Una lectura exhaustiva a Los Cuentos de Juan Carabú, del escritor y académico Miguel Solano, refuerza el criterio de que la literatura dominicana de las últimas tres décadas amerita un inventario que permita separar la paja del trigo, como una manera de liberarla de una serie de vicios que la mantienen en un infantilismo paralizante, tornándola incapaz de proyectarse internacionalmente con la madurez que demuestran países como Cuba, Puerto Rico y otras naciones latinoamericanas con desarrollo histórico y socio económico cercano al de la patria de Pedro Henríquez Ureña.
Probablemente el hecho de que con frecuencia nos encontremos con “ganadores de concursos dominicanos” cuya calidad decepciona bastante, hasta el punto de que ninguna editorial de prestigio fuera del país los ha editado, al caernos en la mano un libro como el de Solano, permanezca meses cerrado sobre el escritorio, como ocurrió con el Azul, del nicaragüense Rubén Darío, ignorado por el español Juan Valera por lo poco atractivo que le resultaba el título. Resulta que Juan Carabú es un personaje omnipresente que lleva al lector por escenas fundamentales de la historia y la sociedad, con descripciones rurales y urbanas.
En la región del Este el protagonista forma parte del cuento popular. Como lo explica el autor, su fama se remonta a la ocupación militar norteamericana de 1916. Los campesinos “crearon una canción para identificar la presencia de quienes se acercaban a sus comunidades. Si quienes venían eran los nobles guerrilleros, se cantaba: “Juan Carabú/ Juan Carabú/ Apaga la vela/ Y enciende la luz… Si quienes se acercaban por las sangrantes vías era el despiadado invasor, entonces se cantaba a la inversa: Juan Carabú/ Juan Carabú/ Enciende la vela/ Y apaga la luz…”.
Es de justicia observar cómo el autor conduce al personaje por circunstancias disímiles narradas en cuentos como Los hijos de Chivirica, Viaje del amor, ¿Causa de la muerte?, Valoración, Reconocimiento doloroso, Divorcios, Los mangueros, La limpieza de la Isabela y Pasé por pájaro, donde el humor compite con terribles dilemas existenciales.