Mariano Hernández, el artista del lente ha elevado la fotografía al más alto puesto a nivel artístico demostrando calidad inmensa en el área de la imagen
En el carnaval se oye “Mariano cuajao, amarillo y colorao”…
No, ni cuajao, ni amarillo ni colorao. Mariano Hernández es el artista dominicano más próximo al carnaval, sin duda alguna. No me baso en la amistad-hermandad que nos une desde hace tiempo, sino en su trabajo apasionado con la fotografía artística.
Lo he acompañado, por puro placer, en algunas de sus jornadas fotográficas. Una vez en algún taller de un pintor, otras en las ceremonias ancestrales que nos quedan dispersas en los antiguos puntos de cimarronajes, y en el carnaval mismo. Y cada vez el resultado es un rito al robo del tiempo.
Porque la cámara es una máquina infernal que nos perpetúa inmóviles para siempre. Es la máquina de la inmortalidad.
De mi niñez tengo muchísimos recuerdos, instantes de mi libertad y felicidad, pero hay uno que me sigue y que podría describir con detalles. Efectivamente, por el callejón de mi campo pasó un señor apodado El Ganso. En su bicicleta Raleigh llevaba un aparato extraño en la parrilla. Entró en mi casa y después de acordar con mi mamá, abrió sus tres patas rojas, colocó en un seto exterior de la casa de tabla de palmas un paño rojo de cuadros y nos colocó, a mi tía y a mí, al tiempo que se escondía dentro de una manga ancha y negra detrás del cajón rojo. No me dolió como pensaba que ocurriría y tan fiel fue que me sirve como prueba de ADN con mis hijos al pasar por la misma edad. Sin embargo, no es como muchos piensan que la fotografía es sencillamente apretar un botoncito y ya, o jalar el hilito. La fotografía es la destreza de buscar la buena luz, el buen ángulo, el buen gesto y captar la magia de una coordenada xyz del espacio. Para ello Mariano tiene el ojo que se necesita, la sensibilidad de atrapar los colores como si fueran mariposas y juntarlos en el momento preciso.
Heredamos del pasado y de la ignorancia la creencia que foto es el cartoncito 2×2 fabricado con nuestra imagen por una cajita misteriosa con destino a un carnet u otro documento de identificación. Pero no, la foto, es más, es arte si el aparato lo maneja un artista.
Cuando en el 1902 el General Louis Palma di Cesnola dirigía el Metropolitan Museum of Art de New York, recibió del duque Abruzzi una invitación desde Turín para que enviara una selección de fotografías a la Esposizione Internationale D’arte Decorativa Moderna. Sin vacilar Cesnola llamó a Alfred Stieglitz; pero más que participar en el evento, Stieglitz quería del general un reconocimiento a la fotografía como arte y que incluyeran en el Museo una muestra de varios fotógrafos de manera permanente. El pequeño diálogo sobre el tema, escrito por el mismo artista, ilustra mejor la idea que se tenía sobre la fotografía, veamos:
‘’¿Por qué, Sr. Stieglitz, no entiende que la fotografía no podrá ser arte?’’
-Entonces, ¿por qué el duque insiste en incluir nuestro trabajo en su muestra?
-Ud. Es un fanático.
-Sí lo soy; pero el tiempo demostrará que mi fanatismo no es enfermizo.
-No, no puedo aceptar su proposición.
-Respeto sus sentimientos; pero yo también respeto a la fotografía, de manera que envíele un cable a su amigo el Duke para decirle que no habrá fotos.
-Si, no tengo otra alternativa. Me habían dicho que usted era un loco y ahora puedo verlo por mi mismo… Acepto sus condiciones. ¿Cuándo podremos tener la colección?
-Mañana.
La batalla de la fotografía aún permanece, sobre todo cuando una parte de la población todavía transita el umbral del medioevo.
Después del incidente de Stiglitz con Cesnola, en los años 20 del siglo pasado, el “curador” del mismo Museo Metropolitano, Billy Irvins le sugirió a Stieglitz que ‘’ ¿por qué no le donas algunas de tus fotos al museo?’’. La posición de Stieglitz era que el museo debía comprar las obras de artes fotográficas.
El Metropolitan se interesó en el arte de la fotografía luego de saber que el Boston Museum adquiría una colección suya.
A Mariano hay que verlo dentro de ese batallón del lente que no solamente ha demostrado una calidad inmensa en esa área, sino que la ha elevado al más alto puesto en términos artísticos.
Aquella máxima de que una imagen vale más que mil palabras cobra más valor cuando está toda la sensibilidad humana concentrada en ella.
Efectivamente, la fotografía junto a la pintura han sido los mayores instrumentos testimoniales visuales en la historia de la humanidad.
Grandes artistas como Adams, Weston, Bravo, Tina Modotti, Dorothea Lange, Salgado… hacen que la foto sea vista como la gran obra de arte que es.
Entre nosotros Max Pou y Wilfredo García dedicaron toda su vida a la fotografía. Y Mariano es de esa misma fibra. Su ojo es su cámara o vice versa… apunta para captar la belleza.
En la fotografía, como en la pintura y en la música, se puede elegir una de las infinitas posibilidades de la creación. Man Ray la revolucionó desde un país floreciente en creatividad. Rodeado de poetas como Paul Eluard y pintores como Duschamp (el pintor, no el del urinario) y Picasso. Ray impactó la sociedad parisiense con sus solarificaciones en blanco y negro (que Warhol se apropió), con Kiki, la reina de la bohemia como modelo y con Lee Miller considerada por el esnobismo vigente como “la mujer más bella del mundo”. Ella siguió la ruta sobre un jeep Willy en la Segunda Guerra Mundial para dejar el más cruel testimonio de la más horrible vejación humana: los campos de concentración. Frank Cappa también, nos impactó con sus resultados fotográficos como huellas malditas de la guerra. Sebastián Salgado también arriesga su vida para ofrecernos la más cruda descripción visual de la miseria humana, el desamparo, y la desnudez que queda de la ambición de un mundo ciego, destructor…y sus fotos se nos atragantan en el nudo de la garganta de una culpabilidad de las que todos somos cómplices. Él denuncia y protesta. Mariano no.
Mariano nos mete en ese mismo mundo de miseria y pobreza; pero en el momento de los ritos, en el instante de escape a su realidad, cuando el ser humano agarra una careta y se esconde en ella gritando ¡SOY UN DIABLO COJUELO! Entonces, de la fatalidad brilla una esperanza, que Mariano fija en un segundo eterno para invertir la suerte. ‘’El mundo es más hermoso cuando se ve con alegría’‘.
Nos pone a bailar con Raudy Torres, con Juanpa, Rochi, Temito Félix, Jimmy, el Diablo Barahonero; Wilmore; Linda y sus guloyas; y tantos otros que año tras año se transforman en lo que debería ser permanente: La fiesta de la irrealidad.
Si Mariano es el carnaval, este es Dagoberto. Y ambos, como la fotografía, en fiesta, bailando con los colores que se fugan como cometas para dejarnos en primer plano al tiznao, el roba-la-gallina, la muerte en yip, los joyeros , los pepineros, los cachúas, califé, los indios, la dominicanidad caribe.
El libro sobre el carnaval no podía tener mejor combinación de autores. Escrito por Dagoberto Tejeda “Carnaval Popular Dominicano” se convierte en una obra en sí. Entre Mariano y Dago hay una química carnavalezca de “do maidito tíguere” que los funde en cada celebración, en cada rincón del país y el resultado no podría ser más amplio, representativo y hermoso.
No podía ser de otra manera. No conozco a otros dos locos más apasionados con el carnaval que ellos.
Cuando Alfred Stieglitz convirtió su studio en galería para realizar la primera exposición de Picasso en este continente, no sólo demostraba su admiración por el arte moderno, sino que colocaba el arte en el centro de su universo. Muchas obras de arte de la época fueron captadas por el lente de Stieglitz demostrando su pasión.
Mariano, con la misma pasión, es quien logra mejor las luces y el colorido fiel de nuestras pinturas, las que hemos visto en catálogos, en la revista ARTes, en periódicos, en libros…
No podía ser otro el tema preferido de Mariano, ni siquiera la bicicleta, novia de su adolescencia, ni ningún otro deporte. El carnaval, por la fuerza, por el humor, por el color. El carnaval donde quiera que esté, sea en la Vega, Curazao, Cuba, el malecón… Mariano lo persigue, lo encañona, lo atrapa y nos lo brinda exquisitamente.
Realmente Cesnola no cumplió su palabra una vez regresaron los trabajos de Turín. La fotografía entró como arte de manera oficial por primera vez al Museo en el 1928 con una selección de trabajos del mismo Stieglitz.
La cantidad de fotos que ha acumulado Mariano cazando lechones y macaraos, daría para varios tomos que no conocemos por esas mismas jornadas quijotescas que sufre el artista buscando patrocinio, o de mecenas que el tiempo convirtió en cuadreros o vulgares comerciantes capaces de cortar un cuadro y venderlo por pedazos, como una pizza. Es el mismo batallar de Stieglitz, muchísimos años antes. La cabalgata de Dago viene de más lejos, nos llega desde África y aterriza en cada febrero, el febrero de Mariano.
La certeza del Banco Popular con esta publicación, nos deleita. Las imágenes que Mariano le arrebató al tiempo fijándolas eternamente, nos alegran. La sabiduría espiritual de Dagoberto impregnada en cada página, nos eleva.
Es el carnaval, cual merengue que nos ata, el mayor orgullo, el inmenso tesoro de la dominicanidad a pesar de la insignificancia del Ministerio de Cultura, y Turismo.
Febrero, con to’ y carnaval, es de Mariano.