Jorge Miguel García
Doctorando en Filosofía
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La globalización, proa frívola surcando los océanos. El mercado, mensajero anunciando la vendimia. El mundo, espejo que proyecta las insondables desigualdades económicas. El Gran Caribe, museo de riqueza cultural y pobreza estructural. En ese panorama, la economía solidaria brota no solo como alternativa reconfigurante de las relaciones humanas, sino también como principio que enarbola el respeto por el medio ambiente. Economía solidaria, saeta protectora de la inmortalización de las inequidades.
Frente a las desigualdades sociales, la economía solidaria ofrece un cambio de paradigma en el que la cooperación, la justicia y el altruismo son la base que sostiene no solo las relaciones interhumanas, sino también la relación de cuidado por el medio ambiente. Este cambio de paradigma se contrapone a todo modelo dominante que coloque el lucro por encima del bienestar colectivo. La economía solidaria defiende las necesidades humanas a través de la redistribución equitativa de la riqueza. Karl Polanyi en “La gran transformación”, indica que “el mercado, cuando no está regulado, tiende a desintegrar las relaciones sociales”. En ese sentido, la economía solidaria opera como contrapeso a la desigualdad económica, proponiendo un modelo económico inclusivo.
Para el caso de América Latina y el Caribe, este modelo económico inclusivo se ha sustentado con estrategias económicas y medios de producción de base comunitaria. Brasil, Bolivia y el Caribe, por ejemplo, han puesto en marcha las cooperativas agrícolas, las microfinanzas solidarias y las redes de comercio justo, respectivamente. Estas iniciativas han generado ingresos comunitarios, pero a la vez fortalecen la autonomía y resiliencia económica. Esto no ha sido suficiente, porque en países de América Latina y el Caribe aún persisten las profundas desigualdades.
En la región, la desigualdad sigue siendo una herida abierta sin hilo y aguja para cerrarla. El informe de la CEPAL “Panorama Social de América Latina y el Caribe 2024” indica que, durante el 2023, el 27,3% de la población latinoamericana sigue anclada en la pobreza. Este panorama poco alentador podría cambiar si se implanta un modelo económico solidario, que brinde empleo digno y que redistribuya equitativamente los recursos económicos; de ese modo podría reducirse realmente la brecha social y fortalecerse la cohesión comunitaria de tinte global.
La experiencia de las indígenas chiapanecas de México es un referente de una economía solidaria tendente a mejorar las condiciones de vida de los menos pudientes. República Dominicana en un momento intentó colaborar apoyando el emprendimiento de las mujeres campesinas. Este tipo de iniciativa contribuye no solo con ingresos sino también con el empoderamiento social. La filósofa Simone de Beauvoir, categorizó que “la libertad de una mujer debe ser conquistada”, este apoyo puesto a colación ya es un paso a la libertad económica inclusiva y comunitaria. Aquí no se alude a la visión emancipadora de las estructuras patriarcales a las que con frecuencia matiza Beauvoir, sino a una economía solidaria que redistribuya equitativamente los recursos económicos.
La economía solidaria no es un asunto nuevo. Aristóteles, en la “Ética a Nicómaco”, había referenciado que “la riqueza no es el fin, sino un medio para alcanzar la virtud”. La riqueza como medio convierte la economía solidaria en un principio comunitario en donde la igualdad reivindica la autonomía de la condición humana. Es decir, la economía solidaria posiciona el capital como recurso que enaltece el bien común en contraposición de un enriquecimiento particular. El pensamiento freireano, enfatizado en su pedagogía de la liberación, ejemplifica este modelo económico virtuoso-solidario aristotélico. Desde esta óptica de Freire, los oprimidos pueden transformar su realidad a partir de la acción colectiva. Esta filosofía de la acción ha impactado enormemente en la creación de bancos comunales y sistemas de trueque en el Gran Caribe.
En regiones vulnerables como la nuestra asolada por el extractivismo económico, la economía virtuosa-solidaria en el cuidado y protección medioambiental juega un rol fundamental. Aunque lastimosamente se piense poco en el cuidado ambiental, es un desafío repensarlo como iniciativa para el cuidado humano. El interés esquizofrénico por el dinero nubla la razón. Por eso, el capitalismo dominante representa la fuerza destructora de la ecología ambiental. Ese interés exacerbado por el cúmulo de bienes materiales amenaza con incrementar la pobreza y la hambruna en el colectivo humano. Amenaza además la sobrevivencia de otras especies que comparten vida con el ser humano. El mundo, América Latina y el Caribe han carecido de fidelidad a la agroecología. La agroecología garantiza la alimentación y la sostenibilidad ambiental. Tanto la promoción como la ejecución de la agroecología mitiga el impacto ambiental además de que favorece la relación con la naturaleza. Heidegger, en “La pregunta por la técnica”, advertía sobre los posibles riesgos que presupone la relación instrumental de la naturaleza. En ese instrumentalismo, la economía virtuosa se muestra como un modelo impulsor del cuidado, el respeto y resguardo equilibrado de la naturaleza.
La economía virtuosa-solidaria puede ofrecer alternativas solutorias a las profundas brechas económicas, pero a la vez enfrenta grandes desafíos. No todos los países han corrido la suerte de financiación que tuvieron las mujeres chiapanecas, muy pocas personas han sido observadas por la lente de la Promipyme dominicana ni la clase política ha solucionado las dificultades competitivas entre el mercado corporacionista y la microempresa, por ejemplo. Sin embargo, la esperanza depositada en los modelos económicos solidarios e inclusivos ofrece oportunidades para contrarrestar la brecha de la desigualdad social. Para posicionar este trecho esperanzador, es necesario que los gobiernos y las multinacionales impulsen la ejecutoria de esta estrategia economía virtuosa, solidaria e inclusiva.
La economía virtuosa-solidaria es una utopía accesible; una esperanza transformadora de las estructuras económicas y sociales en el Gran Caribe. Representa una filosofía de la acción en la que “Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”, a decir de Galeano. Un modelo económico que coloca la vida por encima del lucro; un acto de esperanza para una región maltratada por las profundas desigualdades.
La conquista de la justicia social se encuentra en un momento histórico. En este trance, la economía virtuosa ofrece un futuro más equitativo. El éxito dependerá de repensar las acciones económicas y redirigirlas hacia una comunidad global virtuosa. La voluntad de unirse a los esfuerzos colectivos será una tarea titánica. Un problema global no tiene respuesta local. La brecha de la desigualdad ha de cerrarse con un hilo y una aguja globales. El gran desafío será cerrar la herida de desigualdad con la construcción de un mundo más solidario. El Gran Caribe puede liderar el cambio hacia una economía solidaria, virtuosa e inclusiva.
Centro estudios caribeños. PUCMM.