La caída de Cucho Álvarez fue estrepitosa. Cayó de la presidencia del Partido Dominicano a la humilde condición de diputado, y de diputado pasó a ser desempleado, le retiraron el rango de general honorario y desde luego todos sus privilegios.
Las cosas empezaron a ponerse color de hormiga para Don Cucho apenas unos días después de la visita de Trujillo y Paulino a la Casa del Cerro, cuando la prensa abrió fuego contra él y Gazón Bona en particular, pero también contra el español Vela Zanetti, que sólo tenía culpa de no saber pintar merengues. Lo que se armó contra Don Cucho y Gazón Bona fue una pelotera monumental. Una primera filípica, titulada “Casa de Orates en El Cerro”, apareció en la primera página del diario El Caribe, y en los días siguientes desde el Foro publico los plumíferos más abyectos empezaron a vomitar improperios, se produjo una andanada, un aluvión de improperios, de frases injuriosa a granel, todo tipo de insultos, una antología de denuestos, dicterios, vituperios… ataques desalmados contra la moral y el buen nombre de Cucho y Gazón
Salieron a relucir los desaciertos arquitectónicos reales e imaginarios del pretencioso Castillo del Cerro, la pobreza creativa del plano, el derroche y los turbios manejos que tuvieron lugar durante la construcción. Se dijo que ni la bestia ni la María Martínez vieron jamás el diseño ni conocieron de su existencia, que el dinero se había dilapidado graciosamente a manos llenas y que para lo único que podía servir la decrépita edificación era para poner un manicomio.
La deshonra del honorable Don Cucho Virgilio Álvarez Pina tocó fondo. La cosa más gentil que decían de él los medios de comunicación es que era un ladrón y un loco.
Para peor, mucho de lo que se decía parecía ser cierto y Don Cucho tuvo que marcharse al exilio, un pesaroso exilio, el exilio interior en alguna propiedad seguramente confortable y lujosa, un exilio que le pareció “un largo calvario, con reclusión doméstica voluntaria”, desde 1950 hasta 1954. Adoptó, entonces, durante esos años, un bajo perfil, el perfil que le permitía conservar el pellejo. Pero no estaba solo en su desgracia. Lo acompañó en su caída, no en su exilio, aunque por razones diferentes, su amigo Paíno Pichardo. El cuchipaineo, la mancuerna de Cucho y Paíno, permanecería en receso durante la mayor parte del reinado de Anselmo Paulino.
El español José Vela Zanetti, el muralista oficial del régimen, cayó también de la gracia del jefe y fue relegado durante un tiempo, apartado de las esferas oficiales por complicidad en la comisión del adefesio del cerro, pero no sufrió, no fue víctima de mayores consecuencias.
A Garzón Bona le fue mucho peor que a Don Cucho. Dicen que la bestia le dio en principio veinticuatro horas para salir del país, pero la verdad es que prefirió, como era su costumbre, desconsiderarlo, humillarlo, a pesar de su fama y gloria, a pesar de haber sido el diseñador del Monumento a La Paz de Trujillo que se levantó en la ciudad de Santiago de los Caballeros, a pesar de su dedicación, a pesar de su innegable contribución y su entrega total como arquitecto a su magna obra de gobierno durante más de veinte años.
A Gazón lo difamaron por todos los medios, naturalmente, como era de rigor, y también lo acusaron o levantaron sobre él de alguna manera la sospecha de malversación de fondos en la construcción del engendro del cerro. Lo amenazaron de muerte, lo amenazaron con meterlo en prisión, convirtieron su vida y la de su familia en una pesadilla y tuvo que irse al exilio, el verdadero exilio en el extranjero, no el exilio dorado que padeció Cucho Álvarez. Lo peor de todo es que se vio obligado a dejar a sus mujer y a sus hijos en el país durante lo que de seguro fue el más angustioso período de su existencia. Finalmente lo acusaron de desertor, de abandonar las filas del glorioso Ejército en el cual ostentaba el rango de mayor más o menos honorífico.
A juicio de Crassweller, la principal razón de la caída de Cucho Álvarez y Paíno fueron las intrigas y la ascensión atropelladora de Anselmo Paulino Álvarez. Paulino se jactaba en voz alta de que la bestia le había pedido que tratara como un hermano a Cucho Álvarez, como un amigo fraterno, y Paulino lo complació de una forma tan peculiar que al cabo de un año había destruido (provisionalmente) su carrera. En esa misma época también se llevó de paso a Paíno Pichardo y logró apartar, por cierto tiempo, a Manuel de Moya Alonso, un personaje singular a quien la bestia apreciaba de una manera igualmente singular. El muy querido Manuel de Moya Alonso.
Por fortuna, y como dice el refrán, no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista. El reinado de Paulino, entre 1951 y 1954, llegó a su fin de una manera imprevista y mucho más estrepitosa que la de Cucho Álvarez.
Al poco tiempo, Paíno Pichardo regresó a la cumbre, recuperó las perdidas gracias del poder y fue de nuevo nombrado Presidente del Partido Dominicano.
Álvarez Pina regresó al círculo íntimo de la bestia donde permaneció hasta el fin de la era. Bajo su nefasta influencia harían carrera varios de sus descendientes, empezando por Virgilio Álvarez Sánchez, un personaje oscuro que parecía sacado de una película del cine negro. Crassweller lo describe como un tipo corpulento y de modales muy poco refinados, que se destacaba, por su impopularidad, por intrigante, por su notoria incapacidad y por el cigarrillo que a todas horas pendía de sus labios.
Dicen las malas lenguas que cuando por fin Don Cucho volvió a encontrarse con la bestia, después del plácido exilio, la bestia se mostró alegre y jovial, le dijo a boca de jarro en son de broma o de sarcasmo, “Pero carajo, Cucho, ¡dónde te habías metido?”.
(Historia criminal del trujillato [78])
Bibliografía:
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator.
El “cuchipaineo” de Hipólito y Danilo, las obras públicas y la JCE
https://prensalibrenagua.blogspot.com/2016/10/el-cuchipaineo-de-hipolito-y-danilo-las.html
José Almoina, “Una satrapía en el Caribe”
(http://www.memoria-antifranquista.com/wp-content/uploads/2014/10/JOSE-ALMOINA-UNA-SATRAPIA-EN-EL-CARIBE.pdf).
El libro de Don Cucho Álvarez
(https://hoy.com.do/el-libro-de-don-cucho-alvarez/)
El palacio que Trujillo no quiso
Evelin Germán | 6 septiembre, 2014
La Casa de Caoba y el Castillo del Cerro
Marcos Rodríguez | 11 agosto, 2018