No se trata de una novela infantil, pese a que la protagonista y su cohorte viven esa etapa de la existencia. El final sangriento de uno de los amantes en una relación homosexual adolescente se convierte en detonante para mostrar la podredumbre moral de una sociedad que abarca a los responsables de la salud pública, la educación, el orden público y las iglesias, hasta el colmo de que las familias sobreviven en la infuncionalidad. Aunque la periodista y escritora Luchy Placencia construye su argumento en un pueblo macondiano entre los años sesenta y setenta, el lector podría confundirlo con una vecindad del mundo sin valores de la posmodernidad.
Solo Vega, la niña cuasi superdotada, se entera del torpe amorío de Carlitos y el malogrado Iván. Su inseparable Karina la acusa de provocar el homicidio por un arranque de celos del agresor, en disputa por sus encantos. Era hermana del finado y le enrostraba a la “cuñada” el haberle pegado “los cuernos con Carlitos y este mató a Iván por celos! ¡No sirves, Vega! ¡No sirves para nada! ¡Eres una rata inmunda!”. Le recuerda la vez que la colegiala también la había golpeado de manera inexplicable aunque sin consecuencias letales. “…ahora hiciste que asesinaran a mi hermano! ¿Iván no era lo suficiente bueno para ti?”.
La niñez de Vega es un retrato doloroso del atraso en que viven comunidades del tercer mundo con pinceladas históricas y folklóricas del colonialismo, necesitadas de recibir la “marifinga” enviada por el presidente Kennedy de los Estados Unidos durante la Alianza para el Progreso. Pero hasta con esos alimentos trafica el polígamo director de escuela que se lo vende al coronel policial colmadero. Probablemente Pipín, el loco apicultor acusado de zoofilia, sea el personaje más noble de esta novela de Placencia, finalista del Premio Literario Amazón, de lo que al parecer no se enteraron en el guetto que se conoce como Ministerio de Cultura. Nadie la vio en la “Feria del libro” celebrada virtualmente por la pandemia del coronavirus.