El escritor nicaragüense Sergio Ramírez renunció a su militancia izquierdista dentro del Frente Sandinista de Liberación Nacional en una etapa que la izquierda latinoamericana todavía tenía prendas que mostrar en la lucha contra la desigualdad social en el continente. Corría el año 1999 cuando publicó sus memorias revolucionarias en el texto biográfico que tituló “Adiós muchachos”, en el que anunciaba el inicio de una nueva vida, en la que la literatura sería su ocupación esencial.
Ramírez se alejaba del sandinismo izquierdista en momentos que en Venezuela Hugo Chávez inauguraba el denominado “socialismo del siglo XXI”. Como ocurrió en la mayoría de los países, la gente valiosa se retiraba de las organizaciones de izquierdas, mientras los energúmenos como Daniel Ortega, hoy dictador de Nicaragua, tomaban esas entidades con vocación vampiresca, hasta desnaturalizar sus proyectos originales.
Autor de obras conocidas en todo el mundo hispano parlante como la novela Margarita está linda la mar, el otrora vicepresidente de Nicaragua ganó el Premio Cervantes en el año 2017, y en los actuales momentos se encuentra fuera de su país en la promoción de su última publicación: “Tongolele no sabía bailar”. En ese contexto es que el dictador Ortega, uno de los muchachos a los que les dijo adiós, ordena su arresto, acusado de lavado de dinero, provocación y conspiración, entre otros inventos.
Hace tres meses escribíamos por aquí sobre la frágil democracia nicaragüense, con los apresamientos por parte de Ortega de la mayoría de los opositores a su régimen al acercarse las elecciones presidenciales. Y para confirmar la tesis de que todos los tiranos terminan en la locura, ahora ordena el arresto del único centroamericano en ganar el premio literario equiparable con el Nobel en el hemisferio. La persecución al novelista ha provocado el rechazo de los expresidentes Fernando Henrique Cardoso, de Brasil; Ricardo Lagos, de Chile; Juan Manuel Santos, de Colombia y Ernesto Zedillo, de México, actitud que reclaman a los amantes de la democracia. ¡Libertad para Ramírez y cárcel para Ortega!