Don Miguel, que ya era reconocido por su gran obra literaria, era el gran escritor y poeta del momento, que a pesar de sus grandes logros, se debatía entre la religión, la fama y el poder.

Ya se conocía ampliamente, por las múltiples traducciones a lenguas extranjeras, “La Niebla”, que no tiene nada que ver con “La Trilogía de la Niebla” de Carlos Ruiz Zafón. También, y considerando que el Quijote es la base central de la filosofía del español, elabora su “Vida de Don Quijote y Sancho”. En París escribió “L’Agonie du Christianisme”.

Unamuno se enfrenta a la Iglesia en Salamanca más que por diferencias filosóficas y teológicas, por un “hambre de notoriedad” preso de la sed de gloria. Carl Jung, desde la Psicología, explica el fenómeno de la vanidad humana “que es más fuerte que la razón y el bienestar de cualquier mortal”, incluyendo el pelo aquel que jala más que una yunta de bueyes. Ese elemento es el indispensable para entender la inconformidad de millonarios insaciables que solo el poder y la gloria le sirven de droga. Con 10 millones tienen para vivir los pocos años que les quedan, pero la codicia, los empuja a arrastrarse hasta el final imponiéndose a fuerza de la sinrazón y la mala maña.

La larga noche, oscura y tenebrosa, volvió a España con Francisco Franco quien persiguió y mató a la juventud pensante e impuso su régimen de terror tan fuerte, que hoy quedan tentáculos desde el PP de Aznar y el reinado ridículo de una monarquía borbónica que sigue anclando a España en la época odiosa de la conquista. La defienden El mismo Aznar, Mario Hernández Sánchez-Barba, Vargas Llosa como se defiende aquí el trujillismo que se manifiesta en un machismo y una corrupción interminable.
Para asombro del pueblo español, Unamuno emitió unas declaraciones en apoyo de Franco y que muchos historiadores quieren justificar en la “ingenuidad” del escritor, “ensimismado en el rincón de su biblioteca”. Pero no. Unamuno, como gran intelectual, sabía perfectamente lo decía y sabía del poder del carguito.

Un hecho, en que la Psicología tuvo su papel, hizo que se rebelara contra el franquismo justo en el último año de vida, cuando España se dividió entre falangistas o franquistas y republicanos. En efecto, el fusilamiento de varios amigos, muy cercanos a Unamuno, hizo que levantara su voz disidente.

Era un 12 de octubre y el presidía un acto oficial en la rectoría para festejar “el día de la raza”. A su lado doña Carmen Pola Franco, esposa del dictador y la alta jerarquía eclesiástica y militar en representación de los golpistas. Unamuno, en un discurso improvisado, habló indignado por las matanzas de Franco. El General José Millán-Astray, troglodita de galones manchados, se paró y gritó:

¡Viva la muerte!

¡Muerte a la inteligencia!

Unamuno, pasivo pero enérgico, exponía en el vacío que se podía vencer, pero no convencer, que la fuerza bruta solo podía dirigir a la fuerza, pero no por la razón. Por poco y lo linchan. Fue destituido y dos meses después murió.

Ortega y Gasset, sin desconocer sus méritos, habla de ese lado del ser humano con un “afán de ser”, “…el hombre tiene un afán de ser afín de realizar su individualísimo YO. Pero solo puede sentir ese afán de ser quien no está seguro de ser (…) en su raíz, es inseguridad”.

“Ay, qué triste es, después de una niñez y juventud de fe sencilla, haberla perdido en vida ultraterrena y buscar el nombre, fama y vanagloria, un miserable remedo de ella”.

Y luego remata que si Unamuno llegó a donde llegó, fue por esa “ansia de inmortalidad”, por esa “necesidad de sobresalir y exhibicionismo que lo caracterizó” y que se impuso por encima de su genialidad como pensador, poeta y novelista. Abandonó su vida mística porque la religiosidad no llenaba su necesidad de trascender. Predominó el Yo de la vanidad” que le convirtió en un insociable. En los encuentros con amigos manejaba el monólogo, siempre hablaba de su propia persona.

Sigue Gasset, “… no he conocido un yo más compacto y sólido que el de Unamuno. Cuando entraba en su sitio instalaba, desde luego, en el centro, su yo como un señor feudal (…) tomaba la palabra definitivamente. No cabía el diálogo en él (…) había soltado en medio de la habitación un yo como si fuese un ornitorrinco”.

Y así en la misma línea de análisis, Pio Baroja expresó “…Unamuno tiene mucho de patológico en la cabeza, sobre todo su egoísmo tan enorme que lo aislaba del mundo, a pesar que él creía lo contrario.”

“…Yo no he visto reír nunca a Valle de Inclán, a Unamuno, a Maestu, y si alguno de ellos reía, era contra algo, pero nunca por algo (…) Unamuno no quería a nadie, como de costumbre, pues bastante tenía contar con atender con su gigantesca estimación de sí mismo…”

Con aquel apoyo a Franco, Unamuno creó el precedente que haría de Borges y Vargas Llosa dos genios odiados en América latina.
A pesar del acercamiento de Trujillo a Franco, Unamuno no tuvo nada que ver con su reelección y su intención de perpetuidad desoyendo el magnífico programa para construir “La más Bella Revolución de América” que elaboró Tomás Hernández Franco.

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