Desde hace varios años venimos reseñando en esta columna la marcha decadente de la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, cuyo fenómeno debiera ser motivo para un congreso por parte del Ministerio de Cultura, de manera que se analice a profundidad y se pueda adecuar a las nuevas posibilidades que aportan las tecnologías y a las exigencias del tiempo presente.
Al revisar nuestras entregas sobre las respectivas ferias desde el 2015 hasta el 2019, observamos la misma preocupación. Este 2022, es la primera que se celebra después de la pandemia de covid-19, que entró al país en marzo del 2020 y cuyas secuelas aún se sufren en lo sanitario y lo económico. La falta de respaldo del público y el desinterés por el libro, objeto central del evento, ha sido la queja reiterada.
Algo que hemos lamentado, y que llegamos a exponerlo al presidente Luis Abinader durante una tertulia en el Palacio Nacional con periodistas y escritores, fue el derroche que se hacía en las ferias, sobre todo en el período constitucional que se inició en el 2012, con casetas colosales que se asemejaban a los palacios faraónicos, que luego eran desmanteladas perdiendo el Estado centenares de millones de pesos.
Recordamos la última feria del libro antes de la pandemia, que lo mismo que la de este año se desarrolló en la Ciudad Colonial, con los mismos problemas de acceso por la dificultad para el tránsito de los vehículos, limitando la presencia de los interesados.
Además del evento oficial, se celebraron otros alternativos, desde la Fundación Silvano Lora y la Cafetera de la calle El Conde.
Pero no hay que negar que en la XXIV Feria Internacional del Libro Santo Domingo 2022 hubo novedades satisfactorias. Por ejemplo, con todas las limitaciones propias de la etapa post pandemia, el libro y los temas literarios recuperaron su protagonismo, por encima de las casetas deslumbrantes que daban más bien un aspecto de competencia arquitectónica. Luego seguiremos con el tema, “es justo y necesario”.