Con frecuencia se escucha a muchas personas decir: ¡este clima está loco! Otros, más fanáticos de la religión aseguran que “llegó el fin del mundo” ¡son los tiempos finales! afirman, sin ninguna actitud crítica. Sin embargo, la historia nos enseña a pensar y valorar los fenómenos atmosféricos y climáticos desde otra perspectiva. Como afirma E. Galeano, “la historia es un profeta que, por lo que fue y con lo que fue, predice lo que será”. Así que es importante hacer una mirada a la historia de Larga Duración, según el maestro francés de la Escuela de los Anales, Fernand Braudel y especialmente a su discípulo, el historiador Le Roy Ladurie en su libro Historia Humana y Comparada del Clima.
Según los pensadores antes mencionados las distintas fluctuaciones históricas del clima han generado otros procesos humanos importantes que han determinado los caminos a seguir en la historia de la humanidad. A mediado del siglo XVIII se registraron en la cuenca del Mediterráneo las excesivas crisis de frío que culminaron en lo que Ladurie llama “Déficit de las Subsistencias”.
La historia del clima es también al mismo tiempo la historia humana. Fueron años de tanto frío y un tiempo tan helado que desató en Francia una crisis alimenticia devastadora. Las mujeres culpaban a los maridos de tener tantos hijos, tenían que sufrir el tener que dejar morir a los más pequeños para tratar de salvar a los más grandes, los hombres-maridos practicaban la bestialidad con fines contraceptivos y las mujeres se prostituían solo para darle algo de comer a su familia. A medida que fueron cambiando las condiciones climáticas y mejoraron las cosechas, las familias pudieron mejorar sus condiciones de vida y también la historia social, política y religiosa.
En la segunda mitad del siglo XVIII el fenómeno climático va desde la relativa abundancia a la relativa penuria, ambas relacionadas a las fluctuaciones agrometeorológicas con las consecuencias político-administrativas, ministeriales-religiosas y reglamentarias que esto implica. Se registraron grandes lluvias y por esta razón hubo una deficiente cosecha, lo que desencadenó en Europa la llamada guerra de las harinas. Dichas condiciones climáticas tuvieron vital importancia en los procesos prerrevolucionarios en Francia y luego en los procesos intra revolucionarios. Las bajas cosechas debido a las fuertes lluvias propiciaron aumentos de precios de la canasta básica y las medidas político-administrativas no pudieron detener las manifestaciones populares.
En los años de fin del siglo cuando se registraron fuertes calores y la evaporación de las aguas, no afectó directamente las cosechas, sino la salud de los humanos quienes se volvieron momentáneamente “disentéricos”, es decir, personas con Diarrea con sangre, dolor abdominal y fiebre. La epidemia diarreica sufrió un aumento del 16%, y en Gran Bretaña, por ejemplo, se escogió una muestra de 337 parroquias y el resultado fue alarmante con un 69% de defunciones. En Viena con un 37% de muertos.
Los historiadores de la época y los obispos pronosticaron un desastre ecológico y así sucedió, especialmente con los bosques por falta de agua. Se dieron las condiciones climáticas y agroeconómicas que desencadenaron múltiples y complejos elementos precursores de la Revolución Francesa.
En cuanto a las fuertes sequías que en otras épocas se realizaban, el maestro Braudel afirma que, durante seis meses, el Sahara, en el Mediterráneo fue el paraíso de los turistas, de los deportes, de las playas sobrepobladas, del agua azul, inmóvil y reluciente al sol. Mientras, los animales, las plantas y la tierra reseca viven a la espera de la lluvia, del agua, tan escasa, que en ese momento era la mayor riqueza.
Al inicio del siglo XIX, debido a las condiciones favorables del clima, la economía de muchos países provocó la llamada Templanza Imperial, favoreciendo la exportación e importación de harinas, granos y verduras a través sus fronteras. Para Braudel la sicología humana experimentó un cambio notable al emerger una nueva economía como resultado de la mejora climática.
Durante las dos primeras décadas del siglo XIX se dio el fenómeno “Tambora y Post-tambora”, fueron años frescos, muy fríos, húmedos y en ocasiones ultra glaciares. Desde 1845 hasta 1848 se dio el golpe de calor en parís, Berlín y Viena, países donde se registraron grandes crisis extra climáticas.
La Pequeña Edad de Hielo consistió en la sucesión de 150 años casi ininterrumpidos con inviernos largos, muy fríos, así como veranos cortos y frescos. En dicho período el cambio climático no fue global, pues algunos indicadores revelan que en el hemisferio sur de la tierra apenas se notaron sus efectos.
Hacia 1860 se da lo que Ladurie llama el brutal final de la Pequeña Edad de Hielo. Desde ese momento, los glaciares alpinos han sufrido un retroceso más o menos continuo hasta la fecha. Aquí se da un cambio de época, se trata del paso del final de la Pequeña Edad de Hielo, a la época del Calentamiento Global y al Efecto Invernadero.
Existe un temor mundial por el consumo excesivo de hidrocarburos, promotores del efecto invernadero. El año 1860 significó una transición viva, pasamos del “Imperio Autoritario” al “Imperio Liberal”. En este cambio de época hay luces y sombras porque muchos de los resultados son positivos pero otros factores son negativos.
La historia de la Pequeña Edad de Hielo evoca el estudio de la época del Calentamiento Global, desde la perspectiva de los maestros de la Escuela de los Anales, cuyos planteamientos facilitan la comprensión del tema de manera objetiva; reduciendo las polarizaciones, en donde una parte pronostica solo catástrofes, mientras que otros lo asumen como exageraciones de los fanáticos del tema ambiental. Centro de Estudios Caribeños.
Centro estudios caribeños. PUCMM.