Un texto de reciente publicación por el escritor Rafael Chaljub Mejía trae una reflexión sobre los triunfos de lo que políticamente se conoce como la “izquierda marxista”, que se han registrado en todas las regiones del mundo, incluida América Latina, mientras en República Dominicana, los que levantan las mismas banderas, se lamenta el musicólogo nagüero de origen libanés, “hemos hecho de todo o casi todo, sin poder encontrar la forma de que los revolucionarios nos acerquemos siquiera a las puertas del poder”.
Desde los tiempos en que publicábamos una columna en el desaparecido periódico El Siglo, durante la década de los 90, hemos escrito sobre el tema que preocupa al autor de La Guerrilla del decoro, tras hacer un inventario sobre las conquistas de la izquierda dominicana en su larga historia, en el que el saldo arroja más penas que glorias.
Chaljub Mejía comenta la victoria del izquierdista Anura Kumara Dissanayake, en Sri Lanka, antiguo Ceilán, al sur de la India, en el Océano Índico, con 28 millones de habitantes, donde fueron celebradas elecciones el pasado 21 de septiembre. “Toda una hazaña en estos tiempos de Milei y Netanyahu, en los cuales, en la muy culta y civilizada Francia, una burguesía imperialista resulta tan democrática, que realiza una maniobra tramposa, como el más hábil de los carteristas: le escamotea la presidencia a la izquierda ganadora y se la otorga a la derecha derrotada”, deplora el investigador.
El crimen que denuncia el autor que habrían cometido los derechistas franceses, es el que mantiene en la picota global a los izquierdistas venezolanos encabezados por Nicolás Maduro. Pero volvamos a la “izquierda dominicana” y su pobre rendimiento en sus luchas por conquistar el poder. Probablemente a ese sector político le haya faltado una autocrítica, como se la recomendó el escritor Juan Isidro Jimenes Grullón en su ensayo Nuestra falsa izquierda.
Chaljub Mejía concluye pidiéndole desde aquí al izquierdista triunfante de Sri Lanka, Anura Kumara Dissanayake, su secreto para legar al poder: “Oiga mi demanda, y deme la receta, camarada”.