El Himno Nacional es la marca país musical que junto a la bandera y el escudo identifican una nación. Sin embargo, un himno nace en un momento muy particular de su historia por lo que recoge los sentimientos generales del sentir popular del momento.
Nuestro primer himno, llamado el Himno de Capotillo, tuvo vigencia en las primeras revueltas contra la anexión por allá por la frontera y lo escribió Manuel Rodríguez Objío antes del 1885 cuando el puertorriqueño Ignacio Martí Calderón le puso música a petición de Luperón que ya había bailado la Marsellesa en París a ritmo de can-can.
Aunque Prud’Homme, que era abogado, había escrito para el General Heureaux su versión, que llegó a oficializarse en un acto de la Logia Esperanza No. 9, en la Casa de las Gárgolas en la calle Las Mercedes No. 4, no es hasta el 1897 cuando Lilís consigue la versión final, corregida y definitiva del mismo Prud’Homme cuando le llovieron tantas críticas que ya no le quedaba paraguas que aguantara. Imagínense que empezaba con ¡Al arma españoles!
El Himno de Capotillo siguió vigente hasta el 1926 y era tocado oficialmente en los actos del 16 de agosto. Puerto Plata se vistió de gala para despedirlo con bombos y platillos. No menciona a Duarte ni a Mella, solo a Sánchez. Mientras que el de Prud’Homme retumbaba en todos los desfiles del 27 de febrero.
Oficialmente tenemos himno desde 1883 pero más oficial todavía cuando fue declarado por el decreto No. 700 de Trujillo en 1934, el mismo que hoy se oye.
Hay que decir que la versión que oíamos era un pedazo porque es tan largo que hubo que recortarlo. Ahora Abinader, obliga a que se oiga entero.
Sigue vigente porque está grabado en mármol como una lápida de cementerio, aunque nada de lo escrito sea el sentimiento de la dominicanidad de hoy y mucho menos que sus postulados se cumplan. Pero así son los himnos, cargados de sentimientos, voluntad y de historia.
- “…a la guerra morir se lanzó…” Nadie se lanza a ninguna guerra a morir, como si fuera un acto de suicidio. Nadie se inmola, que es un tipo de suicidio, por una causa, como la de los monjes tibetanos que se prenden en candela en medio de la calle; los pilotos kamikazes que se prestaban voluntario para estrellarse con su avión, o alguien que se convierta en una bomba humana.
- “…ningún pueblo ser libre merece, si es esclavo indolente y servil…” ¿Cuándo hemos sido libre? ¿Cuándo no fuimos serviles? En el Gobierno de Ulises Francisco Espaillat y en el de Juan Bosch de duración cucarachesca.
- “…que templó el heroísmo viril…” Machismo puro, como si en nuestras guerras de independencia y restauración no hubiesen participado mujeres.
Todas esas menciones de guerras y “bélicos retos de muerte” reviven una y otra vez la tragedia y atiza el odio a los haitianos de un conflicto del que nadie se acuerda. Hasta convendría su versión instrumental. “La invasión” haitiana actual, permitida por la mano de obra de esclavos, no tiene nada que ver con dominaciones de la isla, ni con Duarte, ni con Dessalines, ni con Trujillo y menos con los gobiernos oportunistas que han empobrecido a Haití sin el mínimo reparo. No hay venganza por los miles de la masacre del 37. La inmigración haitiana es un fenómeno del modelo de gobierno que ha beneficiado a un grupito para el que el resto sigue siendo los esclavos de Toussaint Louverture de ambos lados de la frontera y gente que ni siquiera conoce los himnos.
Los himnos nacionales son eternos, como los diamantes de James Bond, aunque las generaciones los cambien en la práctica. La Marsellesa que habla de sangre, de marchar con escopeta a ristre, de la República contra la Monarquía, de combatir, lo que Delacroix resumió en uno de los cuadros más admirados del Museo del Louvre, la reemplazó Edith Piaf con “la vie en rose” que fue también cambiada por “La mala Reputación” de George Brassens y luego por “La Bohème” de Charles Aznavour, según avanzaba el tiempo. De manera parecida ha ocurrido en cada país. La gente ha convertido sus canciones populares en himnos con los que pueden hacer el coro durante una presentación.
En Quebec, Gilles Vigneault y Félix Leclerc elaboraron varias y más luego Gerry Boulet con “Les yeux aux coeur” en dúo con Marjo. En el México de Pancho Villa se impuso “la cucaracha” como himno hasta que las “mañanitas” de origen desconocido fuera popularizada por Jorge Negrete y Pedro Infante y, el “a ti te falta, lo que yo tengo de más” de Juan Gabriel para contribuir y fortalecer ese machismo que se vanagloria de la necesidad de tener una vieja y una mula, la vieja que no sea muy mula y la mula que no se pase de vieja.
La revolución musical de Cuba produjo canciones que se convirtieron en verdaderos himnos populares. “Guerrillero, guerrillero/ con el fuego de paz del fusil/¡De la sierra al llano, adelante!/¡Guerrillero vencer o morir/… O los versos de Silvio que la gente tararea más que un himno “…yo no sé lo que es el destino/caminando fui lo que fui/allá dios, que será divino/yo me muero como viví/…
Carlos Puebla “…y seguir de modo cruel/ la costumbre del delito/hacer de Cuba un garito…/y en eso llegó Fidel…
Violeta Parra en Chile “…gracias a la vida/que me ha dado tanto…
Víctor Jara convirtió una canción sencilla dedicada a Ho Chi Minh en un himno cantado contra la dictadura de Pinochet que pretendió callarlo, cortándole las manos y matándolo. Se sigue oyendo “…el derecho de vivir/poeta Ho Chi Minh/que golpea de Vietnam/a toda la humanidad/ningún cañón borrará/el surco de tu arrozal/el derecho de vivir en paz…
En los Estados Unidos el “Hotel
California” de The Eagles se pegó más que el mismo himno como un sello de la cultura de los años 70.
Alí Primera cantó “las casas de cartón “…que triste se oye la lluvia/en los techos de cartón…” y que aquí conocimos más por Los Guaraguaos que vinieron en el 74 a “7 Días con el Pueblo”.
Nosotros llevamos a himno el “compadre Pedro Juan”, “Por Amor” de Rafael Solano y cantada por Niní Cáfaro, “Baile en la calle” de Luis Díaz, “leña lleva el burro” en el séptimo inning del Estadio Cibao y “yo soy el culpable” con la que la chopería escandaliza a los vecindarios a to’ volumen y se da golpe de pecho a ritmo de romo para volver con más fuerza a maltratar a las mujeres, aunque sean madres de sus propios hijos.
¿No sería más interesante que el Ministerio de Educación se concentrara en la profesionalización de los profesores, en mejorar la calidad de los textos y que se excluyan los que contienen mensajes odiosos y ofensivos contra países hermanos por una estupidez de gusanería ideológica? Mantener la calidad y laicidad hostosianas que establece La Constitución y empeñarse en captar profesores con vocación, introducir Filosofía, Música, Pintura, Teatro con seriedad, y no para hacer rellenos que son peores, en vez de obligar a los bachilleres a memorizar un himno que fue desplazado por el reguetón machista, vulgar, misógino, ruidoso, por el descuido de nuestro Sistema de Educación y Cultura.
En las escuelas deben, no solo tocarles nuestro himno y explicarlo con las conexiones que tiene de nuestras guerras patrias, que se le enseñe las diversidades musicales de los grandes clásicos y no limitarse a enumerarlos de manera teórica. Porque el que oye a Ravel, Vivaldi, Louis Armstrong, Vangelis, María Callas, the Beatles, Tchaikovski… seguro segurola que no oye, en toda su vida, un reguetón y si lo oye es de cartón. Que le muestren todos los himnos, la peligrosa Internacional, fanfarrias de circo de payasos baratos, lo que sea, para que no se envenenen y envenenen a los demás con los dembow y ruidos sin sentido que como cavernarios “disfrutan” de lo único que conocen.
Porque estoy seguro, sin necesidad de acudir a la Gallup ni a nadie, que la inmensa mayoría de nuestros altos, medianos y bajos funcionarios no se saben el himno que quieren imponer para patriotizar a la juventud y convertirlo en un examen para poder ser bachiller. ¿Cómo pedirte que te vista si ando desnudo? Interesante sería ver a Furcal cantándolo completo sin teleprompter ni que la puerca retuerce el rabo.
¡Qué el himno sea corto e instrumental, y ya!