El 20 de septiembre de 1768 al caer la noche se amotinó en la ciudad de Panamá la tropa del regimiento de la Reina y otro grupo de militares del batallón de veteranos. Por diez días los soldados se tomaron las plazas de la ciudad en acto de protesta y demanda a causa de las precarias condiciones de vida que soportaban. El regimiento de la Reina era una tropa proveniente de la Península Ibérica que unos años antes, en el marco de las disputas imperiales fue destinado a la La Habana para reforzar su protección, luego de ser recuperada tras el ataque inglés de 1762, asalto que significó la pérdida del control de su puerto por casi un año.
En la isla de Cuba, la vida de los soldados trascurría cómoda, sin sobresaltos y con un sueldo de 8 pesos mensuales que cubría sus necesidades básicas, ya que según sus testimonios era una tierra fértil y un lugar barato, además, dadas estas condiciones se complementaban con labores agrícolas de las que obtenían buena parte de los alimentos que consumían. Por vicisitudes bélicas el regimiento fue destinado a Panamá con la promesa de ser trasladados con posterioridad a la ciudad de Quito, pero al arribar al istmo sus condiciones de vida empeoraron dramáticamente. Un clima tropical húmedo e insano afectó fuertemente la salud al grupo y una tierra poco apta para la agricultura les impidió complementar su dieta y bienestar alimenticio en una ciudad cara que importaba la mayor parte de su avituallamiento desde el exterior. La situación les provocó carestía y alimentó un nuevo desarraigo que acentuó la melancolía y el echar de menos su tierra y sus familias.
Estas precarias condiciones de vida en Panamá, difíciles de sobrellevar para los soldados, les llevó a amotinarse. Durante el primer día de la sublevación los militares tomaron la casa del gobernador de la provincia y se apoderaron de las llaves de la contaduría real, el arsenal y de las instalaciones militares más importantes. Amenazaron con usar la artillería contra la ciudad y repartieron armas entre vecinos inconformes. Para las posteriores negociaciones un sargento mayor actuó de portavoz y con ello lograron comunicarse directamente con el gobernador. Durante tres días los responsables del motín, además de negociar con las autoridades, circularon un bando en el que invitaban a los comerciantes panameños a cerrar sus pulperías y tiendas, además de prohibir a cualquier persona el porte de armas cortopunzantes. En la quinta jornada del levantamiento los principales comandantes de la tropa le presentaron al gobernador un manifiesto con las siguientes peticiones. Un aumento de cinco pesos a su salario para que pasara de 8 a 13 pesos mensuales; cambio de uniformes, pues los que vestían ya tenían más de tres años y se hallaban en condiciones deplorables y por último clemencia en los castigos que se les inflingían como soldados pues argumentaban que solo les agravaba la melancolía y pesadumbre que cargaban por estar lejos de su tierra y sus familias. Por último, solicitaban que los azotes fuesen suprimidos ya que con ello recibían un trato indigno semejante a la manera en la que se trataba a las personas esclavizadas.
Con una mediación intensa y activa del clero secular los soldados se comprometieron a levantar el motín y a renunciar a sus licencias de permisos, ya que eran conscientes de los costos su manutención en América y lo caro que fueron sus traslados a través del Atlántico y del Caribe. Curiosamente a pesar de que lidiaban a diario con una alimentación deficiente a la que no estaban acostumbrados, que soportaban un clima tropical sumamente húmedo y caluroso que les causaba enfermedades y de tener que prestar servicios en tierras muy alejadas de sus familias, situación que les provocaba melancolía y tristeza, los miembros de la tropa eran perfectamente conscientes del servicio y la obligación que debían a su monarca. Todas las peticiones fueron concedidas por las autoridades panameñas y entre los días 25 y el 26 de septiembre de 1768, entregaron las llaves y los demás elementos de los que se apoderaron durante el motín. Tras conocerse la noticia del envío de un regimiento proveniente de Portobelo a la ciudad de Quito, al que el batallón sería anexado, los ánimos se calmaron con la idea de que en la ciudad andina sus condiciones de vida mejorarían.
Este caso nos ilustra claramente la forma en que los grupos humanos en la América colonial española padecían desarraigos y problemas de adaptación. Esta historia fue protagonizada por un regimiento de militares del rey, pero todos los traslados de otros grupos de personas como los esclavizados y esclavizadas de África, los grupos de reos condenados al destierro, las migraciones de población para el establecimiento de colonias agrarias y mineras, les tocó padecer situaciones semejante a la relatada. Cada uno de estos grupos humanos enfrentó condiciones difíciles y complicadas en sus viajes. De un lugar, el alejarse de la realidad en la que nacieron les representaba un reto para el cual no todos estaban preparados y de otro, los altos riegos de morir en una travesía que era sumamente peligrosa. La melancolía y la tristeza no fue exclusiva de los sujetos esclavizados, todos los grupos de personas que arribaron en América por motivos ajenos a su voluntad experimentaron la tristeza del desarraigo y vivieron con el constante anhelo del retorno a lo propio.
Centro estudios caribeños. PUCMM. Connected Worlds: The Caribbean, Origin of Modern World”. This project has received funding from the European Union´s Horizon 2020 research and innovation programme under the Marie Sklodowska Curie grant agreement Nº 823846. Dirigido por Consuelo Naranjo Orovio desde el Instituto de Historia-CSIC.