M.A. María de las Nieves Fals Fors.
[email protected]

A finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX se desarrolló la obra de la pintora domínico-cubana Adriana Billini (1863-1946), hija de Epifanio Billini, quien fuera pendolista, pintor, fotógrafo y ocupara el cargo de Cónsul de la República Dominicana en Cuba. Los tíos de Adriana fueron María Nicolasa Billini, fundadora del colegio femenino El dominicano, el presidente Francisco Gregorio Billini y el Padre Francisco Xavier Billini, educador, director del Colegio San Luis Gonzaga y fundador del Hospital de San Andrés.

Cuando era muy niña, Adriana marchó a Cuba con sus padres. Proveniente de una familia de intelectuales de ideas liberales, desde joven tuvo que crecerse frente al predominio masculino en el área de la enseñanza artística. En la ciudad de La Habana, se graduó en 1894 de la Academia de San Alejandro, la segunda de América, fundada en 1818. En sus lienzos, trabajó el paisaje, el retrato, el tema histórico y el religioso.

Creó su propia academia de pintura en 1898, donde desarrolló un método educativo muy personal. Fue la primera mujer que ocupó una cátedra de Dibujo Elemental en San Alejandro, pese a la oposición de varios de sus colegas masculinos por su condición de mujer. Adriana Billini quedó al frente de la enseñanza de la asignatura de Dibujo Elemental para las mujeres, mientras que Ricardo de la Torriente impartía esta materia a los varones.

A las protestas y presiones para que no ocupara esta cátedra se sumaron Lincoln de Zayas, secretario de Instrucción Pública y el maestro Manuel Bonifacio Posada, quienes pretendieron desconocer este nombramiento, hasta que se pudo avalar oficialmente en 1907. “La Billini, con su pelo blanco y sus ojos verdes que muestran en el sepia de las fotos una firmeza inconmovible, labrará implacable el terreno para sus colegas de género. Poco a poco, la mujer hallará su lugar en el plantel y, con los años, llegarán a ser numerosas las féminas que enseñen en sus aulas”. (López, 2019, p.32).

Esta creadora, luchadora por la inclusión de las mujeres dentro de la educación artística, mostró en algunas de sus obras la figura de afrodescendientes, trabajándolos desde un acercamiento afectivo, alejándose del carácter exótico o caricaturesco con el que los plasmó su contemporáneo Víctor Patricio de Landaluce (1830-1889), vasco radicado en Cuba, quien también fuera profesor de la Academia de San Alejandro.

En su obra La cocinera cubana (1911), un óleo sobre tela de 77 X 101 cm, representó a una negra que sostiene una gran cesta de alimentos con un pescado, una auyama (calabaza), mazorcas de maíz, tayotas (chotes) y otros vegetales. La mujer sonríe mirando hacia un punto lateral, está vestida hermosamente y adornada con prendas, mientras un manto rojo cubre sus hombros. La figura de la cocinera es afable y su actitud segura carece de servilismo. En esta obra se observa su acercamiento al costumbrismo y la influencia del realismo y el academicismo propios de su estilo.

Celeste Woss y Gil (1891-1985) fue hija del político y presidente Alejandro Woss y Gil e inicialmente estudió pintura con Abelardo Rodríguez Urdaneta. En 1903 se marchó a Francia con sus padres y hermanos por razones políticas, permaneció allá durante nueve años. Posteriormente se estableció en Santiago de Cuba; allí cursó estudios en la Academia de Pintura con el cubano José Joaquín Tejada y expuso con su maestro.

Continuó su proceso de formación en Estados Unidos de Norteamérica, arribó a la ciudad de Nueva York en 1922 y recibió instrucción en The National Academy y en Art Students League, donde también expuso junto con otros estudiantes.

En 1924 volvió a Santo Domingo y fundó Estudio Escuela, su centro de enseñanza artística privado y realizó la primera exposición individual femenina en la República Dominicana. En 1928 retornó a EE.UU. para cursar Anatomía Artística; estos conocimientos los aplicó en sus pinturas de desnudos. Volvió en 1931 y abrió una nueva academia en la calle Luperón donde continuó formando a jóvenes artistas hasta 1942, cuando pasó a integrar el claustro de maestros de la Escuela Nacional de Bellas Artes, dirigida por el español Manolo Pascual, fue la única representante del sexo femenino entre sus fundadores.

Celeste Woss y Gil trabajó naturalezas muertas, escenas de mercados, retratos, desnudos masculinos y mayormente femeninos, con una mezcla de costumbrismo, realismo y pinceladas sueltas propias del postimpresionismo.

En sus dibujos y pinturas, se observa la belleza sin adornos y sin distinción de raza, ya sea negra, blanca o mestiza, la sensualidad sin erotismo, la luz intensa del trópico, el desenfado de las actitudes, la psicología de los personajes. Lo dominicano se siente en cada uno de los rincones de sus composiciones, en las líneas fluidas, en el predominio de los colores cálidos, en la esencia de cada persona o cosa que reinterpreta con el poder de su arte.

Entre sus pinturas se destacan Desnudo I (1941) y El Mercado (1944). En la primera refleja la belleza de una mujer mulata que dormita en calma con el brazo izquierdo apoyado sobre su frente, mientras el otro se reclina en su pecho. En un equilibrio de tonalidades cálidas y frías, establece un contraste entre la figura principal y elementos de fondo como el sombrero azul, logrando crear sensación de profundidad a través de la superposición de elementos y de la dinámica del color.

En “El mercado” su obra se vuelve casi expresionista, la pincelada suelta recrea las texturas, y los rostros de las dos figuras centrales, vestidas de rosa y azul, quedan ocultos por grandes sombreros de fibra vegetal. Los verdes frutos destacan sobre las manos oscuras, y detrás la gente dialoga, vende sus productos, se mueve en un espacio dinámico lleno de vitalidad.

Adriana y Celeste tejieron sus historias personales para la Historia. Desafiaron los convencionalismos de una época, abrieron camino para que las mujeres ocuparan el lugar que les corresponde dentro de las artes.

Vincularon con su quehacer a la República Dominicana y a Cuba, dos países cuyo desarrollo histórico y cultural siempre ha estado entrelazado. Con el valor intrínseco de sus obras, su resiliencia y sus aportes pedagógicos, dejaron un ejemplo de dignidad y de belleza, forjando un nuevo camino para la evolución del arte de nuestros pueblos caribeños.

Referencias:
López, D. (2019). La mujer y la enseñanza artística en Cuba. Memorias del Coloquio San Alejandro: tradición y contemporaneidad de la enseñanza artística en Cuba. pp. 31-44. l


Centro estudios caribeños. PUCMM. Programa: Estancia de Doctorado en Ciencias Humanísticas de la Universidad de Oviedo.

Posted in Cultura

Más de gente

Más leídas de gente

Las Más leídas