El Fantasma regresó prácticamente vacío, casi igual de vacío que como había partido cuando salió en busca de provisiones y combustible. Los taimados jefes de los barcos de la marina cubana le jugaron a los expedicionarios una broma pesada, la peor de todas. Los pusieron a descargar el buque con la promesa de atiborrarlo con alimentos y combustible y apenas les dieron un poco de combustible. Otra vez tuvieron, pues, los expedicionarios que trasladar las armas de una embarcación a otra (del buque Aurora al Fantasma), sin apenas haber comido.

El trato recibido obligó a los jefes del ejército libertario a adoptar una decisión drástica, que tomaría por sorpresa a los marinos cubanos o los dejó más bien con la boca abierta, muy abierta. Al amanecer del día 26 las naves expedicionarias habían desaparecido, simplemente no estaban, se habían escabullido durante la noche, una noche lluviosa y sin luna. Los diestros timoneles zarparon con extremo sigilo, se dejaron arrastrar por la corriente de los bajos fondos, por donde no podían pasar barcos más grandes y lograron escapar. Se burlaron de los burladores.

Otra vez fueron a parar a otro cayo, el llamado Cayo Lobos, adonde llegaron un día después. Apenas tenían provisiones y no las volverían a tener. Aún así, los jefes militares ideaban sobre la marcha nuevos planes de contingencia para el supuesto desembarco en Haití, que cada vez resultaba más improbable, y las penurias y mala suerte seguían al pequeño ejército como una sombra. La expedición estaba llegando a su fin.

El último día que las naves libertarias navegaron juntas fue el domingo 28 de septiembre de 1947. Las máquinas de la goleta Angelita estaban averiadas y tuvo que abandonar la expedición, partir hacia el puerto de Nuevitas, con un cargamento de enfermos, no sin sufrir los embates de un temporal que estuvo a punto de hundirla. En cuanto llegó a su destino sus tripulantes fueron hechos prisioneros.

El Aurora tampoco estaba en buenas condiciones. Tenía una hélice torcida y se desplazaba con extrema lentitud, mientras que el Fantasma tenía un problema de desviación de la brújula y se veía frecuentemente obligado a corregir el rumbo.

Así las cosas, más adelante se produciría la separación del Fantasma y lo que se convertiría en la deserción y traición de Masferrer.

Por órdenes de Masferrer, desde el Fantasma pidieron permiso para ir en busca de agua y otros alimentos, amén de combustible, y pusieron rumbo en dirección a otro cayo, el Cayo Moa (Cayo Confites se había convertido en ese momento en la expedición de los cayos), pero todo no había sido más que un pretexto para abandonar la expedición. El Fantasma no se dirigió a Cayo Moa, sino al centro de la bahía de Nipe, en aguas cubanas, y ancló cerca del municipio de Antilla. Masferrer mandó una lancha a tierra con dos de sus hombres de confianza. Supuestamente debían comprar cigarrillos y hacer contacto con un pariente. O informar simplemente de su paradero a las autoridades. En ese momento ya se sabía que el gobierno cubano había ordenado formalmente la detención de los barcos rebeldes. Sin embargo el Fantasma permaneció seis horas en el lugar sin que nadie hiciera diligencias para abastecerlo de provisiones y combustible. Luego partió en las tempranas horas del 29 de septiembre hacia alta mar, partió directamente al encuentro con la fragata José Martí de la marina de guerra cubana en mar abierto.

Cuando conminaron la rendición, Masferrer adoptó una actitud, supuestamente, agresiva, pretendía resistir y escapar. Lo cual hubiera puesto la nave y toda la tripulación en riesgo de volar por los aires en caso de ser alcanzados por fuego de cañón o ametralladora, a causa de los muchos explosivos que transportaban. La única opción para los hombres del Fantasma era tirar la toalla y la tiraron.

Una vez en control de la situación, la fragata Jose Marti condujo al Fantasma al puerto de Antilla y los hombres de Cayo Confites se convirtieron en prisioneros. La revolución se había acabado para ellos y muy pronto se acabaría para todos.

Rolando Masferrer no se limitó a entregar el Fantasma. También entregaría y traicionaría a la tripulación del Aurora de la manera más ruin y cobarde. Mediante una burda engañifa.

Según cuenta Feliciano Maderne, el día 29 de septiembre, cuando los hombres del Fantasma ya habían sido detenidos, en el Aurora se recibieron dos llamadas de Masferrer. Dos llamadas al parecer de auxilio. Masferrer pedía ayuda, se encontraba en una situación comprometida y pedía ayuda pero sin dar muchas explicaciones. El Aurora fue en su ayuda y se topó con la fragata José Martí. (1)

«Por su parte, Juan Rodríguez evocó el suceso de forma sobria pero con una claridad meridiana: Un radiograma del Máximo Gómez (el Fantasma) enviado en clave por Masferrer me daba cuenta de una situación peligrosa y nos pedía que regresáramos. Pensé que el barco estaría a punto de zozobrar y di órdenes de volver el rumbo hacia las costas cubanas para auxiliarlos. Cuando estuvimos en aguas de Cuba nos encontramos con los barcos de guerra y recibimos la orden de rendirnos… Si Masferrer estaba hundido, debió dejarme continuar la marcha. Si él hubiera seguido, no fracasamos, porque llevábamos muchos hombres y muchas armas. (2)

Antes de tomar su decisión Juancito Rodríguez consultó incluso con Juan Bosch y él también se mostró partidario de ir en ayuda del Fantasma.

Ángel Miolán se pronunciaría, respecto al mismo episodio, de una manera más tajante, mucho más categórica: «El Fantasma nos tendió una trampa, con un mensaje, después de su captura o entrega».(3) Masferrer les tendió una trampa.

El hecho es que en horas de la tarde el Aurora se encontró de frente con la fragata José Martí, en un lugar cercano a la costa, intentó unas maniobras diversionistas, tratando de escapar de la ratonera en que se había metido. Pero todo fue inútil. El único que logró evadirse, en compañía de otros tres compañeros, y al amparo de las sombras de la noche, fue un joven llamado Fidel Castro. Utilizaron primero una lancha y cuando fueron descubiertos, iluminados por un reflector de la fragata, prosiguieron el viaje a nado en unas aguas plagadas de tiburones. Por algún extraño designio o quizás milagro de la providencia lograron llegar a tierra y hasta pudieron salvar unas armas que después perderían. El Aurora fue abordado y llevado al cercano puerto de Antilla donde los esperaba la tripulación del Fantasma. El ejército revolucionario se reunificó de nuevo, pero en la cárcel.

Ángel Miolán diría con el corazón en la boca: «Difícilmente volverán a sentir […] una pena más honda que aquella que hirió su corazón, ese día inolvidable, cuando se dieron cuenta de que se habían acabado sus sueños, porque en unos minutos habían dejado de ser hombres libres para convertirse en prisioneros».(4)
Miolán hablaba por todos. Y hablaba especialmente por los expedicionarios dominicanos que como él vieron truncados sus anhelos libertarios. Hablaba por Juancito Rodríguez y su hijo José Horacio Rodríguez, por Ramón Emilio Mejía (Pichirilo), hablaba por Juan Bosch, Diego Bordas, Mauricio Báez, Miguel Ángel Ramírez Alcántara, Pedro Mir, Francisco Alberto Henríquez Vázquez (Chito), Federico Henríquez Vázquez (Gugú), Enrique Cotubanamá Henríquez Lauransón (Cotú), Tulio H. Arvelo, Germán Martínez Reyna (hermano del asesinado Virgilio Martínez Reyna), los hermanos Víctor, Rafael y Virgilio Mainardi Reyna, Nicanor Saleta Arias, Miguel Ángel Feliu Arseno, Horacio Julio Ornes Coiscou, José Rolando Martínez Bonilla, Freddy Fernández Barreiro, Dato Pagán Perdomo, Antonio Toirac Escasena, Manuel Calderón. Virgilio y Victor Mainardi, Nene Miniño, Danilo Valdez, Leovigildo Cuello, Juan Isidro Jimenes Grullón, y tantos otros que a lo largo de los años persistirían en la lucha y en la lucha dejarían sus propias vidas para librar a su país de la tiranía de la bestia.

(Historia criminal del trujillato [120])

Notas:
Citado por Humberto Vázquez García, “La expedición de Cayo Confites, p. 341
(2)Ibid
(3)Ibid
(4)Ibid, p. 343

Bibliografía:
Humberto Vázquez García, “La expedición de Cayo Confites”.

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