Desde sus orígenes, nuestro pueblo ha tenido una presencia judía, con figuras que en los primeros días del Descubrimiento debieron camuflar su identidad con nombres latinos, como fueron los casos de Fray Bartolomé de las Casas y Miguel de Pasamonte, debido a que la monarquía española prohibía la entrada al Nuevo Mundo a los descendientes de Israel.
Después del horrendo holocausto, cuando el odio racial y el fanatismo provocaron la muerte de millones de judíos en la Alemania Nazi de Adolfo Hitler, el Gobierno dominicano, en plena dictadura de Trujillo, abrió las puertas a los perseguidos, pertenecientes al mismo origen de Jesús de Nazaret. La localidad de Sosúa, en Puerto Plata, se convirtió en su Tierra de Promisión.
En los pasados días electorales, cuando todo se politizó y manipuló, el Ministerio de Relaciones Exteriores tuvo que aclarar la versión de que República Dominicana “votó en contra de Israel en favor de Palestina” en la más reciente Asamblea de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), con lo que se intentó manchar la imagen del presidente Luis Abinader, al recordarle la procedencia de sus ancestros libaneses.
El Ministerio debió explicar que lo aprobado por el país, junto a 143 países, “es coherente con la posición histórica del país ante la situación entre Israel y Palestina”. También, que se busca aplicar una resolución de 1947, “que reconozca la soberanía y la seguridad de ambos pueblos”, tomando en cuenta la “catastrófica situación humanitaria y el sufrimiento de la población civil palestina”.
Debe hacer sentir orgullosos a los dominicanos el hecho de que siempre nos hemos identificado con la paz en Medio Oriente, desde 1947, con Trujillo; en 1968, Balaguer, abrió relaciones diplomáticas con Israel; en 2009, Leonel Fernández abrió relaciones con Palestina; en 2012, Danilo Medina apoyó a Palestina como Observador en la ONU, y Abinader, apoya la entrada de Palestina a la ONU, como lo está Israel. Pregunta: ¿Dónde está el pecado? Los manipuladores, por más religiosos que sean, merecen por lo menos una sanción moral.