Nacido el 2 de septiembre de 1950, la juventud de Alexis Gómez Rosa transcurrió del lado este del Ozama, en un sector de tradición trujillista, donde sólo dejaba espacio para que un mozalbete admirado por la intrepidez de un grupo de militares honesto, liquidara en su interior la esperanza y el sueño. Pero lo cierto es que la Guerra de Abril produjo el salto de adolescente a hombrecito y, en consecuencia, a tener las motivaciones de quien ya exhibe incipiente bigote. “En cuanto a la poesía comprendí desde temprano que la poesía cobra bien caro cuando se le traiciona comprometiendo su naturaleza”, indicó Gómez Rosa, integrante de la Generación de Post Guerra y miembro fundador del grupo La Antorcha. Sus versos, tejidos con pedazos de luna llena, tienen la estampa de su tiempo. Es tres veces Premio Anual de Poesía Salomé Ureña de Henríquez y su obra se ha traducido al francés, italiano, portugués, inglés y japonés.

¿Qué le ha dado la formación académica a su poesía y qué le ha quitado?
Ganado tengo el pan, hágase el verso, dijo José Martí y, en sentido contrario, versos produje sin saber cómo ganarme la vida. Eran días felices aquellos bajo la sombrilla familiar, articulando la palabra de una tertulia a otra, hasta salir del aula uasdiana en la que no me gradué, salvo de agitador y crítico de domingo, que no me proporcionaba -como se habrá de comprender-, ni siquiera la mota de la vergüenza. Esa felicidad de adolescente tocó a su fin al casarme a muy temprana edad. Entonces procuré arrimar el pan necesario (pan para tres bocas), a una actividad próxima a mis inquietudes de ángel doctrinario, distribuidor de utopías, y versificador a medio tiempo. Acto seguido, curriculum en mano, me lanzo a conseguir empleo como profesor de literatura en un colegio privado, mientras dejo mi anatomía en un pupitre de ilusión donde soñé ser profesor. Tres semestres bastaron para comprender que abogados no forman literatos, y abandoné la Escuela de Letras de la universidad del Estado. Tiempo después barajé la posibilidad de estudiar en el exterior, abriendo puertas del éxito a mis indeterminaciones. En Nueva York, a través de la academia, pude darle sistema a mis estudios y búsquedas de nuevos cauces expresivos. Nombres, movimientos, métodos y disciplina adquirí como primera ganancia, posibilitando la creación de un universo cruzado de vasos comunicantes enriquecedores: jazz, cine, artes plásticas, publicidad. Como consecuencia de esa dinámica mi poesía conjugó el rigor y diversidad de la academia, con el tránsito y temblor de la calle que se ilumina en la variedad de su discurso. Esto es: poesía que rescata, suma, incorpora lenguajes interdisciplinarios en la vorágine de su bulimia.

¿Además de definir el lado en que quería estar, usted hizo algo para ser parte de las ilusiones desatadas por la guerra, en términos personales, en términos humanos o en términos literarios?
La Guerra de Abril marcó mi generación: un sello gomígrafo sobre cada palabra, una palabra incendiada sobre cada acción, una acción que siempre supo a clandestinaje. Con la guerra conocí el compromiso de ser proyectado en el otro, el espíritu de una época del sueño multitudinario, la alegría blindada de la esperanza redentora. Abril trajo su flauta, su dosis de pimentón y pimienta, su gusanillo narcótico en la cama y en la mesa. Por la guerra descubro la patria (hasta el momento unas oscuras lecciones de Historia de Bernardo Pichardo), descubro la necesidad de justicia y libertad por conquistar, la ilusión de una vida en urticante y luminosa pimienta.

¿Por qué volvió a la Guerra (en su libro La tregua de los mamíferos) después de tantos libros transcurridos, después de tantos años vividos, de tantas lejanías acumuladas y pagadas en palabras; qué le adeuda aun la Guerra de Abril a usted y que le debe usted a ella?
La guerra, para mi generación, ha sido siempre el eterno retorno, el regreso a los principios con los que se pasa revista a la conducta y a la Historia. Ante ella (el recuerdo de ella) hemos tenido que dar la cara; carnet de pureza ideológica en mano; mostrar la elocuencia de la cicatriz, la palabra incontaminada en la identidad revolucionaria. La historia reciente ilustra, ampliamente, esos extremismos de penosa ceguera que no hicieron más que agregar estulticia a la sana discusión de las ideas. Pero, entre una cosa y otra, las culpas se fueron repartiendo en el camino y la Guerra de Abril quedó como una deuda pendiente en la agenda nacional. Unos inscribieron sus esfuerzos en la nómina del Estado o en la lucha de los grupos revolucionarios; otros buscamos una interpretación del estallido bélico a través de la investigación, el arte, el teatro y la poesía para dejar en el tiempo su significado. Te puedo asegurar que la cantera que abrió la guerra, como toda experiencia humana, es insondable, inmensamente rica. A ella le debo el ojo siempre despierto, goloso, extremando los límites.

¿Cómo y en qué circunstancias, políticas y literarias, surgió el grupo La Antorcha?
El grupo La Antorcha nace como un parto de inquietudes estudiantiles mientras cursábamos el tercer año de bachillerato en el Colegio San Francisco de Asís del Ensanche Ozama, Enrique Eusebio, Blas de la Rosa y yo, donde Mateo Morrison era nuestro profesor de idiomas. El hecho en sí acontece por un aire de época que hermanó las inquietudes literarias mías y de Enrique, quienes planteamos a Mateo la necesidad de crear un grupo cultural, similar a El Puño o La Máscara, para promover la cultura en la margen oriental del río Ozama. Hijos del momento histórico y de la efervescencia política de aquellos días posteriores a la Guerra de Abril, las orientaciones de La Antorcha hicieron causa común con otros grupos como El Puño y La Isla, con los que mantuvimos una íntima relación de trabajo. Ahora, una gran diferencia quiero hacer notar. Ellos: Miguel Alfonseca, René del Risco, Ramón Francisco, Marcio Veloz Maggiolo, Jeannette Miller y Antonio Lockward, eran poetas y escritores establecidos; nosotros, “los del montón salidos”: éramos poetas en agraz, aprendices. Son miembros fundadores del grupo La Antorcha, además de los mencionados: Soledad Álvarez, Fernando Vargas y Amarilis Rodríguez.

¿Cuándo las noches se rompen en pedazos y el mundo se estremece de desigualdad sigue haciendo falta el poema?
¡Claro! Hoy, como ayer (porque el pasado es el paso que acabo de dar), en este tiempo nublado de la sinrazón y el desconocimiento del otro; la poesía viene a ser el pan festivo (imprescindible) en la mesa de los expulsados del paraíso.
Iluminada por la sangre estremecida la poesía (en cualquiera de sus expresiones: el poema), es sendero que se bifurca. Por un lado le abre al lenguaje su cauce más profundo de renovación permanente; y, por el otro, es luz que no puede mentir porque en ella se anida el ansia de libertad de un corazón sin fronteras.

Recuerdos
La Guerra de Abril marcó mi generación: un sello gomígrafo sobre cada palabra, una palabra incendiada sobre cada acción, que siempre supo a clandestinaje”.

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