La vida es un trayecto que vamos definiendo con nuestra conducta y acciones. A cada ser humano hay que valorarlo en el contexto, porque es uno en cada etapa y momento de su existencia. Desde luego, hay elementos que definen nuestro carácter y afloran con el firme propósito de definir nuestra personalidad. Esto también aplica al universo del arte. La obra de un artista es una en un tiempo y se va transformando, conservando aspectos que permiten seguirle el rastro.
Para muchos, el trabajo de Iván Tovar podría resultar repetitivo y puede que sí, hasta que nos adentramos en su universo visual. Y es que, cuando se periodiza la producción visual de un artista, se analizan los aspectos formales y estéticos que lo integran, lo que se complementa al repasar y estudiar su vida y obra. El conjunto, provoca un deslumbramiento natural que conecta con la esencia de cada pieza, dejando fluir los detalles y cambios que se van suscitando en el acto creativo.
El artista es en sí mismo, y todo a su alrededor se convierte en referencia que pasa de forma automática a su arte. De ahí la importancia de conocer en detalle a los creadores. Pero cuidado, no toda la información debe ser de conocimiento público, hay que ser prudentes y algunos hallazgos hay que manejarlos con delicadeza, pues están reservados para comprender los hechos y las circunstancias.
¿Cómo podríamos recordar a Iván Tovar? En nuestro caso particular: como un ente noble, ermitaño y sincero. Esa personalidad no encaja con el ambiente caribeño, por eso se alejó del ruido y la prisa, buscando el silencio, porque le daba paz.
Estar cerca de Daniela Tovar Castillo, la única hija de Tovar en unión a María Castillo, es revivir la nobleza y sinceridad de su padre con un trato más cercano y expresivo. 1988 debió ser un año muy especial para Iván al recibir a Daniela un 05 de octubre. Y, aunque han pasado un par de días, nunca es tarde para celebrar la vida, así que: ¡Feliz cumpleaños querida Dani!