La calle Espaillat de la Zona Colonial, hacia la década de 1970, acogió la residencia de doña Rafaela Inoa (Fella), la madre de Iván Tovar. En 1976, fecha en que Iván retorna de París a Santo Domingo para los preparativos de su muestra en la Galería Auffant, doña Rosa Tapia de Castillo se acerca a doña Fella. Deseaba que su vecina interviniera con el propósito de que Iván le concediera una entrevista a su hija Liliana María Castillo Tapia, quien ya empezaba a escribir su historia con letras doradas en el teatro dominicano.
Increíblemente, Iván aceptó la entrevista para el programa de radio “Intervalo” por Radiovisión en el que participaba aquella joven inquieta que todavía no alcanzaba a una cédula de identidad y electoral y que es más conocida por su segundo nombre y primer apellido: María Castillo.
Aunque la estadía de Iván fue por unos meses, tuvieron ocasión para visitar juntos al amigo entrañable de ambos, don Franklin Mieses Burgos que por ese entonces se encontraba aquejado de salud. La visita resultó ser una despedida, pues el 11 de diciembre de 1976 falleció el gran poeta de “La Poesía Sorprendida”.
Iván se negó ir al funeral, llegó a afirmar que “yo nunca fui al entierro de nadie, pues a mí me gusta ver a la gente viva (…). Tengo la sensación de que, cuando muere un pariente o un amigo, lo estoy enterrando si asisto a su despedida, mientras que si no voy, para mí sigue vivo en mi memoria”. Desde ese momento María confirmó y respetó su posición en este sentido.
La noche de la inauguración de la exposición en la Galería Auffant, Tovar invita a María para que le acompañe a la cena que le ofreció otro de sus grandes amigos de su temprana juventud, el gran poeta y dramaturgo Máximo Avilés Blonda. “Iván vivía rodeado de mujeres, era una especie de dandi, pero esa noche, me escogió a mí para que le acompañara, en ese momento me sentí privilegiada y hoy, a tantos años, siento lo mismo”, comentó María Castillo. Continuará.