Gatica cantaba con la boca llena, cariño como el nuestro era un castigo, y yo me castigaba, me pellizcaba los labios –los de abajo—, me arañaba los muslos, gemía su nombre, Lucho, Luchito, Luchote, él estaba en la gloria de mi intimidad, en lo más íntimo, lo más salvaje, olvidando decir que me amaba, ¿me amaba?, quien no amara no dijera nunca que vivió jamás.
Mayra Montero
«La ultima noche que pasé contigo»
…
¡Qué le dijo el gato a la gata?
Por ti lucho, gatica
No lo podía creer, pero era cierto, terriblemente cierto. Me dijo crudamente que borrara su nombre de mi cuaderno, que ya no soportaba este infierno, que no aguantaba este invierno de nuestro amor fracasado. Me dijo terminantemente que la dejara libre para que pudiera seguir nuevos caminos en busca de otros cariños, que borráramos definitivamente nuestro pasado. Que me dejara en fin de lloriquearías y me portara como un hombre, que toda quimera se esfuma como blancura de espuma que se desmaya en la arena.
Lamentablemente, lo cierto es que después de habernos besado apasionadamente miles de veces, después que nos besamos con el alma y con la vida te fuiste de lo más oronda por la noche de aquella despedida. Total —me dijiste antes de partir, cuando te recriminé por tu crueldad—, somos un sueño imposible que busca la noche. Y yo sentí que cuando te ibas mi pecho sollozaba la confidencia triste de nuestro amor así. Sentí, en lo más hondo del alma, que solamente éramos en nuestra quimera doliente y querida dos hojas que el viento juntó en el otoño… Apenas y nada más somos dos gotas de llanto en una canción. ¡Mira nomás qué joder! No somos nada. No somos nada.
Durante aquella última noche yo le pedía al reloj que no marcara las horas… Yo le decía reloj: detén tu camino porque mi vida se apaga. Detén el tiempo en tus manos, haz esta noche perpetua para que nunca se vaya de mí, para que nunca amanezca. Reloj, ella es la estrella de mi vida, ella es la estrella que alumbra mi ser, yo sin su amor no soy nadie, ella se irá para siempre, cuando amanezca otra vez. Pero el maldito reloj no me respondía. Se hacía el sordo el cabrón. Y su tic tac me recordaba mi irremediable dolor. Me parecía escuchar su burla, me parecía oírlo riéndose.
A ella le pedía, le decía bésame, bésame mucho, como si fuera esta noche la última vez. Le dije inútilmente hasta el cansancio, hasta el aburrimiento, hasta quedarme ronco de tanto decírselo: Bésame, bésame mucho, que tengo miedo perderte, perderte después… En fin, la saqué de quicio temiendo perderla, como en efecto la perdí. Me dejó por ser tan cursi, tan almibarado y llorón. Me dejó por besucón.
Ahora ya no estás más a mi lado corazón y en el alma solo tengo soledad. Parece que de maldad, de puritita maldad Dios me hizo quererte para hacerme sufrir más. Mira qué vaina, siempre fuiste la razón de mi existir, adorarte para mi fue religión. No me avergüenza decirte que en tus besos yo encontraba el calor que me brindaba el amor y la pasión.
Lo comprendo, lo sé, aunque no pueda aceptarlo, pero aunque parezca cursi decirlo, la nuestra fue para mi la historia de un amor como no hay otro igual, un amor que me hizo comprender todo el bien y todo el mal, que le dio luz a mi vida, apagándola después.
Todos me dicen, amada mía, que no lo tome tan a pecho, que habrá otro amor después de tu desamor, pero lo cierto,lo condenadamente jodido es que no existe un momento del día en que pueda apartarme de tí, que el mundo parece distinto cuando no estás junto a mí, completamente distinto. De hecho, por más que me esfuerzo y me pregunto cómo es posible, no hay bella melodía en que no surjas tú y no quiero escucharla si no la escuchas tú. Parece mentira, parece del todo imposible, pero es que te has convertido en parte de mi alma y, a pesar de que ahora me castigues con tu desdén, ya nada me conforma porque estás tú también…
Pensar que hubo una época en que mi vida estaba vacía y yo no hacia más que esperarte. En esa época, cuando tu aún no existías en mi vida buscaba mi alma con afán tu alma, buscaba yo la virgen que a mi frente tocaba con sus labios dulcemente en el febril insomnio del amor… Recuerdo, aún lo recuerdo, que buscaba yo la mujer pálida y bella que en sueños me visita desde niño para partir con ella mi cariño para partir con ella mi dolor.
Yo te sentía y te buscaba, te adivinaba en la poesía de las cosas, y así como en la sacra soledad del templo, sin ver a Dios se siente su presencia, yo presentí en el mundo tu existencia y como a Dios sin verte te adoré. Te lo dije tantas veces y me respondiste con desprecio. Me dijiste que no repitiera tanto la cosas, que cambiara el disco, que no eras santa de altar y que tampoco eras virgen, que habías conocido a otros hombres y también a mujeres.
Pero, oh, Dios mío, pensar que sin saber que existías te deseaba, que antes de conocerte, te adiviné, que llegaste exactamente en el momento en que te esperaba, que no hubo sorpresa alguna, cuando te hallé. Aunque eso sí, el mismo día en que cruzaste por mi camino tuve el presentimiento de algo fatal.
Ahora sé, lo supe desde siempre, que amar es empapar el pensamiento con la fragancia, del edén perdido, amar… amar es llevar herido con un dardo celeste el corazón. Amar, para los que no lo sepan, es tocar, los dinteles de la gloria, es ver tus ojos, es escuchar tu acento, es en el alma llevar el firmamento…y es, como dices tú, ponerse de baboso como un niño. Sí, sí, no hace falta que me lo digas.
Ahora me dices que no insista, que te deje tranquila, que te olvide, pero la culpa es tuya, sólo tuya. Por eso estoy aquí ahora lloriqueando. Tú me acostumbraste a todas esas cosas, y tú me enseñaste que son maravillosas. Sutil llegaste a mí como una tentación llenando de ansiedad mi corazón. Yo no comprendía cómo se quería en tu mundo raro y por ti aprendí. Por eso me pregunto al ver que me olvidaste por qué carajos no me enseñaste cómo se vive sin ti.
Te lo pregunto, te lo repito, te lo vuelvo a repetir: por qué, pero por qué no me enseñaste cómo se vive sin ti… Y no me digas por favor que no te platique más, que apague el radio, que ponga otra música, que cambie de emisora, que me vaya a lloriquear para otra parte… que ya estás harta de los boleros de Lucho Gatica.
De cualquier manera, cariño como el nuestro era un castigo. Quizás, sólo quizás, tal vez sería mejor que no volvieras. Volver sería empezar a atormentarnos, a querernos para odiarnos sin principio ni final…