En su contexto histórico, representa la visión de un marxista aristocrático, Luchino Visconti, que mira con imparcialidad y sin maniqueísmos el retrato de la oligarquía aristócrata de Italia. Con el desembarco del ejército garibaldino, el príncipe Salina (Burt Lancaster) ve que llegó el final de una era en la Sicilia de 1860. Adaptado de la novela homónima de Giuseppe di Lampedusa sobre un aristócrata siciliano que vivió durante el Risorgimento (la unificación italiana). Visconti no glorifica ni a los garibaldinos revolucionarios ni a la aristocracia decadente. Solo expone la melancolía de una clase que intuye su fin, pero también la hipocresía de una burguesía emergente que se viste con ropajes viejos para legitimarse. Aquí, el marxismo de Visconti no se reduce a consignas; es una disección de cómo el poder se recicla, no se destruye. Visconti, con el contrapunto de dos escenas, afirma sus dominios visuales, disquisiciones filosóficas y madurez intelectual: después de la secuencia del baile, vemos a un solitario Salinas por un lado y por el otro lado va en coche la nueva oligarquía; simbólica escena final de la vieja aristocracia que se pierde por un callejón al son de campanadas fúnebres. El Gatopardo acepta que el antiguo orden se finiquitó: La clase media entra en la historia. La clase mercantil (burguesa) se convierte en el grupo dominante. El cambio social se combina con el cambio individual y se reviven las antiguas tradiciones aristocráticas. La frase: “Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie” sintetiza la esencia del gatopardismo. Salina pacta el matrimonio de su sobrino Tancredi (Alain Delon) con Angélica (Claudia Cardinale), hija de burgués por la “acumulación originaria” (concepto marxista que alude a la explotación colonial y rural). Es una estrategia: la aristocracia cede protagonismo para conservar influencia. La narrativa elegida fusiona el neorrealismo italiano con una estética barroca. El baile, una secuencia de 45 minutos, es un micromundo: vestuarios lujosos, tomas largas, detalles de miradas y objetos, música alternada entre valses y campanas fúnebres, todo un contraste visual que se erige como parábola de la lucha entre lo antiguo y lo moderno. El filme trasciende su época porque habla de ciclos, no de eventos. Su grandeza está en no tomar partido: llora la pérdida de cierta elegancia ética (aunque no política) del pasado, pero desenmascara la farsa de lo nuevo. En un mundo donde populismos y élites se acusan mutuamente de gatopardismo, Visconti nos recuerda que, en política, lo único permanente es el arte de sobrevivir. En YouTube.
HHHHH Género: Drama histórico. Duración: 177 minutos