Samuel Adler, protagonista principal de la novela El viento conoce mi nombre, de la chilena Isabel Allende, lleva un periplo parecido al que vivió Stefan Zweig, escritor austríaco nacido en Viena en 1881, y fallecido en Petrópolis, Brasil, en 1942, mientras huía del nazismo que pisoteaba su patria. El primero nace en la misma capital europea, pero en los años 30 del siglo XX. Tiene que huir en tierna niñez a Inglaterra, donde también vivió su compatriota, para terminar sus días en América, pero en Berkeley, Estados Unidos.
Diferente a Zweig, quien cuenta su vida en El mundo de ayer: Memorias de un europeo, Adler es violinista, por cuya destreza llegó a pertenecer a la Orquesta Filarmónica de Londres. Los traumas de la infancia, al perder sus padres durante “la noche de los cristales rotos”, en 1938, le convierten en una especie de “lobo estepario”, como el que describe el Nobel alemán Hermann Hesse en su polémica novela.
En medio de la desolación de los personajes de Zweig y Allende, nunca faltan valores humanos como el altruismo, la amistad y la solidaridad.
Talvez una depresión crónica provoca el suicidio del escritor vienés, dejando una carta en la que ni siquiera se despide de su joven esposa, quien imita su decisión minutos después. Adler, en cambio, resiste todos los embates existenciales y espera la vejez en Norteamérica, donde en 2022 compara la pandemia del Covid-19 con el azote nazi de su infancia.
Personajes de origen latinos y angloamericanos como Leticia, Anita, Selena y Frank, inyectan algún encanto a la vida del músico vienés, en las últimas páginas de El viento conoce mi nombre. Anita, niña salvadoreña envuelta en la inmigración ilegal a los Estados Unidos, acompaña al viejoAdler en el piano.
“La pandemia no había terminado, pero como la mayoría de la gente estaba vacunada, la vida había recuperado cierta normalidad”, relata la autora, quien combina la apacible soledad del músico vienés, con las contradicciones y rupturas de las parejas. Un retrato de la sociedad actual.