La columna Cronopiando era como la gota negra en el tránsito de Venus, referencia obligada sobre temas nacionales y globales por lo veraz de su contenido y la elegancia de su pluma, esa estética literaria con la que tanto insistía Pedro Mir como si gritara en el Sahara y que muchos confundieron con cursilería de tres cheles.

La elegancia y la belleza en la estructura de cualquier ensayo no se logra sin conocer el idioma y sin tener una cultura vasta y una vida vivida intensamente. No tiene nada que ver con la cantidad como muchos que, de tanto escribir lodo hacen a su alrededor una arena movediza que se los traga. Es diferente a la sabiduría que surge del pensamiento alegre y filantrópico que va caminando en surcos como si fuera una aguja de un disco de pasta y, a su paso, brotan, saltan destellos que nos tocan profundamente en el cerebro, porque el corazón, con sus sístoles y diástoles, le basta. Tiene que ver con la acumulación, en la rueda de la historia de la humanidad, del pensamiento que va desechando idioteces, ranciedades, con una presencia que brilla y que arde. Y Koldo utilizó ese pensamiento para la defensa del género humano como si, en una selva, machete en mano, abriera senderos cortando los libros malos, para franquear aquellos que merecerían ser guardados en aquel Cementerio de Libros Olvidados. Y sí, porque hay “mundo” e “inmundo” como las caras clara y oscura de la luna y , como aquel proyecto que nunca hicimos por la distancia. En el “mundo” habita la luz y la bondad solidaria, la creatividad, la originalidad, y en el “inmundo” la maldad, la misantropía, como los que anunciaron su muerte en crónica “de primicia”, gran vaina, pero sobretodo, de vergüenza. El sombrero tiene esas medidas para que le sirva al que le corresponde. Ya no lo vende José Gutiérrez en su tienda de la Duarte con Máximo Gómez en Santiago, La Parada de Tamboril.

Estaban tan al acecho para asegurarse de que no volviera con su brillo, que los cegaba la envidia.

Koldo. por Mercader.

La democracia no es inclusiva, como bien él lo sabía, y hace tiempo que lo tenían encasillado en la lista negra por haber ido a alfabetizar a Nicaragua a donde iban los “comunita je mierda”, por su cercanía y colaboración con el periódico de Narciso y por la defensa de la vida, los derechos humanos que él se tiró encima como si fuese un soldado salido de las trincheras de las Comunas de Paris, en un cuadro de Delacroix. Por la buena poesía… ¡Imperdonable!

Su defensa a la mujer se resume en aquella serie de escritos sobre la desaparición de la niña “que se quitó los zapatos y echó a correr sin parar”, sin que se averiguara el paradero, ni por la insistencia, casi editorial de su columna, en el tema.

Sus últimos años los vivió en el país de sus orígenes junto a “sus locas”, Ixatso y Haizea que adoraba como adoró a la mayor, Irene, que le siguió sus pasos en los surcos literarios.

Koldo. por Mercader.

Koldo fue un muchacho alegre, honesto, de principios. De una cierta timidez y hasta tacañería de decir palabras, que estas tenían que ser bien dichas y la escritura tiene la paciencia de todos los acomodamientos para que se haga el verbo. Por eso andaba siempre con un texto que te leía como si fuese la Declaración de la Revolución Francesa. Defendía sus creencias y sabía respetar las ajenas. Nunca negó su admiración y defensa de la Revolución Cubana, del Che, de Fidel, como otros enganchaos a revolucionarios y que, por carguitos de Munditos, puestecitos burocráticos e inmerecidos, más el lambonismo, se hicieron los graciosos mordiendo la mano que les dio de comer, cuando eran realengos y viralatas y venían cargados de libros de La Habana a precio de dos por chele. Con ello consiguió Koldo, sin ningún arrepentimiento, su boleta a la casilla de “comunista, ateo y disociador” que se usó, porque era más fácil ese sello, que los argumentos que no tuvieron ni tienen, una derivación directa del insulto. Era el otro método “democrático” de eliminar a la gente que piensa distinto, ¿y por qué no? Mejor. Así te descalificaban. Era como la estrella amarilla en tiempo de la Segunda Guerra Mundial.

Me confió que en una ocasión coincidió en vuelo con Pepín Corripio y que este le “confesó” que lo primero que leía en los diarios era su columna. Y eso lo podía hacer Pepín desde su caballerosidad, decencia y cultura de respeto a la diversidad, cosa que no se hizo nunca desde la dirección, con careta de amargao. Koldo lo contó y más que anecdótico es radiográfico, cuando se refirió al primer encuentro donde conversaron sin que aquel, careta en bandolera, se despegara un segundo de la computadora, con una actitud despreciativa propia del que teme, como hacen las sombritas. Y eso hizo escuela, la gran escuela cuyos detalles no se han contado… todavía. ¿Nos dan una primicia? ¿Se atreven?

Itxaso. Portada de Mercader.

Koldo sirvió para definir el buen escrito en el periodismo dominicano porque nos lo brindó de gala, de fiesta y de banquete. Sus ingredientes provenían desde la Atlántida, del Quijote, de Quevedo, de Benito Galdós, de Dante, de los rusos imprescindibles y prohibidos por la “democracia” fascista; o de aquel Calderón que escribió que la vida es una Barca. ¿Cómo entenderlo desde Mantilla y Nacho? ¡Nunca!
La ironía fina era parte de su arsenal. Cuando se agudizó la crisis en Cuba por la caída del muro y la traición de Gorbachov, escribió que allí no había nada. Enumeraba… “no hay Coca-Cola, no hay hamburguesas, no hay gasolina… para terminar que, en Cuba, eso sí, había dignidad. Suerte que Balaguer no estaba para, “democráticamente”, desaparecerlo.

Me dijo lo que ya sabía por Kafka, que un amigo lo es después de que ambos se hayan visitado. “Los amigos se visitan”, los conocidos se saludan y se topan circunstancialmente. Una tortilla “de patata española” y Miki de testigo, selló esa amistad que hoy me duele.

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