Miguel Aníbal Perdomo considera que la vida es una experiencia extraña, subyugante, sin explicación lógica, un milagro… Piensa que es como una novela cuya trama no logra desentrañar y que tal vez escribe para librarse de esa perplejidad. “Quizás pienso e imagino demasiado, y quien piensa demasiado, imagina problemas, se enreda en su propia sombra”, manifestó el escritor, quien indicó que la escritura y la lectura “me salvan”. Recuerda que en su juventud, creía que se podía cambiar el mundo a través de la escritura, pero hoy en día, apenas aspira a lograr la empatía con algún lector. Perdomo, quien reside desde hace muchos años en los Estados Unidos, explicó que desde que aprendió a leer, le fascinaron los libros y que a los diez años quería ser escritor; a los quince llegó a la Capital donde cursó el bachillerato, y luego ingresó a la Universidad Autónoma (UASD), donde estudió la licenciatura en Letras.
¿Qué le satisface como escritor?
La comunicación con los demás.
¿Qué es lo mejor que le puede suceder a un escritor durante su jornada de trabajo?
Escribir media página lograda.
Entre poesía, ensayo, novela y cuento ¿cuál de estos géneros prefiere?
Como lector prefiero la novela, aunque siempre he leído todo lo que cae en mis manos. En este momento leo mucho el ensayo. Pues tengo la sensación de que los nuevos libros de narrativa y poesía, cada vez más minoritaria se repiten; todo está dicho. No hay ruptura con el vanguardismo que ya tiene cien años. Se recicla. Leer ficción me parece una pérdida de tiempo por ahora. Necesito la compañía de maestros, filósofos, científicos que intenten explicarme el mundo, la sociedad, la realidad, el “ser” del que tanto peroran los filósofos y que es pura ficción. La filosofía se mueve entre la ciencia y la literatura, entre lógica y mitología. Hay que leerla entre líneas; no se puede aceptar todas sus fantasías. Me considero poeta: tengo cierto sentido del ritmo, de las imágenes… que me parecen innatos. Además, quien crea con la palabra es poeta porque la división de la literatura en géneros es artificial. Como escritor, el ensayo me sale con facilidad.
¿Cuál de sus libros escogería, suponiendo que tuviese que elegir uno?
Elegiría “Los violines gemelos”. No por su calidad, sino porque manejar la escritura es un esfuerzo arduo. Aún dudo si lo he conseguido. Por ejemplo, me dan trabajo las comas. Conozco las reglas, sin embargo, no sé cómo usarlas; mi cerebro sigue un camino que nada tiene que ver con la gramática. Entonces las pongo en exceso, tiendo a la ultracorrección. Mi libro sobre García Márquez tiene demasiadas, igual que La estación de los pavos reales. La prosa no respira. Toda mi vida he luchado con la escritura hasta que en “Los violines”, por fin, empecé a sentirme algo satisfecho con la prosa. De esto hace solo seis años.
¿Cuál es el mensaje que quiere transmitir con sus libros?
No sé. En mi juventud creía que se podía cambiar el mundo a través de la escritura. Hoy apenas aspiro a lograr la empatía con algún lector. Recuerdo que durante una Feria del libro en Santo Domingo, un joven de un taller literario de Moca me dijo que la colección de cuentos “La estación de los pavos reales” era una obra maestra. Sonreí escéptico entonces y sigo sonriendo ahora; pero qué satisfacción saber que en Moca algunos muchachos generosos me leían. Por cierto, un escritor me dijo que el libro estaba escrito en cámara lenta, no le había gustado, y yo lo creía flojo. Meses atrás otro escritor me dijo de repente que era bueno. Ahora no sé qué pensar. Aunque estos detalles me gustan porque recibo de vuelta mis propias ilusiones y desilusiones. Por otra parte, la vida es una experiencia extraña, subyugante, sin explicación lógica, un milagro. Es como una novela cuya trama no logro desentrañar. Tal vez escribo para librarme de esta perplejidad. Quizás pienso e imagino demasiado, y quien piensa demasiado, imagina problemas, se enreda en su propia sombra. La escritura y la lectura me salvan.
Ha recibido en forma consecutiva el Premio Anual de Literatura…
Así es. Tres veces en distintos géneros: poesía, ensayo y cuento —aunque no lo noté—, y cinco en total.
¿Dónde termina un escritor y sus personajes comienzan a vivir por sí mismos?
Son gemelos…
¿Supongo que alguien que piensa tanto debe tener ideas claras sobre su país?
Por supuesto. Hay muchas cosas que me parecen absurdas. Hasta hace poco trabajé en el Comisionado Dominicano de Cultura en Nueva York como director de Literatura. He visto de cerca la política nuestra en diferentes gobiernos del PRD y el PLD, una experiencia invaluable. Como no pertenezco a partido alguno, ni administré dinero, mi visión es objetiva. Y en el fondo todos los partidos me lucen iguales. No entiendo por qué para trabajar en el Estado se deba pertenecer al partido en el poder. Los méritos profesionales no importan. Despedir a cientos de empleados en cada cambio de gobierno parece rutinario, si bien es una violación a las leyes laborales, persecución política; se pisotean derechos humanos básicos, se atrasa el funcionamiento del Estado y podrían predominar los ineptos. Tampoco entiendo por qué creemos que el dinero del Estado es para robarlo, y esto no se considera un delito. Olvidamos que es dinero que pagamos al comprar camisas o muebles. Me sorprendí mucho cuando me enteré de que en los actos del Comisionado, algunos asistentes se llevaban los vasos y los cubiertos, lo cual no harían en otro lugar. Pero eran utensilios del Estado, es decir, de todos y al Estado el dinero le llueve del cielo. Pienso también que algunos políticos siguen la ruta de Trujillo y Balaguer: el poder es un fin personal, no una meta colectiva. Olvidan que los ideales de nuestra generación eran servir al pueblo pobre, guiarlo al banquete de la modernidad. Un verdadero líder no pierde de vista su objetivo: perseguir el bien social.
Confesión
Toda mi vida he luchado con la escritura hasta que en en el libro Los violines, por fin, empecé a sentirme algo satisfecho con la prosa”.
Opinión
En mi juventud creía que se podía cambiar el mundo a través de la escritura. Hoy apenas aspiro a lograr la empatía con algún lector”.