron en varias oportunidades a Facundo Cabral, Alberto Cortés, Serrat, Víctor Manuel y Ana Belén y a Silvio Rodríguez entre muchísimos otros de incuestionable calidad. No trajo a Julio porque ya empalagaba más de la cuenta con sus cursilerías, huecas y vanidosas melcochas.
A Lincoln lo conocí en el espejismo transitorio de mi paso por Santiago rumbo a la Capital y luego a Quebec, guiado por mi instinto de vivir bien y feliz donde sea que haya amor, libertad y seguridad.
En un artículo de Pedro Julio Jiménez Rojas, amigo común, en el que le da la bienvenida en la asunción del puesto decía “…Propietario de un curriculum vitae y una hoja de vida de servicios en consonancia para un eficiente ejercicio de la honrosa posición a desempeñar, Ele y Ele tendrá la oportunidad de contribuir no solamente al relanzamiento y valoración de las peculiaridades propias que identifican una parte significativa de la región septentrional de esta isla sino además, al enriquecimiento y progresión artística y cultural de las comunidades norteñas que estarán bajo su jurisdicción o mandato administrativo…” con lo que estoy totalmente de acuerdo. Ele Ele, como le decía y dice José Horacio Jiménez, caminaba con un aire de actor de teatro, lo que seguro le facilitó encontrarse consigo mismo en “las tablas”.
Llevaba a todas partes su envidiable melena que superaba la de Pedro Peix; con una barba que debió patentizar para cuando se generalizara en los 90 y principios del milenio, bajo el nombre de barba candado. Si no es por sus ojos dormilones, como los de su hija Renata, cualquiera lo podía confundir con Nino Bravo que nos enloqueció y enlutó a todos. Su desempeño en la Dirección de la Regional Norte de cultura puso a funcionar nuevamente la cultura de Santiago, aunque no fue tarea fácil dirigir un ejército de vagos acostumbrados a cobrar sin trabajar, herencia del mondonguerismo y la complicidad corrupta de la sede capitalina que nunca le importó un carajo, ni el Cibao y menos el resto del país y “pior”, la cultura.
Monchy Rodríguez, como parte de esa politiquería ignorante, fue quien le serruchó el palo a Lincoln para ofrecerle “ei caiguito” a su fulanito, “canchanchán”, cuando la pugna entre Danilistas y Leonelistas, bolos y rabuses, perdieron el pudor. Me veo obligado a decir esto porque fui testigo de su entereza como lo demostró cuando se negó a firmar un documento capitalino para que atestiguara que un Fulano de Tal, autopoeta, trabajaba aquí con un sueldito de 100 mil cañas, sin hacer nada en lo absoluto, para que siguiera en “su cargo”. Por supuesto que tuvo que “renunciar”.
Es necesario que vuelva la institucionalidad para que la gente con formación y honestidad dirijan la cultura del Cibao. Por otro lado, tenemos en esta región gente de sobra con ese perfil, desde los tiempos de Bonó, por lo que es un insulto que nos manden directores desde la capital o desde Cuba, para dirigir El Teatro del Cibao y Bellas Artes, lo que demuestra que la ausencia de pudor y mínimos criterios siguen vigentes.
Por Lincoln se salvó el espejo de Lilis que antes no pudieron llevarse como lo hicieron con su espada y uniforme y los doce Yoryi. Eso, a manera de botón de la muestra.
Hay que lograr que el Cibao tenga su propio Ministerio Independiente de la Capital con una sede y presupuestos proporcionales a la importancia productiva y su aporte a la economía nacional.
La descentralización cantaleteada, es puro cuento y “burrocratismo” dañino, como fue la cancelación de Lincoln por Selman, quien será recordado como el Quijote con manchas, el más sangrú, elitista e inepto. A Cayo y a Bergés, le cae su gran cuota de responsabilidad de toda la ruina, menoscabo, fiasco, fallo y extravío de la cultura dominicana. Lo más probable es que tengan el ombligo como una tetera o una mamila de tanto mirárselos. Ya me lo había advertido Miguel Cocco.
Quienes han usurpado los espacios de dirección cultural han hecho lo imposible para mantener la cultura muerta, sin programas, sin objetivos, sin vínculos con los barrios y los pueblos, sin nada que los acerque a los artistas, escritores y poetas. Por todo eso y un gran etcétera es que hace falta que mantengamos la CULTURA VIVA, como ha insistido Lincoln desde sus manifiestos semanales. Sin contactos con nadie no se puede hacer cultura. No podemos vivir como chivos sin ley.
Lincoln, profesor de Filosofía, actor y director de teatro, muestra su pluma afilada en la columna semanal de La Información y es un orgullo para Santiago, principalmente por su honestidad. ¿Será porque ha leído el Quijote de la Mancha?