En lo que serían los últimos años de la era gloriosa el instinto criminal de la bestia se exacerbó en grado superlativo, la bestia pareció enloquecer. La bestia cometía asesinatos tanto en el país como en el extranjero y su atrevimiento no tenía límites, no conocía límites, pero el atrevimiento lo llevó a la perdición, a enfrentar sanciones y el disgusto de sus padrinos tras el atentado contra Rómulo Betancourt, el presidente de Venezuela. Provocó su caída de la gracia de Dios, la gracia del imperio.
Pero mientras tanto la represión recrudecía dentro y fuera del país. En su afán de perpetuarse el tirano apretaba las tuercas, todas las tuercas. En 1957 reorganizó los organismos y mecanismos de espionaje y creó el Servicio de Inteligencia Militar (SIM), una Gestapo dominicana, dirigida en principio por el general Arturo Espaillat, el lúgubre Navajita. En 1959 puso al frente a alguien peor, un personaje demoníaco llamado Johnny Abbes García. Nunca fue mayor la represión y el terror del régimen de la bestia que durante sus últimos cinco o seis años ni fue tan fuerte la oposición.
Así, en 1956, el 12 de marzo de 1956, tuvo lugar el secuestro del exiliado vasco Jesús de Galíndez en Nueva York. En 1959 se produce la brutal ejecución de la mayoría de los expedicionarios del 14 y19 de junio. En 1960, antepenúltimo año de la tiranía, se suceden como en cascada la masacre de los panfleteros de Santiago, el descubrimiento y feroz represión del Movimiento Revolucionario 14 de junio, el fracasado intento de asesinato del presidente de Venezuela Rómulo Betancourt el 24 de junio de 1960 y el asesinato de las hermanas Mirabal el día 25 de noviembre… Esta vez la bestia había ido demasiado lejos y pronto pagaría por sus crímenes, si acaso es posible pagar con una vida, con unos pocos minutos de terror los tantos crímenes cometidos
Lo de Galíndez tendría una repercusión inesperada que ni la bestia ni sus esbirros hubieran podido imaginar. Provocó un incidente que tuvo eco en la prensa a nivel mundial y puso a la bestia en serios aprietos. Marcó un punto de inflexión, un antes y un después.
Galíndez era un exiliado vasco que había venido al país en el año de 1939 y había servido a la bestia. También se desempeñaba como informante para el FBI de las actividades falangistas y comunistas de sus propios compatriotas. Al cabo de seis años, cuando llegó a conocer las interioridades del régimen, empezó a temer por su salud y en 1946 decidió prudentemente abandonar esta tierra y establecerse en Nueva York. No hizo más que llegar para ingresar a la nómina de informantes del FBI, el FBI del tenebroso Hoover, John Edgar Hoover.
Aparte de su labor de informante —informante a sueldo, asalariado, dedicado a suministrar incontables reportes sobre actividades comunistas o procomunistas de varias organizaciones—, Galíndez se desempeñó como catedrático de derecho público hispanoamericano e historia de la civilización iberoamericana en la Universidad de Columbia.
Pero el espía estaba siendo espiado por el servicio de inteligencia de la bestia. Ciertas actividades y contactos con exiliados dominicanos lo habían puesto en la mira, lo vigilaban, lo estudiaban, pero nadie lo molestó hasta que no empezó a escribir una tesis titulada «La Era de Trujillo: Un estudio casuístico de dictadura hispanoamericana». Su tesis doctoral para la Universidad de Columbia.
La redacción y el contenido de la tesis no pasó y no podía pasar desapercibido. En la obra se decían cosas terribles que llegaron a los oídos de los agentes de la bestia y llegaron a oídos de Minerva Bernardino.
Entre muchas otras cosas, Galíndez sugería que el primogénito de la bestia —el niño de sus ojos, el mimado Ramfis Trujillo Martínez—, no era hijo de la bestia.
Se sabe que fue Minerva Bernardino quien dio la voz de alarma. Ella escribió un informe poniendo a la bestia en conocimiento de las labores curriculares y extracurriculares de Galíndez y la bestia se encabritó. Quizás pataleó, daría berridos de indignación. Estaba sufriendo en lo más hondo una afrenta que no quedaría impune. Esta vez se atrevería a hacer algo que nunca había hecho y que pondría en peligro sus relaciones con el imperio. Pero lo hizo.
Una operación, en el más puro estilo mafioso o gansteril —con el propósito de raptar a Galíndez—, se puso en marcha poco tiempo después. En la misma jugaron un papel protagónico Felix Bernardino, el mismo Navajita Arturo Espaillat, la entusiasta Minerva y un selecto grupo de sicarios. También participaron de alguna manera el incalificable presbítero Oscar Robles Toledano, que se encontraba en Nueva York en esa época, y hasta el mismo Porfirio Rubirosa, que algún día sería interrogado por el Fiscal del Distrito de Nueva York en relación al hecho.
Galíndez nunca vio venir el terrible golpe que le deparaba el destino, o mejor dicho la bestia. El 12 de marzo de 1956 desapareció de la faz de la tierra. Una hermosa mujer lo engatusó, le tendió una trampa en su propio apartamento de Manhattan. El apartamento donde lo drogaron y de donde lo llevaron al aeropuerto. El aeropuerto donde lo esperaba un avión que lo trajo drogado a Montecristi, haciendo escala en Miami. El avión que pilotaba el joven Gerald Murphy. El avión en que también viajaba el médico Miguel Rivera, el médico que drogó a Galíndez y lo mantuvo drogado durante el vuelo. El vuelo en que además venía el siniestro Felix W. Bernardino.
Desde Montecristi Galíndez fue trasladado en ambulancia u otro tipo de vehículo adecuado al fronterizo pueblo de Dajabón y desde Dajabón a Ciudad Trujillo en un avión de la CDA, la célebre Compañía Dominicana de Aviación.
Según se sabe, el piloto Murphy, de apenas veintidós años, había sido contratado, comisionado discretamente para que trajera a un supuesto enfermo terminal a Montecristi, y Octavio de la Maza, aliasTavito, había sido enviado a buscarlo a Dajabón, a buscar «un paquete». Eso fue lo que les dijeron. Eso era todo lo que sabían o creían saber. Ninguno de ellos tuvo conocimiento de lo que estaba ocurriendo.
(Historia criminal del trujillato [164])
Bibliografía:
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator.
Tony Raful, «La venganza fue de “espanto y brinco”», (2) (https://listindiario.com/puntos-de-vista/2015/03/24/361032/la-venganza-fue-de-espanto-y-brinco)
“Tavito y Antonio de la Maza… principio y fin” (https://hoy.com.do/tavito-y-antonio-de-la-maza-principio-y-fin/).
Juan Daniel Balcácer, «El caso Galíndez- Murphy: Una crónica de terror», (https://listindiario.com/puntos-de-vista/2019/08/14/578159/el-caso-galindez-murphy-una-cronica-de-terror)
José del Castillo Pichardo, «El Sino Trágico de Galíndez». (https://www.diariolibre.com/opinion/columnistas/2022/04/14/a-la-pluma-de-galindez-se-debe-la-era-de-trujillo/1770330)