De acuerdo con el prólogo que hace Fernando Cabrera a las Décimas de Siempre, de Juan Antonio Alix (1833-1918), el ilustre versificador mocano fue el pionero en hacer de la poesía un oficio lucrativo, pues se las ingeniaba para constituirse “en vocero, lisonjero a veces” del gobierno de turno a cambio de beneficios materiales. Lo que quiere decir que la práctica que hoy se conoce en el lenguaje comunicacional como “bocinaje” no es nueva en la política dominicana. Al poeta petromacorisano René del Risco, en cambio, le llenaba de melancolía cada vez que uno de sus anuncios publicitarios “mataba un poema”.
Alix fue un auténtico publicista de los gobiernos del dictador Ulises Hereaux (Lilís). Resaltaba en sus populares décimas sus obras desarrollistas a finales del siglo XIX como ferrocarriles, telégrafos, teléfonos, electricidad, acueductos, escuelas y hospitales. El “Pacificador” y el poeta fueron compañeros de armas muy jóvenes durante la Guerra de Restauración. “Con vivas recibiremos,/ y bien ya festejaremos/ al bienhechor del país/ el Gran General Lilís,/ a quien tanto agradecemos”. Esto lo publicó al anunciar la fiesta por la inauguración del Ferrocarril Santiago-Puerto Plata en 1897. “Y más que nadie Santiago/ debe obsequiar lo mejor/ al Gran Pacificador/ y hacerle un bonito halago./ Pues nunca será bien pago/ por nuestro pueblo querido,/ todo el bien que ha recibido/ de Lilís, el Grande Hombre,/ que loado sea su nombre/ y por siempre bendecido”.
La metamorfosis de Alix se produjo en 1899 cuando el dictador fue asesinado en una conspiración encabezada por Horacio Vásquez y Ramón Cáceres (Mon) en Moca. Entonces cantó al fantasma de Lilís que supuestamente salía en la Iglesia de Santiago, donde fue sepultado. “Y una vieja que lo vio/ le dijo a ese condenado,/ el país que tú has matado/ y en tus manos se arruinó,/ un buen gobierno encontró/ que la gente buena aprecia,/ pero nunca lo desprecia,/ como a tu maldito mando,/ que por eso está penando/ en la puerta de la Iglesia”. Nada nuevo debajo del sol.