Desde las últimas tres décadas del Siglo XX los “progresistas” tomaron el control de los movimientos artísticos y literarios, con el mismo ímpetu de los vanguardistas surgidos entre finales del XIX y comienzo de la centuria. ¿Qué se entiende hoy por progresista? Estar de acuerdo con el aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo y lo que llaman “educación no sexista”, promovida por las organizaciones feministas y los denominados grupos LGTB.
Toda organización o persona que se manifieste en contra de los postulados “progresistas” es considerada reaccionaria y anticuada, sin derecho a ser valorada, reconocida o premiada, por entender que va contra las corrientes en boga, diametralmente opuestas a los valores del cristianismo. Desde los tiempos del intelectual español Julián Marías se habla de que Occidente ha entrado en la “era postcristiana”, por lo que todo lo que se identifica con el cristianismo es visto como decadente.
Todo el que comprenda las preferencias de los círculos que controlan los premios artísticos y literarios en el mundo actual, comprenderá por qué ha resultado escandaloso que un poeta como Freddy Bretón, proveniente del sector que históricamente ha combatido lo que hoy defienden los “progresistas” haya ganado el galardón de más nivel en su género de la República Dominicana, independientemente de que el mismo es patrocinado por “una alianza público-privada”.
Mucho poder económico y político hay detrás de los “progresistas”, tanto, que han cooptado a las izquierdas del hemisferio. La manzana con el mordisco, ícono de la informática, es una acusación permanente a la cultura que mantuvo el cuestionamiento a las posiciones de los “progresistas”. Se pretende que el nuevo mártir que mordió la fruta con cianuro sustituya al que murió en el calvario crucificado entre ladrones.
A los protestantes que hoy guardan silencio ante los ataques al poeta y obispo, les advierto que recibirán el mismo trato si un día el premio es otorgado al psiquiatra petromacorisano José Rafael Dúnker o al pastor romanense Víctor Cruz Baret. Vivimos la inquisición “progresista”, claro está